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Job 8, 20-22

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20Mira: Dios no desecha al íntegro ni toma de la mano a los malvados;

21de nuevo llenará tu boca de risas, y tus labios de júbilo.

22Los que te aborrecen serán cubiertos de confusión: la morada de los impíos perecerá.

“Te toma de la mano…”, es decir, está dispuesto a ayudarte porque eres suyo, como en Is 41, 13; 42, 6. En vez de leer עד (Job 8, 21), no habría mayor dificultad en leer עוד, en sentido de nuevo, como en Sal 42, 6; pero tampoco la lectura עד es mala, y significa mientras (como en Job 1, 18; Sal 141, 10). Sobre la forma hLeäm;y>, cf. Gesenius 75, 21, b. La conclusión de este pequeño discurso de Bildad resulta bastante parecida a la de algunos salmos. Cf. Sal 126, 2 con Job 8, 21; Sal 35, 26; 109, 29 y 132, 18, con Job 8, 22). Bildad hace todo lo que puede para vencer en su discurso a Job; él llama a los impíos שׂנאיך, para mostrar a Job que él debe hacer penitencia, para que Dios le perdone, de forma que pueda así vivir.

Interpretación de Job 8, discurso de Bildad. Hemos visto que en su segundo sermón Job acusaba a Dios de injusticia y de falta de compasión. Los que dialogan con Job quieren mostrarse como amigos suyos, pero no cesan de criticarle diciéndole que debe convertirse.

Después que Job se ha cansado de lamentarse, entra Bildad en la escena, con el discurso que acabamos de presentar, y en la línea de su discurso defiende la justicia de Dios, diciéndole a Job que él (Dios) se ha inclinado siempre por el derecho, poniéndose sin vacilar de parte de aquello que es justo. Por eso, Bildad añade que sería una blasfemia contra Dios afirmar (como Job) que él (Dios) pervierte el derecho.

Pues bien, en este contexto el tema consiste en entender el sentido que tiene la palabra derecho para Bildad y para Job. Bildad parece entender bien el derecho de Dios cuando promete a Job que encontrará un glorioso fin para su sufrimiento, y que ello será una prueba clara de que Dios no le trata de manera injusta. Según eso, el sufrimiento de Job llegará a su fin si él se convierte (aceptando la justicia de Dios), y ese fin glorioso será tal que destruirá su falsa visión de que Dios ha sido injusto con él o falto de misericordia.

En esa línea, Bildad expresa su idea central de un modo aún más prudente, y más de acuerdo con el tema que está en litigio cuando dice: ¡Mira; Dios no actúa con hostilidad contra los piadosos, ni se pone nunca de parte de los malhechores! (Job 8, 20). Debemos admitir que esta confesión resulta sin duda verdadera.

De esa manera, con las figuras más emotivas, Bildad muestra el carácter perecedero de la prosperidad de aquellos que olvidan a Dios, y pinta con fuertes colores el fondo oscuro del juicio que le espera a Job. Pero ¿qué es lo que hay de censurable en este discurso de Bildad, y por qué no produce el cambio deseable de debería haber producido en Job?

Ciertamente, nada de lo que Dios envía al hombre procede de algún tipo de injusticia, como dice Bildad, pero también es verdad que no todo lo que él envía procede de su justicia. Así como Dios no ordena el sufrimiento de un modo directo para el pecador endurecido, porque él es misericordioso, así tampoco envía sufrimiento a los que son verdaderamente justos a fin de castigarles, porque él es justo.

Por eso, el sufrimiento del justo no puede ser castigo de Dios, sino prueba y así debe entenderse, pero eso es algo que Bildad no acepta en este caso. Lo que llamamos atributos de Dios son solo momentos separados de su santidad indivisible, momentos de su operación ad extra, una operación en la que se vinculan todos los aspectos del ser y de la acción de Dios, de manera que uno de ellos no puede ir en contra del otro. Pero, sin embargo, todos esos momentos no están implicados de igual forma, al mismo tiempo, sobre el mismo objeto.

Según eso, no se puede afirmar que el amor de Dios se muestra activo en el infierno, ni que su ira se manifiesta en el cielo, ni que su justicia actúa en la aflicción de los justos, ni su misericordia en el sufrimiento de los impíos, sino que hay que distinguir las perspectivas. Aquí es donde se encuentra la equivocación de Bildad, pues él piensa que unas frases que son solo lugares comunes sobre Dios bastan para explicar todos los misterios de la vida humana. Desde este fondo debemos añadir que el juicio de Bildad sobre la muerte de los hijos de Job es injusto, porque él toma esa muerte como expresión de la justicia divina (y en el fondo como castigo), no como prueba o signo de la misericordia de Dios.

