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LA TESIS

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Lluch tenía treinta y tres años cuando, en marzo de 1970, depositó los tres volúmenes —setecientas páginas mecanografiadas— de la tesis que le había dirigido Estapé en la Facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona con el título El pensamiento económico en Cataluña entre el renacimiento económico y la revolución industrial: la irrupción de la escuela clásica y la respuesta proteccionista.

La defendió el 18 de septiembre ante un tribunal formado por Pedro Schwartz; Joan Sardà, catedrático en excedencia; Sebastián Martín-Retortillo, y Juan Velarde Fuertes, quien delegó el voto en Estapé, también miembro del tribunal, por no poder asistir. De hecho, había tenido la tesis «entretenida durante meses por razones administrativas por las múltiples ocupaciones de la mayoría de los catedráticos de mi tribunal».[200]

Y es que, de entrada, tenía que estar presente José Luis Sampedro, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, pero este se encontraba fuera de España, al igual que Gabriel Solé, también catedrático de dicha universidad.[201] El día de la presentación, y dado que el castellano nunca fue el plato fuerte de Ernest, Martín-Retortillo —más tarde ministro de Suárez— exclamaría: «¡Con este Lluch acabaremos hablando con cantonalismos!».[202]

La tesis, que había recibido una ayuda de veinticuatro mil pesetas del Ministerio de Educación, obtuvo la calificación de cum laude y le valió el título de doctor en Ciencias Políticas, Económicas y Comerciales. Lluch siempre se consideró más economista que historiador, a pesar de las horas pasadas en los archivos y en las bibliotecas.[203]

En la elección del tema de la tesis había pesado el hecho de formarse en Económicas, donde el pensamiento de Vicens Vives, que después continuaría Jordi Nadal, estaba muy vivo, así como también la influencia de este pensamiento en el propio Estapé.[204] El planteamiento de Vicens, válido también para impulsar el Círculo de Economía, era el de que, al hablar de la derrota de 1939, no solo había que hacerlo desde el aspecto militar y procedente de fuera de Cataluña, sino en el sentido de un hundimiento interior del país, una especie de traición de las clases dirigentes.[205]

Vives sostenía que a dicho hundimiento había contribuido una visión de la historia de Cataluña «llevada por pequeñas pasiones», que había servido de base al proyecto colectivo que naufragaría en 1939. Esta era, en líneas generales, una mitificación de los gloriosos tiempos medievales, que consideraba todo lo que había sucedido desde finales del siglo XV como una larga decadencia, salpicada de algún que otro resurgimiento de corta duración y de trágico final, como las guerras de los Segadores y de Sucesión, hasta que apareció la Renaixença, la cual iniciaría una recuperación de la cultura, seguida posteriormente por la de la política.

Dicho de otra manera, entre Fernando el Católico y las Bases de Manresa no había gran cosa más que una larga decadencia, que culminaba con la derrota de 1714, a la que seguiría una especie de sueño de más de cien años. Esta interpretación de la historia catalana, según Jaume Vicens, pasaba por alto un fenómeno tan decisivo en la formación de la Cataluña contemporánea como el de la industrialización. Con lo que se daba la paradoja de que los mismos que en el terreno político defendían, por encima de cualquier otra cosa, los intereses industriales y que al hablar del presente sostenían que las fábricas eran Cataluña, las sacaban de la historia.

Y es que una visión del catalanismo que en nombre del patriotismo pedía la unanimidad interclasista se podía alimentar de las conquistas de Jaume I o de los discursos de Pedro el Ceremonioso, pero no podía encajar en este marco una historia tan convulsa como la de las revueltas populares y proletarias catalanas de los siglos XIV y XV. Jaume Vicens Vives había querido llenar este inmenso vacío que la partía en dos mitades separadas por tres siglos de oscuridad, empezando por el estudio del siglo XIX y de la industrialización.[206]

En su intención de llenar este vacío destacaba la aparición en 1958 del volumen Industrials i polítics del segle xix («Industriales y políticos del siglo XIX»), escrito con Montserrat Llorens.[207] Se trataba de una obra escrita con la voluntad de que fuera leída en clave política de la actualidad del momento, y que pretendía remover la conciencia de la burguesía catalana. Quería mostrar su fracaso en la configuración de un Estado moderno adecuado a su proyecto político. De ahí que en su momento, y con esa intención, se involucrara para reparar esta carencia con los jóvenes del Club Comodín.

