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EL ALUMNO DE LA SALLE GRÀCIA

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De pequeño, Ernest, que era muy aprensivo, estuvo enfermo durante algunos periodos. Años después, con el gracejo que sabía poner a las cosas que otros describían de una manera más insulsa, explicaba que la base de su conocimiento la había adquirido en aquellas semanas de reposo y lecturas en la cama.

Era cierto que una infección tuberculosa lo había llevado unos días al sanatorio, pero pretender que su infancia había sido similar a la de un gran convaleciente como Salvador Espriu era pura coquetería, surgida del interés por construir un relato de sus años de formación.[25]

A los diez años, en el curso 1947-1948, comenzó a cursar la enseñanza media en el Colegio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de La Salle, en la calle Marquès de Santa Anna, junto a la iglesia de los Josepets. Una escuela que se podía considerar para la clase media.[26] Allí, junto con el resto de las materias pertinentes, Lluch aprendió catalán con alguno de sus maestros, lo que le resultó muy útil porque de este modo después pudo corregir textos de colegas suyos que lo aprendieron más tarde.

Ernest era estudiante de notables y sobresalientes, sobre todo en letras, en materias como geografía, historia y religión o lenguas. En cambio, en matemáticas iba más justo. En el curso 1952-1953 aprobó esta asignatura y lengua española en septiembre con un aprobado y un sobresaliente.[27]

De aquellos años quedó la anécdota de que, con motivo de una de las visitas de Franco a Barcelona, un hermano de La Salle preguntó a los alumnos si alguno tenía inconveniente en ir a saludar al dictador. Solo Ernest y un compañero suyo, hijo de taxista, mostraron su disconformidad.[28] A esta incipiente línea subversiva, se pueden añadir también algunas pintadas hechas en las paredes de la calle con un par de amigos, en 1951, con motivo de la huelga de tranvías.


Su hermano Enric había ido a la escuela en Vilassar de Mar durante la guerra y después había aprendido latín con el cura de Vilada. Debido a los ganglios pulmonares se había retrasado en los estudios y cuando volvió hizo siete cursos en cuatro años, también en La Salle. Allí tuvo de compañero de clase al futuro escritor Albert Manent. Algunos días, los dos amigos hacían el camino a casa en medio de larguísimas disquisiciones. Ernest los seguía a una prudente distancia y si pedía ir más deprisa se arriesgaba a que su hermano le riñera.[29]

En aquellos años fue cuando se aficionó a la práctica del deporte, en particular del atletismo, sobre todo a las carreras de medio fondo. Comenzó con carreras de resistencia en Collbató y luego pasó por los Lluïsos de Gràcia, por el Círculo Católico de ese mismo barrio y, al final, a entrenarse en Montjuïc con el Club Natación Barcelona.

Lo hizo con el entonces presidente de la Federación Catalana de Atletismo, Nemesio Ponsati. Este, una de las figuras destacadas del deporte catalán, en particular como pedagogo, era seguidor del espíritu novecentista que había vivido en su juventud y que se basaba en la filosofía higienista.[30]

Para Ernest y sus compañeros —como Romà Cuyàs, que acabaría siendo secretario de Estado para el Deporte, y José Rodríguez, futuro locutor de Radio Juventud—, correr era un juego. En cambio para Ponsati era un trabajo y repetía que «el trabajo forma al hombre». Un hecho que recordaba la concepción del trabajo que Lluch vivía en su casa.

De esta relación nació también su visión del deporte como una «escuela de ciudadanía». El deporte aglutinaba «unos valores —aseguraba— que tienen una extraordinaria importancia en la formación humana (orden, voluntad, sacrificio y todo aquello que representa lo que denominamos fairplay)».[31]

Como la mayoría de los atletas entrenados por Ponsati, Lluch practicó la natación y participó en el Atleta Completo, una competición que consistía en una serie de pruebas combinadas de atletismo y natación, y que respondía al modelo de atleta polivalente al estilo inglés. A pesar de los esfuerzos de Ernest y de alguna victoria, Ponsati le recomendó que, como sacaba muy buenas notas, se concentrara en los estudios porque «en atletismo nunca serás una figura».[32]

No obstante, de adolescente, Lluch no solo se interesó por la práctica del deporte, sino que también le gustaba ejercer de cronista deportivo. Le gustaba participar, pero también relatar lo que sucedía en el estadio. Esto hizo que, a los dieciséis años, con un par de amigos diseñara y autopublicara una revista, La Sexta, de la que aparecieron cuatro números. Se trataba de un par de hojas dobladas en formato de cuartilla, con la cubierta escrita e ilustrada a mano y el resto a máquina. Lluch se reservó el papel de redactor deportivo.[33]

Al finalizar 1953, Ernest se inscribió, medio a escondidas, en el examen de grado superior de bachillerato. Lo pasó a mediados del mes de diciembre con una calificación definitiva de notable: 6,6.[34] Pero tal como quería su padre y él se había visto obligado a hacer, muy a su pesar, Enric tuvo que estudiar mientras trabajaba en el negocio familiar.

El padre no quería, de ninguna de las maneras, que obtuvieran el título y se dedicaran a estudiar, sino que continuaran en el taller. Esta voluntad paterna se encontraba, en gran medida, en medio de la tensa relación que mantenía con sus hijos. Pero su obstinación produjo el efecto contrario, y con creces.

De entrada, Enric compaginó el trabajo con un peritaje textil en la Escuela Industrial, unos estudios que fueron una especie de concesión hacia su padre. Pero no le gustaba, y lo dejó cuando le faltaba una asignatura para completar el título. A continuación se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona, donde entró con más edad de la que le correspondía y estudió Geografía.

Su trayectoria repercutió en la de su hermano pequeño, que sintió aún más la presión del padre para que fuera él quien siguiera el negocio familiar. Y aunque su idea inicial no distaba de la de su hermano mayor, de entrada se avino. Ernest nunca tuvo el carácter rebelde y frentista de Enric.

Ernest Lluch

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