Ciertamente, Bildad solo habla de un modo hipotético, pero lo hace de tal manera que conforme a esta visión, la muerte repentina de los hijos de Job viene a presentarse como un castigo en contra de Job por sus pecados. En esa línea, si hubiera encontrado a Job muerto, Bildad habría debido afirmar que Job había sido un pecador, a quien Dios había aniquilado con ira.

Más aún, Bildad no siente gozo cuando promete a Job ayuda y bendición, sino que él expresa su punto de vista de un modo muy condicional: “Si tú eres puro y justo…”. Vemos por eso que él no cree en la justicia de Job, porque ¿cómo podría el Dios totalmente justo haber visitado a Job con tan severos sufrimientos si es que Job no los hubiera merecido?

A pesar de todo, en otro sentido, cuando dice hT'a'î rv'ªy"w> %z:ï-~ai (Job 8, 6), Bildad parece pensar que el corazón de Job puede ser puro y justo, de manera que su aflicción presente no es un simple castigo directo, como tal, sino un medio de purificación disciplinar. Lo que Job debería hacer, según Bildad, es dar gloria a Dios, y reconocer que él (Job) merecía un sufrimiento como el que padece, humillándose de esa forma ante la justa mano de Dios, de manera que así podrá volverse justo, para ser de nuevo exaltado por Dios.

Pues bien, en contra de eso, Job no puede tomar su sufrimiento como un acto de la justicia divina. Para él, su fidelidad es un dato clave, que no se puede negar, con el fin de afirmar piadosamente la justicia de Dios, porque la verdad no se puede apoyar con razones falsas. Por eso, las gloriosas promesas de Bildad no ofrecen a Job consuelo alguno.

Además de estar introducidas de un modo indebido, esas promesas se apoyan en un presupuesto que Job no puede aceptar, sin volverse infiel a sí mismo. Por eso, aunque lo hiciere con la mejor intención, Bildad no hace otra cosa que aumentar más y más el conflicto y dolor de Job. En vez de consolarle, ayudándole a entender y aceptar su dolor con algún tipo de esperanza, Bildad no hace más que exasperar su ánimo, al acusarle de ser pecador.

De hecho las expresiones de Job pueden parecer desconsideradas e indignas de Dios, mientras que los discursos de Elifaz y Bildad han sido convincentes y apropiados, pero esos discursos no responden a la situación de Job, ni le ayudan a entender y aceptar su sufrimiento. En sí mismos, esos discursos de los amigos pueden ser justos, pero ellos no tienen en cuenta lo que puede ser bueno para Job, ni su situación. De todas formas, es necesario prestar mucha atención, para detectar lo que es falso en ellos.

La maestría con que el autor del libro expone el tema y la inteligencia que muestra en ello se expresa en el hecho de que permite que los amigos de Job, aunque tengan un fondo de razón, empiecen muy pronto a manifestarse muy duros, tomando a Job como un pecador que está padeciendo con justicia el castigo de Dios, cuando él (oponiéndose a ellos) defiende su inocencia y apela a una decisión de parte de Dios (es decir, emplaza a Dios a fin de que le responda).

De todas formas, el poeta permite que Bildad haga una declaración por la cual podemos ver claramente que su discurso, siendo en lo externo bello, se apoya sobre una falsa base y pierda su efecto. En esa línea, Bildad no podría haber disparado un dardo más hiriente en contra del corazón ya herido de Job cuando le dice que la muerte de sus hijos puede ser un castigo de Dios por su culpa (por la culpa de Job). Porque ¿es posible decirle a un hombre algo que sea más hiriente que el hecho de que su padre, su madre y sus hijos han muerto como castigo directo por sus pecados?

Un amigo no debería decir eso, aunque fuera algo obvio, y menos decírselo a un padre que está profundamente triste por la muerte de sus hijos, de forma que casi se encuentra ya en la puerta de la tumba. Por otra parte, Bildad no se apoya en hechos, sino que razona solo a priori. Él no sabe si los hijos de Job eran impíos, pero se apoya en un tipo de silogismo que suena así: todo aquel que muere de un modo terrible y repentino tiene que ser un gran pecador; Dios ha hecho que los hijos de Job mueran de esa forma…; por eso, ellos han tenido que ser pecadores (o ser castigados por el pecado de su padre).