Nadal continuó trabajando en el estudio de ese siglo y siguiendo la misma línea de investigación en lo referente al tema concreto de la industrialización. También, y en cierto modo, lo haría Estapé en su ensayo biográfico sobre Ildefons Cerdà, que no se editaría hasta 1971, pero que había iniciado cinco años antes.[208] Asimismo, el trabajo de Lluch para obtener el doctorado se elaboró bajo la influencia de Vicens Vives, pero tamizado y leído por Estapé, remontándose más atrás en el tiempo, pero dentro del mismo marco.[209]

Desde la historia económica, la tesis coincidía en la idea de la necesidad de estudiar el pensamiento económico de la época de la industrialización del siglo XVIII.[210] Influida también por Pierre Vilar, significó, además, la consolidación en Cataluña de una nueva disciplina de la que ya había habido algunos precedentes, como los estudios de Carles Pi i Sunyer[211] y Josep M. Tallada.[212]

Y también, claro está, del propio Estapé. Gran parte de los apuntes de su asignatura Política Económica en la década de 1960 constituían de hecho una historia del pensamiento económico en el mundo, inspirada básicamente en dos obras que todavía no se habían traducido al castellano: History of economic analysis, de Joseph A. Schumpeter (1954), y A review of economic doctrines 1970-29, de T. W. Hutchison (1953). Poco después Estapé publicaría Ensayos sobre historia del pensamiento económico (1971) y Ensayos sobre economía española (1972).

Sin embargo, ninguno de ellos había abierto, con una obra tan extensa, nuevos caminos de investigación como haría Ernest. Para elaborar la tesis, Lluch entró en las bibliotecas y archivos de la I·lustració Catalana, así como en los de la Sociedad Económica Barcelonesa del País (SEBAP), la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona, la Real Academia de Buenas Letras, la Biblioteca Torres Amat de Sallent, el Archivo Biblioteca Dou, el Archivo Dalmases de Cervera, el Archivo de la Junta de Comercio, la Biblioteca de Cataluña, los archivos de los arzobispados de Tarragona, Barcelona y Tàrrega, y entró en contacto con los estudiosos de la ilustración catalana como Enric Moreu-Rey, Pere Molas, Fontana, Joan Mercadé, Vilar, Aurelio Macchioro y Pierangelo Garegnani.

Dentro de la época de la Ilustración, y hasta la aparición del liberalismo, estudió cómo se formó el mercantilismo industrialista, basado en un capitalismo comercial que traficaba no solo con los productos de la agricultura, sino también con las mercancías de la industria incipiente, en un mundo donde los gremios se encontraban también en proceso de transformación.

Explicó y demostró cómo se fue tomando conciencia de la formación de un nuevo modo de producción.[213] Fue el primero en analizar en profundidad el pensamiento de los mercantilistas industrialistas de finales del siglo XVIII y principios del XIX, el pensamiento de los primeros liberales, de los radicales, de los fourieristas y de los saint-simonianos.[214]

La tesis estudiaba, en primer lugar, a Francesc Romà i Rossell (1725-1778), a quien definió como un mercantilista liberal, partidario del poblacionismo. Era defensor de los gremios catalanes, que consideraba más flexibles que los castellanos, y partidario de la libertad económica —y, por tanto, contrario al intervencionismo—, del prohibicionismo y de la libertad de comerciar con América.[215]

También investigó al ilustrado Antoni Capmany Surís y de Montpaláu (1742-1813), autor del Discurso económico-político en defensa del trabajo mecánico de los menestrales (1778), así como la obra de Jaume Caresmar i Alemany (1717-1791).[216] Asimismo, estudió el papel que desempeñaron instituciones como la Academia de Ciencias y Artes, las Sociedades Económicas de Amigos del País o el Ayuntamiento de Barcelona, dentro del contexto de un mercantilismo que seguía aceptando la existencia de los gremios.

Profundizó en la figura de Jaume Amat de Palou i Pont (1753-1819), liberal y jansenista, uno de los primeros economistas que, a finales del siglo XVIII, tomó conciencia de los cambios que se empezaban a producirse en la industria textil catalana. Era prohibicionista, decía que había que proteger totalmente la nueva industria algodonera y sostenía que el desarrollo industrial catalán debía extenderse al resto de España.

Lluch también investigó a Ramon Llàtzer de Dou i de Bassols (1742-1832), que tenía un enfoque mercantilista. El Estado debía vender en el exterior más de lo que compraba. No aceptaba el librecambio de Smith, pero tampoco el prohibicionismo, sino que defendía el proteccionismo arancelario. Asimismo, y en contra de Smith, no era partidario de la supresión de los gremios, a pesar de aceptar que había que corregir sus defectos.

Profundizó en la figura de Antoni Bonaventura Gassó i Borrull (1752-1824), defensor del industrialismo y del proteccionismo, y partidario de modernizar las vías de los transportes. También en la de Joan de Batlle i Milans del Bosch (1780-1845), partidario de la protección a la industria en su primera fase de desarrollo y de la construcción del mercado interior español. Más partidario de las ideas liberales era el mallorquín Guillem Oliver i Salvà (1775-1839), defensor de la industria catalana.

