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Y EL DERECHO SE HIZO LEY

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Después de atravesar su época más brillante durante el siglo II de la era cristiana, con emperadores como Trajano, Adriano o Marco Aurelio, en el siglo III el Imperio romano queda sumido en una profunda crisis, de la que solo saldría por la vía de reforzar aún más la autoridad del emperador. Esto ocurre a partir de Diocleciano (284-305) quien se convierte en «dominus», esto es en dueño o señor de Roma; razón por la que esta etapa final de la historia de Roma, además de llamarse del Bajo Imperio, recibe también el nombre de Dominado.


Imagen 8. Cabeza de Diocleciano. Museo arqueológico de Estambul.

Diocleciano, en realidad, se limita a «oficializar» una tendencia observada por sus predecesores en el trono imperial que se habían acostumbrado, hablando en plata, a hacer lo que les daba la gana. Este Estado de cosas favoreció la aparición de figuras histriónicas como Nerón, o directamente psicópatas como Calígula (37-41), descendiente de Augusto por pertenecer a la familia Julia, que por méritos propios se convirtió en uno de los emperadores más crueles de la Historia. Aunque la anécdota según la cual Calígula nombró cónsul a Incitato, su caballo favorito, parece no ser verídica, lo cierto es que acabó pasando a la cultura popular, y no solo por ser jugosa sino porque, atendido el personaje, era perfectamente plausible.


Imagen 9. Reconstrucción policromada de la cabeza de Calígula.

Más allá de la leyenda, lo cierto es que Calígula, una personalidad extremadamente compleja, que hoy en día hubiera sido seguramente diagnosticado como enfermo mental, fue todopoderoso en su corto reinado, a pesar de sus evidentes carencias, porque en su época ya nadie discutía el omnímodo poder de los emperadores, sobre el derecho y sobre sus «súbditos».

Si queréis empaparos de lo que era Roma bajo el dominio de estos emperadores omnipotentes no dejéis de recurrir a Robert Graves quien en sus fabulosas novelas Yo Claudio y Claudio el Dios y su esposa Mesalina, recoge con todo lujo de detalles todos estos excesos de un poder sin límites. Y en el plano cinematográfico os animo a ver la espectacular película de Ridley Scott «Gladiator» (2000) que gracias a actorazos como Russel Crowe y Joaquín Phoenix plantea, además, la espinosa cuestión de la sucesión imperial, un problema que el derecho romano nunca llegó a resolver satisfactoriamente porque los emperadores no aceptaban que las reglas pasaran por encima de su poder personal.

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