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CARTA INESPERADA DESDE SUECA
ОглавлениеA las puertas del San Juan de 1966, cuando los efectos de la Capuchinada todavía estaban muy vivos, Lluch recibió una carta desde Sueca. «Resulta —expresaba su autor— que unos representantes del capitalismo local (tendencialmente monopolista, dicho sea de paso) tienen la pretensión de confeccionar un libro gordo y serio sobre eso que llaman “la economía valenciana”: el Banco de Valencia, quiere llamarse el Banco Central, quiere llamarse —a escala doméstica— el señor Villalonga».[162]
Se trataba de Joan Fuster, el intelectual valenciano, escritor, agitador, abogado, que entonces tenía cuarenta y cuatro años, y con el que había estado a punto de coincidir en Toledo. «La idea me parece muy razonable y digna de apoyo, ya que se trata de un papel —dos o tres volúmenes— meramente “descriptivo”. No hay precedentes de ello en este rincón del mundo. Por tanto: “Hágase el milagro, hágalo el diablo”».
Estaba claro que la participación en los estudios de economía regional y muy probablemente su intervención en los Coloquios en los que estaba presente Ventura —intelectual y periodista de Castellón de la Plana, que entonces tenía cuarenta y dos años— habían dado sus frutos. Ernest se había ganado un cierto prestigio, a pesar de su juventud, de savoir faire. Fuster y Ventura mantenían, ya entonces, una relación constante.
«Bien, los representantes en cuestión han venido a mí y a mis amigos —proseguía el de Sueca— con la esperanza de que podamos sacarles las castañas del fuego. Nuestra incompetencia es absolutamente clara pero hemos accedido a intervenir como “consejeros”. Hemos estudiado la manera de obviar nuestra falta de competencia y para ello hemos pensado en ti. Parece que tienes fama de chico listo y de experto en la materia (si no en la variante “valenciana”, al menos en general). ¿Podríamos ponerlo a prueba?».
Fuster le ofreció ir unos días a Valencia para hablar del esquema del libro proyectado. Le pagarían viajes y estancia, y algún dinero complementario. «¡Pero no te hagas ilusiones! La experiencia muestra que el capitalista indígena no se distingue por su generosidad», recalcaba aquel hombre tan agudo. El trabajo no era incompatible con cualquier otro que tuviera entre manos, y eso interesaba a Ernest especialmente.
No era del todo un contacto a ciegas aunque lo pareciera. «De hecho, yo no sé dónde ni para quién trabajas, pero si trabajas es seguro que lo haces para un capitalista u otro». Así que se despidió con un «¡qué los dioses te sean propicios y te ayuden a decir que sí!».[163] Lluch, sin embargo, no aceptó de entrada. Tenía que pensarlo.
Entretanto, la inestabilidad universitaria en Barcelona se iba haciendo cada vez más patente. Desde el verano de 1965, Francisco García-Valdecasas era rector de la Universidad en sustitución del antropólogo y físico barcelonés Santiago Alcobé, que lo había sido un par de años.
Lo habían relevado porque este último tenía fama de débil en la represión a los estudiantes, después de que el matemático tarraconense Antonio Torroja, entre 1957 y 1963, hubiera dejado una cierta estela de dureza. Alcobé ya no contaba con la complicidad del Gobierno Civil, y la universidad era una bomba de relojería que había que controlar.
El ministro de Educación, Manuel Lora Tamayo, en el cargo desde 1962, había nombrado a García Valdecasas, quien, junto con Mario Pifarré como decano de la Facultad de Economía, formaban un tándem represivo en el momento en que el régimen fulminó el SEU. Se había buscado, pues, un perfil al que no le temblara el pulso a la hora de actuar contra los contestatarios.
Durante el decanato de Pifarré, entre los años 1965 y 1968, se expedientó a más de trescientos alumnos y a seis catedráticos, entre ellos el propio Estapé. Desde su primera intervención represiva como vicerrector en 1957, García-Valdecasas no había dejado de dirigir o de intervenir en este tipo de actividades.
Y es que la situación en la universidad preocupaba mucho al régimen, que veía cómo crecía el nivel de conflictividad a partir de reivindicaciones genéricas de corte democrático junto con otras centradas en la autonomía económica e institucional de la propia educación superior. Dado, además, que habían fracasado en el intento de encuadrar políticamente a los estudiantes, el franquismo solo se planteaba la opción de mano dura.
Esa decisión fue contraproducente, porque la misma represión aplastó a las direcciones estudiantiles, hasta cierto punto contemporizadoras, y radicalizó y fragmentó a los núcleos dirigentes. A ello contribuyó, además, que el perfil de los estudiantes cambiara porque cambiaban los tiempos y porque su extracción socioeconómica era diferente de la de los estudiantes de antes. Eso haría, irónicamente, que el propio SDEUB entrara en decadencia en un año.[164]