Ernest dedicó mucha atención a Eudald Jaumeandreu i Triter (1774-1840), maestro de economistas en la cátedra de Economía Política de la Junta de Comercio, donde tuvo como alumnos a Bonaventura Carles Aribau, Laureà Figuerola, Joan Illas i Vidal, Ramon Anglasell i Serrano, Josep Sol i Padrís, Estanislau Figueres, Narcís Monturiol, Ramon Martí d’Eixalà y Joaquim Rubió i Ors, entre muchos otros.[217]

Jaumeandreu, un auténtico liberal, defendía el prohibicionismo y tomó conciencia del desarrollo industrial catalán. Publicó dos tratados sobre economía política: Rudimentos de economía política (1816) y Curso elemental de economía política (1836). Este autor otorgaba un importante papel a las manufacturas industriales. A Lluch el pensamiento de Jaumeandreu le sirvió para guiar a sus alumnos en lo referente a formar parte de una nueva clase ascendente, una «burguesía nacional».

Detrás de la presentación de su tesis doctoral, en Lluch había una creciente conciencia de intelectual, así como de las posibilidades de desempeñar un papel en la sociedad para contribuir a recuperar la Cataluña triturada por el franquismo. Se trataba de recuperarla como habían hecho los catalanes ilustrados después de 1714. Para Ernest, la única manera para salir del franquismo era la de basarse en la Ilustración, en el uso de la razón, en el concreto conocimiento científico de la realidad para poder darle la vuelta; es decir, estudiándola de la manera más completa posible.

No es casual, pues, que deseara actuar y lo hiciera, y que se viera a sí mismo como un ilustrado, como un hombre posterior a 1714 —porque, para muchos, 1939 suponía lo mismo que el año del asedio borbónico de Barcelona—. Dicha recuperación había de provenir de la sociedad, de la burguesía con la que había entrado en contacto y en la que Vicens Vives confiaba, sí, pero también de la intelligentsia, y aquí era donde veía que él podía desempeñar un papel.

Su tesis, además, exploraba los mecanismos de la recuperación. Lo hacía con intencionalidad política porque, por ejemplo, subrayaba que el trabajo científico y la actividad política del propio Vicens Vives estaban entrelazados, tal como sucedía con otros historiadores catalanes, como Antoni Rovira, Ferran Soldevila o Ramon d’Abadal. Jaume Vicens lo había hecho en Industrials i polítics..., y Ernest se disponía a hacer lo mismo.[218] En definitiva, Lluch consideraba que un país normalizado debía tener también una historia de su pensamiento económico.

Poco después de la alegría por haber finalizado el producto de años de trabajo, llegaron noticias de que el Plan Director de Urbanismo no llegaría muy lejos. Aunque al principio el trabajo funcionó, pronto quedó claro que se vería abortado por los órganos plenarios, formados por los jerarcas franquistas de las Comisiones Provincial y Comarcal, que solo lo aprobaron a efectos administrativos internos.[219] En el verano de 1970 se produjo una dimisión en masa.

Se cerraba una etapa. El azar lo había llevado a Económicas. Su talante desenvuelto le había abierto puertas. Había conocido a profesores inolvidables, como Vicens Vives y Estapé. Su infinita curiosidad, y su afán por saber y por trabajar, le habían llevado a ejercer como articulista económico y a trabajar en los servicios de estudios bancarios y en el sector urbanístico. Con la elaboración de su tesis, había contribuido a tapar un agujero historiográfico, a abrir nuevos caminos y a trabajar en la concreción de una disciplina: la del pensamiento económico.

A lo largo de una larga década había profundizado en el conocimiento de su tierra, Cataluña, y a partir de sus viajes comerciales y del estudio de la economía regional había mostrado su interés por comprender su inserción en España. Él, al igual que su hermano, ejemplificaba el fracaso del dominio franquista en la universidad. Y durante todo ese periodo, y cada vez más, había comprendido que podía desempeñar un papel en el marco de la recuperación del país.

Y ello no desde el mundo de la empresa, como podían hacer sus amigos del Círculo de Economía, sino por medio de la creación de pensamiento crítico; es decir, siendo un intelectual. Pero no un intelectual de salón, sino uno comprometido, activo y agitador; en definitiva, un ciudadano. Podía desempeñar un papel, claro está. Pero de momento tenía que satisfacer unas imperiosas necesidades crematísticas. Aunque ya era doctor, y al amparo de Schwartz continuaba con sus clases de adjunto en la Universidad Complutense, su destino inmediato no se hallaba en Madrid. Al menos, no de momento.

Ernest Lluch

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