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HIJO DE MENESTRALES Y DE CARDENALES

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La extracción social de Lluch era completamente convencional. Su abuelo, Enric Lluch Tagell, había nacido en Barcelona en 1878 y con catorce años había empezado de aprendiz en Matas & Cia, una empresa importante de fabricación de cintería, gomas elásticas y cinturones establecida en Gracia. Sin embargo, había decidido probar fortuna en La Habana.

Después de un malentendido con un desfalco de dinero, del que posteriormente se aclaró que él no había sido responsable, en 1898 volvió tan «pelado» como se había ido y entró a trabajar en Rivière, una empresa de telas metálicas. De allí Enric pasó a Palés, una empresa de harinas, y de nuevo a Matas & Cia.

Al comenzar el nuevo siglo se casó con la barcelonesa, también de familia menestral, Antònia Casas Amat, en la parroquia de la Mercè, en la plaza homónima del Barrio Gótico. El matrimonio tuvo nueve hijos. El primero, bautizado como el progenitor, nació el 29 de julio de 1902. Enric Lluch Casas sería el padre de Ernest.

Antònia Casas, sin embargo, quedó viuda con sus hijos a los cuarenta años y vivió en un piso del barrio de Santa María del Mar, con visitas esporádicas a Esparraguera, donde tenía familia. Era una mujer inteligente, asidua lectora de prensa y que, a pesar de su situación, procuraba formarse por las noches.[9]

Para mantener a sus hijos se hizo cargo de un negocio familiar, una agencia de aduanas de transporte internacional, la Agencia Lluch. Como a uno de ellos le recomendaron el aire del mar, la familia se trasladó a Vilassar de Mar. En aquel primer cuarto del siglo XX y en una población pequeña, que una mujer recibiera forasteros no estaba bien visto y la gente murmuraba. Hastiada, un día atendió a los clientes de la Agencia en la calle para que todo el mundo viera a qué se dedicaba.

Cuando estuvo en edad de trabajar, su primogénito entró en la misma empresa donde lo había hecho su padre, Matas & Cia, y llegó a ejercer de viajante de comercio. En Vilassar, Enric Lluch Casas conoció a la que sería la madre de Ernest, Jacinta Martín Julià, que había nacido en 1905 y había ido a la escuela hasta los catorce años. La madre de Jacinta, Rosa Julià Sust, era barcelonesa, pero el padre, Francisco Martín Forteza, era ibicenco de nacimiento y ejercía de médico en Vilassar, Cabrils y Cabrera.

La familia de este último procedía del pueblo de La Horcajada, cerca de la sierra de Gredos, en Ávila. El padre de Francisco era un militar chusquero destinado a Baleares, donde su hijo había aprendido medicina. El médico Martín Forteza murió de la gripe española y Rosa Julià tuvo que hacerse cargo de sus siete hijos.

Enric y Jacinta, por tanto, eran hijos de dos viudas que habían quedado al cargo de familias numerosas. No era raro que el afán por el trabajo imperara en ambas ramas. Se casaron el 26 de mayo de 1927, en plena dictadura de Primo de Rivera, y fueron a vivir a Vilassar de Mar. Él iba y venía en tren para trabajar en Barcelona.

Su primogénito, bautizado con el nombre de Enric como el padre para seguir la tradición familiar, nació el 19 de febrero de 1928. El año siguiente lo hizo Montserrat y en 1931 Francesc, también en Barcelona, quien murió de forma prematura. A pesar de vivir en Vilassar, los tres nacieron en Barcelona porque Jacinta iba a dar a luz a casa de su madre, que entonces vivía en la calle Consell de Cent. El último de los hermanos en venir al mundo fue Ernest Lluch Martín, el 21 de enero de 1937. Los padres le pusieron este nombre en recuerdo de un tío de la madre, Ernest Julià Sust, el tío Ernestu, capitán de barco, que al comenzar la guerra civil fue asesinado por el comité local de Vilassar por desavenencias anteriores.[10]

En otras circunstancias, el chico también habría nacido en una ciudad, pero lo hizo en Vilassar de Mar porque la guerra no le permitió a su madre trasladarse a la ciudad para dar a luz como con sus otros hermanos. Además, el entramado familiar de fuera de Barcelona les permitía soportar mejor las circunstancias derivadas de la vida en la retaguardia.[11] Y es que, durante la contienda, los Lluch no pararon de moverse. De Vilassar fueron a la Barceloneta, y de allí a Esparreguera para huir de los bombardeos.[12] El padre de familia, que al estallar la guerra tenía treinta y cuatro años, simpatizaba con Acció Catalana, partido catalanista, republicano y liberal.

Cuando nació Ernest, apenas hacía diez días que el consejero primero y de Economía del Gobierno de la Generalitat, Josep Tarradellas, había llevado al consejo ejecutivo lo que se conocerían como los decretos de S’Agaró. El artífice entre bambalinas del conjunto de medidas económicas que se proponían para hacer frente a las necesidades de la guerra —referidas a la hacienda de la Generalitat y de la municipal, régimen de apropiaciones, regulación del comercio exterior y de los funcionarios, entre otros— era el prestigioso economista Joan Sardà.[13]

El nacimiento de Ernest no había venido anunciado por una noche de vientos huracanados como el de Alejandro Magno, pero para los aficionados a buscar augurios la proximidad con los decretos de S’Agaró, como ascendente para un futuro historiador del pensamiento económico, es una señal que no se puede pasar por alto.

