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8 UN ESPEJO CON DOS CARAS (1085-1212)

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No ames al mundo temerariamente

porque, bajo la seda y el bordado,

de una infiel inconstancia está marcado.

Lo dice Mutamid, viejo, indigente.

AL-MUTAMID

El problema de la historia de España en el siglo XII, o más exactamente entre 1085 y 1212, adopta la forma de una serie de conflictos sin resolver: cómo alimentar el sentimiento de superioridad europeo a la sombra de la rocosa e imperturbable civilización árabe que recupera su tono vital de antaño bajo la dirección de los almorávides y de los almohades; cómo preservar un legado libre de supersticiones donde cupieran las tres sensibilidades religiosas presentes en su territorio, judíos, cristianos y musulmanes; cómo abandonar el sistema feudal sin que ello afectara a la jerarquía nobiliaria; cómo emprender el camino de la modernidad literaria y artística, vinculada al gótico, sin renunciar a los esplendores del románico; cómo integrarse en las redes del comercio internacional promovidas por Génova, Pisa y Venecia sin verse arrastrado a su sistema político de corte republicano.

Un judío de Tudela de nombre Benjamín viajó por el mundo hacia 1160. Al igual que otros viajeros, peregrinos o cruzados de la época pudo ver muchos indicios de la dominación mercantil en el mundo, como por ejemplo la presencia de las factorías genovesas en lugares claves de la economía de los fatimíes de El Cairo o de los ayubíes de Alepo; pero lo que más le sorprendió fue un estado de ánimo más proclive al acuerdo entre culturas diversas que al enfrentamiento o la destrucción. Antes de su viaje a los puertos de Siria, Asia era todavía una región misteriosa cerrada al mundo, salvo para algunos intrépidos aventureros del tipo Simbad el Marino de Las mil y una noches. De repente, sin embargo, a mediados del siglo XII, Asia abrió sus puertas a los comerciantes que llegaban a Bujará o Samarcanda en busca de los preciados objetos de lujo como la seda y las especias, con inesperados resultados en el inmenso territorio de las estepas donde los mongoles terminarían por reunirse bajo la égida de Gengis Khan. La obra de Benjamín es un espejo de su época y una llamada de atención a las posibilidades de un mundo de horizontes abiertos. En España, la solución fue fingirse extranjero en la sociedad en la que se vivía; mantenerse al margen de las consignas oficiales y del miserable aspecto de una política que buscaba más el desgaste del adversario que la colaboración con él.

De paso, no hay que dejar de comprender los tres grandes iconos que esa época ha dejado en la memoria social española. Cada uno de ellos conmovido por distintos motivos. Uno es el Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela, que es, a la vez, una respuesta al espíritu de peregrinación, una brillante reflexión sobre el equilibrio del mundo debida al maestro Mateo y el último esplendor del arte románico. El otro es la Giralda de Sevilla, que hace alarde de su esbelta verticalidad convirtiendo el gran minarete cuadrado de la vieja mezquita, hoy desaparecida, en el mayor icono de una ciudad de olor especial. El tercero, la portada románica de Ripoll, una biblia de piedra.

España, una nueva historia

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