Bildad tiene celo por Dios, pero sin comprensión. Él es un ciego ante la verdad de la experiencia, de manera que no modifica en modo algunos sus premisas. Él no quiere admitir nada que vaya en contra de esas premisas. Su mismo racionalismo supersticioso y crédulo está en el principio de su falsa doctrina, que va en la línea de un decretum absolutum, decreto absoluto de predestinación de Dios. De esa forma, Bildad actúa con el mismo rigorismo helado y falto de sentimientos con el que algunos calvinistas se refieren al “decreto de Dios”, añadiendo que todo lo que sucede en la tierra responde al principio del deseo y despliegue de la voluntad de Dios, poniéndose así en contradicción con la Escritura y con la experiencia humana. De esa forma, Bildad lo funda todo en el principio de la justicia divina y, más aún, en una justicia divina entendida en sentido judicial. Además de ese tipo de justicia judicial hay otra que tiene un sentido distinto, dado que el concepto justicia, צדקה o צדק, se refiere en general a la forma de actuación de Dios, regida por su santidad. Pues bien, en Dios no existe solo un tipo de deseo santo que se refiere a los hombres diciendo: ¡Sed santos porque yo soy santo! En Dios existe también un propósito o deseo de redención de los pecadores, que brota del santo amor de Dios hacia los hombres.

Según eso, la justicia de Dios tiene dos formas. (a) Por un lado se manifiesta en el deseo de que se cumpla su santidad, expresada en las exigencias de la ley. (b) Pero, al mismo tiempo, esa justicia se muestra en su amor gratuito, claramente manifestado en el evangelio. Nos hallamos, pues, ante una justicia retributiva o redentora. Pues bien, si un hombre como Bildad habla solo en el primer sentido, Dios nunca actuará de un modo injusto en el sentido externo; pero, de esa manera, no se podrá aclarar el misterio de las dispensaciones divinas de amor y de perdón, sino que lo destruirá con toda fuerza.

En esa línea, el sufrimiento de Job no sería ya más un misterio… Job sufriría solo lo que merece; y en el caso de que eso no se pudiera demostrar por experiencia habría que ir en contra de la misma experiencia. Pues bien, esta visión determinista de la justicia de Dios y de su dolor no basta para pacificar a Job, a pesar de las gloriosas promesas que se le abren en teoría.

Su misma conciencia ofrece a Job el testimonio de que él no ha merecido una aflicción incomparable de ese tipo. Y si nosotros suponemos que Job vivía en amistad con Dios cuando el sufrimiento empezó a sacudirle, tenemos que rechazar totalmente la idea de que Dios le ha castigado por un tipo de pecado no reconocido. Dios no castiga a los que son suyos, y cuando lo hace eso no es un acto de su justicia retributiva, sino de su amor “disciplinar”.

Este motivo de amor pertenece por tanto al castigo mirado como prueba que Dios pone para purificar a los hombres. Pues bien, el creyente que discierne ese tipo de amor será capaz de mirar incluso las aflicciones más severas como castigos disciplinares, fundados en el amor redentor de Dios, podrá aceptar esas aflicciones como medio de maduración (de purificación), aceptado ese castigo como medicina, aunque pueda ser amarga.

Según eso, si Bildad hubiera presentado la aflicción de Job como castigo que proviene del amor divino, un castigo que serviría primero para humillarle, pero con el fin posterior de exaltarle así más, entonces Job se hubiera humillado a sí mismo, aún en el caso de que Bildad no tuviera totalmente razón. Pero Bildad, de un modo aún más duro que Elifaz, en vez de superar la suposición errónea de que un Dios hostil ha tomado posesión de la mente de Job, insiste en un tipo de justicia casi vengadora de Dios, a la que atribuye la muerte de los hijos de Job, un Dios de dura mano bajo la que Job tiene que humillarse, en vez de poner de relieve su amor. En esa línea, en vez de confortar a Job, sus amigos le torturan aún más, y su juicio se le muestra aún más hiriente y vengativo, pues su conciencia no le acusa de ningún pecado por el cual él debería humillarse ante un Dios airado, más que ante un Dios de gracia.

Pues bien, desde este fondo debemos añadir que la composición y fundamentación de un drama tan duro como este de Job no será ya posible en el Nuevo Testamento. La visión del sufrimiento de Cristo y de su corona futura tiene el poder de calmar la mente de los creyentes, de forma que una tristeza como la de Job es ya imposible, incluso bajo la más fuerte tentación.