Ernest pasó su infancia al amparo del ritmo que marcaba su hermano Enric, nueve años mayor. Terminada la guerra, para intentar curar unos ganglios pulmonares de Enric, la familia se trasladó a Vilada, en la comarca del Berguedà. Más adelante, a mediados de los cuarenta, en pleno inicio de la dura posguerra franquista, la familia Lluch fue a vivir primero a la calle Mare de Déu del Coll de Barcelona, y después a una travesía de esta, el pasaje Garcia i Robles, en el barrio de Vallcarca, distrito de Gràcia, estableciéndose allí de manera definitiva. No obstante, las visitas a los parientes de Vilassar eran frecuentes, sobre todo en los veranos, que los hermanos aprovechaban para salir de excursión por la cordillera litoral, o para navegar en patín o a remo.

Después de años en la empresa Matas, el padre conocía bien el negocio de las ligas, los tirantes, los cinturones y las pieles curtidas, y se estableció con un socio, Joan Deulofeu, por cuenta propia —aunque el empresario Matas tenía una participación— con un pequeño taller en la calle Cotoners, en los bajos de una casa de tres pisos heredada por la rama de los Lluch, que también daba a la calle Princesa, en el barrio de la Ribera, junto a Via Laietana.[14] Muchos años después, un jovencísimo pintor, Miquel Barceló, se alojaría en el gallinero de este edificio durante su vida bohemia en Barcelona y mientras estudiaba en la Escuela Massana de Arte y Diseño.

El negocio de la familia Lluch se completaba con una pequeña fábrica en Horta, con media docena de telares y una decena de personas en unos bajos alquilados en Can Sabastida, una masía de los barones de Albi. Cuando tenían visitas, el barón le pedía a Lluch Casas que las trabajadoras no hicieran ruido, o directamente que no fueran, y él mismo les pagaría el trabajo. No quería que se supiera que su menguada economía lo llevaba a tener inquilinos.

Allí, los tres hermanos pasaban las horas que no tenían colegio y aprendieron a hacer cinturones y a grabar piel.[15] Llegó un momento, sin embargo, en el que los tres socios decidieron partir peras. En el reparto, a Enric Lluch le tocó el pequeño taller de la calle Cotoners.

Los Lluch Martín eran antifranquistas y, dentro de las posibilidades, en su casa se respiraba un ambiente liberal y catalanista. Así era como se consideraban, catalanistas, nunca nacionalistas catalanes, una terminología que no usaban para designarse, como le gustaba remarcar a Ernest.[16] Aunque la familia de Jacinta hablaba en castellano, en casa el matrimonio siempre lo hizo en catalán.

En la mesa se discutía de política. El padre tenía en buena consideración al socialista italiano Pietro Nenni, en aquellos años vicepresidente del Consejo de Ministros y ministro de Exteriores de Italia, y al también socialista y primer ministro de la India, Jawaharlal Nehru. Escuchaban la BBC y, si sintonizaban Radio Nacional, apagaban el aparato antes de que sonara el himno franquista. Leían la revista Destino y La Vanguardia, de la que eran suscriptores.[17]

La visión austera de la vida, que tanta huella dejaría en los tres hijos, se la transmitió sobre todo Jacinta, una mujer trabajadora, con un gran sentido del deber y de la renuncia.[18] Ernest, al contrario de Enric, que siempre fue más distante respecto a la familia, fue el hijo que aglutinó a los hermanos en torno a la madre, a la que admiraba más que a su padre, con el que la relación nunca funcionó.[19]

Jacinta era monárquica —aunque no le gustaba don Juan de Borbón, entre otras razones porque iba tatuado—, muy aficionada a oír misa, y un persona que daba mucha importancia a la cultura. Era serena, pero dominadora, y le gustaba que se notara que era la madre. Mandaba e insistía mucho en el respeto familiar. Casi siempre le gustaba destacar que era hija de un médico y otorgarse un cierto pedigrí. Algo que, cuando le convenía, Ernest también usaba para remarcar que venía de una familia de comerciantes, aunque también de cardenales.[20]

A esta altisonante conclusión de su estirpe había llegado por azar. Entre los papeles familiares había encontrado una libreta de un hermano de su padre, Pau Lluch i Casas, que durante la guerra murió tuberculoso combatiendo por el bando republicano y fue enterrado en Valdeganga, una población de Albacete. Su tío se había dedicado a anotar lo que sabía de sus antepasados, a partir de una libreta anterior que otro pariente, Antoni Lluch Garriga, había confeccionado en 1843.[21]

El hallazgo llevó a Ernest a enterarse de que una tatarabuela suya, Elisea Lluch Garriga, se había casado, el 25 de mayo de 1854, con Joaquim Rubió i Ors, lo Gaiter del Llobregat.[22] Este hecho le permitía asegurar incluso que «mi familia desciende del primer autor de la Renaixença catalana».[23] Entre los antepasados mencionados en las páginas aparecía, además, el cardenal manresano del siglo XIX Joaquín Lluch Garriga, de quien Ernest descubriría años más tarde una placa conmemorativa en su casa natal de la plaza Mayor de Manresa.

Estaba, pues, emparentado con un cardenal... o dos, porque un primo de su abuela, Anselm M. Albareda —que era benedictino—, también había llevado el birrete cardenalicio.[24] No está nada mal. Sobre todo si en un momento u otro había que reivindicar frente a alguien, aunque solo fuera para fastidiar y mencionarlo con socarronería, que él también venía de buena cuna, aunque fuera de refilón.

Ernest Lluch

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