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AUSENTE EN LA CAPUCHINADA
ОглавлениеEn la primavera de 1965, las osadas acciones de los universitarios lograron una proeza: el régimen disolvió el SEU, lo que significaba que el Gobierno franquista reconocía el desprestigio e inutilidad de esta herramienta de afiliación masiva y obligatoria. Era una medida completamente excepcional. Como alternativa, se crearían las también obligatorias Asociaciones Profesionales de Estudiantes (APE), con un resultado pésimo.
Los estudiantes barceloneses querían fundar un sindicato libre, democrático y alternativo, y plantearon la creación del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB). El impulso surgió del trabajo previo realizado por el Comité de Coordinación Universitaria. Su asamblea constituyente, en la que se debían aprobar la declaración de principios y los estatutos del sindicato, tuvo lugar el 9 de marzo de 1966 en el convento de los Padres Capuchinos de Sarrià. Se buscaba así la protección jurídica fruto de los acuerdos suscritos entre el régimen franquista y la Iglesia católica.
Lo que se pretendía era crear una unitaria organización estudiantil de masas que superara ampliamente el número de personas movilizadas por el activismo universitario, integradas en los grupos o partidos. El PSUC fue, en gran medida, la fuerza movilizadora.[154]
Para apoyar a los cerca de quinientos representantes de los estudiantes —se reunieron consejeros y delegados de curso, y observadores de los cursos de preuniversitario de algunos institutos y escuelas—, al acto asistieron una treintena de profesores e intelectuales —como Jordi Rubió i Balaguer, Enric Lluch, entonces también profesor no numerario, Obiols, Solé Tura, Xavier Folch, Carlos Barral, Oriol Bohigas, Maria Aurèlia Capmany, Salvador Espriu y Ricard Salvat, entre otros—, media docena de periodistas y un par de sacerdotes.[155]
Una vez descubiertos, la policía, a las órdenes del comisario Antonio Juan Creix, sitió el convento. Precisamente cuando Ernest llegaba con su esposa, que era la que conducía el coche, se encontraron con el despliegue policial y se dieron la vuelta.
Según la versión de Estapé, él había quedado con Lluch y Condominas para ir juntos, pero de camino le habían comunicado que algunos catedráticos —entre ellos, Sureda, Jiménez de Parga y Antoni Badia i Margarit, además de dos estudiantes— se reunirían antes en el despacho particular del también catedrático Ramon Trias Fargas, en la rambla de Catalunya, para redactar una carta de apoyo a los estudiantes (que al final sería interceptada). Ernest y Salvador le habrían estado esperando más de una hora en el bar de enfrente, pero cuando vieron que llegaba la policía y rodeaba el convento, se fueron.
Esta versión no parece tan plausible como la de Bramon, de entrada porque no está nada claro que los catedráticos, aparte de prestar apoyo moral, tuvieran previsto asistir al acto. En todo caso, Ernest llegó tarde a la asamblea, y eso le permitió ver a los hombres de Creix rodeando el convento. Este fue el motivo de que no resultara encausado.[156]
En un primer momento se aconsejó abandonar el edificio, pero debido al miedo a las represalias y al hecho de que la policía quería identificar a los asistentes, la reunión se convirtió en un encierro. Durante los tres días de bloqueo, los estudiantes recibieron el apoyo de diversas entidades culturales y profesionales, de algunos eclesiásticos, y de diversos personajes del mundo cultural. El 11 de marzo, el comisario franquista ordenó entrar en el convento de manera violenta.
El resultado de lo que pasaría a conocerse como la «Capuchinada» fue la detención de la mayoría de los reunidos y la posterior imposición de sanciones económicas. A Enric Lluch le impusieron una multa de 25.000 pesetas. A otros, como Jordi Rubió i Balaguer, Antoni Tàpies o Barral, de 200.000; a Pere Quart de 150.000; a Espriu, Solé Tura o el profesor Manuel Sacristán —que había evolucionado desde el falangismo para convertirse en un intelectual de referencia del PSUC— de 100.000, y a Xavier Folch de 55.000.[157]
Ante esa situación, varios componentes de las fuerzas políticas de oposición, como Joan Reventós del MSC interior, Antoni Gutiérrez Díaz del PSUC y Jordi Carbonell, decidieron que había que hacer algo. En un encuentro posterior se sumarían Joan Armet; Joan Cornudella (hijo), del FNC; Joan Ballester, de Estat Català (Estado Catalán); Pere Portabella, Josep M. Castellet y el propio Ernest.