Así dice Lutero en una de sus cartas de consuelo (cf. Rambach, Kleine Schriften Luthers, 627): “Aunque la carne pueda murmurar y gritar, como Cristo gritó y fue débil, sin embargo el espíritu se encuentra dispuesto y lleno de deseos buenos, y con suspiros inefables podrá gritar: Abba, Padre, eso eres tú; tu vara es dura, pero tú eres siempre Padre. Yo reconozco que esto es la verdad”.

Y como la conciencia de pecado es tan honda como la conciencia de la gracia, el cristiano descubrirá que ningún sufrimiento es tan severo como lo que él merece por sus pecados, de manera que aún en medio de la cruz él podrá reconocer el amor divino. El cristiano no podrá quedar exasperado y sin ánimo, ni siquiera aunque unos “amigos” tan poco consoladores como Elifaz y Bildad le digan que su sufrimiento es un castigo divino. Porque él es consciente de que no necesita unas consideraciones tan poco caritativas como las de sus amigos para descubrir en el fondo de su sufrimiento el amor consolador y purificador de Dios.

En el excurso a su Comentario sobre los Salmos (Psalmen‒Commentar) Hengstenberg observa que en la justicia de algunos salmos, como Sal 17, 1-15; 18, 21; 44, 18-23, etc., en los que se incluye la petición para ser escuchados, se está evocando la justificación por la fe. Desde ese fondo (de justificación por la fe) pueden entenderse mejor los sufrimientos de Job.

De todas formas, cerradas en sí mismas, estas afirmaciones no resultan concluyentes, a pesar del alto tono en que se formulan. Cada vez que se plantea el tema, como sucede a veces con cierta frecuencia (cf. Sal 143, 2), deberíamos mirar las cosas también desde el otro lado, poniendo más de relieve la debilidad humana, y también el perdón de Dios, insistiendo en ello más que en la posible incongruencia o falta de equivalencia entre la aflicción que sufre el hombre y su conciencia de rectitud respecto a Dios.

En sentido radical, no podemos tomar siempre esos pasajes y salmos del Antiguo Testamento como expresión de nuestro sentimiento cristiano, y en esa línea no somos capaces de leerlos en público sin vacilación o duda cuando lo intentamos. ¿De dónde proviene esto? Hengstenberg replicaba:

El Antiguo Testamento buscaba los medios más eficaces para producir el conocimiento del pecado, pero sin llegar a la contemplación de los sufrimientos de Cristo. Pues bien, el Nuevo Testamento está dotado de un conocimiento más hondo del Espíritu, que no se centra ya tanto en la búsqueda de las profundidades de la naturaleza divina, sino que se abre y nos abre a las profundidades del pecado. Por eso, en los cantos (litúrgicos) cristianos el sentido del pecado, siendo más independiente de las condiciones externas, se manifiesta de un modo más abierto y, al mismo tiempo, más profundo. Se siente así que el fundamento del pecado es más hondo, y que así son más hondas sus manifestaciones.

Fue bueno que bajo el Antiguo Testamento las cuerdas o ataduras de la experiencia del pecado no se tensaran de una forma tan intensa, dado que aún no se había manifestado plenamente el consuelo de Dios en Cristo. De esa forma, cuando el sufrimiento había pasado, los hombres del Antiguo Testamento podían olvidarse más fácilmente del pecado.

Esta conexión y este desarrollo de la obra de la redención en la historia de la humanidad se repite en la experiencia individual de cada creyente. De esa manera, el individuo, cuanto más progresa en la vida divina, se vuelve más profundamente consciente de la depravación natural del hombre y adquiere una visión más aguda del pecado que actúa en él. Y así, con la revelación de la salvación ya alcanzada, viene a darse también una visión más honda del pecado. Cuando se revela la infinita profundidad y extensión del Reino de la Luz, viene a manifestarse también por vez primera la hondura abismal del Reino de la Tinieblas.

Si el Reino de las Tinieblas se hubiera revelado primero, en la dispensación del Antiguo Testamento, antes de Cristo, sin haberse revelado como ha sucedido de hecho en Jesucristo, el Antiguo Testamento no habría sido lo que es, una escuela de severa disciplina preparatoria para el Nuevo Testamento, una escuela de ardiente deseo de redención, sino que ese Antiguo Testamento hubiera sido solo un abismo de desesperación.

Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Job

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