La defensa jurídica de los encerrados se encargó a Josep Benet y a Agustí de Semir. Benet, en su vertiente de agitador, también tuvo un papel relevante en lo que respecta a difundir lo que había ocurrido. Por su casa pasaron estudiantes, intelectuales y gente de partido para organizar la solidaridad con los detenidos y centralizar la información.
A partir del lunes 14 de marzo el lugar de las reuniones se alternaría entre el despacho de Salvador Casanovas y la casa de Ernest.[158] Las iniciativas en favor de los encausados por la constitución del SDEUB cristalizaron en una serie de reuniones semanales formales de un grupo de antifranquistas, de entrada a título personal y no como representantes de partidos —aunque la intención era ir en esa dirección—, que darían origen a la plataforma denominada Taula Rodona (Mesa Redonda). Con el tiempo, de esta iniciativa surgirían otras propuestas, como la Comisión Coordinadora de Fuerzas Políticas de Cataluña (CCFPC), en febrero de 1968.
Fue precisamente la incorporación del MSC de Reventós a la Mesa —que reunió por primera vez a socialistas, comunistas, nacionalistas y democristianos— la que propició su escisión con el MSC del exilio, dirigido por Josep Pallach, un anticomunista acérrimo debido a su experiencia durante la guerra civil y su procedencia del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). La ruptura del MSC y la radicalización de los grupúsculos socialistas que albergaba propiciarían que el PSUC tuviera un papel más relevante que el socialismo en los últimos años del franquismo.[159]
El día 23, Lluch firmó una carta junto con Benet, Carbonell, Josep M. Castellet y Marià Manent para pedir la solidaridad de los intelectuales españoles demócratas:
Los recientes acontecimientos en Barcelona están desencadenando una fuerte reacción en la prensa de Madrid y provincias de típico corte «anticatalán»; se trata de una reacción que era previsible, pero no por ello menos molesta para quienes creemos que nada es tan peligroso —para todos— como volver a atizar los rescoldos de la vieja y mal planteada querella del «separatismo catalán».
Y proseguía:
... por otra parte —y esto es lo más doloroso—, esa reacción de los servicios de propaganda del Régimen y de elementos afines se produce, como es natural, en las actuales circunstancias, sin que las voces amigas puedan tratar, públicamente, esos acontecimientos con ánimo de comprensión o de solidaridad. Precisamente, en estos días se ha notado muy especialmente en Barcelona, las ausencias de esas voces amigas que, desde el centro o la periferia de España, en otras circunstancias se hubieran unido públicamente —con todos los matices que se quiera— a la lucha que creemos común.
Finalmente se añadía:
... algunas cartas asiladas recibidas previamente, no han hecho sino más evidente la falta de adhesión colectiva. Este hecho ha sido amplia y desfavorablemente comentado; casi diríamos que nos ha sido «reprochado» a quienes, desde siempre, mantenemos un diálogo cordial con todos ustedes.[160]
Ernest también fue a París con Maria Aurèlia Capmany y el estudiante Pere Comas en un viaje relámpago organizado por los estudiantes de la Unión Nacional de Estudiantes Franceses (UNEF), para explicar el significado de la Capuchinada. En la rueda de prensa estaba la RTV francesa, y también asistieron exiliados como Francesc Vicens, Jordi Sales y Jordi Borja. De hecho, Capmany no estaba convencida de que nadie hubiera visto la rueda de prensa. Lo que más les preocupaba era que al llegar al Prat los detuvieran. Pero no lo hicieron.[161]