Читать книгу España, una nueva historia - José Enrique Ruiz-Domènec - Страница 76

PAVANA POR LOS ALMORÁVIDES

Оглавление

Cuando comenzaron los primeros roces de Alfonso VI con el Cid, los almorávides (cuyo nombre procede del árabe al-murâbitûm, vale decir, hombres de los ribât) habitaban en un reino sin apenas importancia situado al sudoeste de la moderna Mauritania, en la región situada entre los ríos Senegal y Níger. Su sociedad era tribal y su riqueza se basaba en los rebaños y en el control de las caravanas que llevaban oro, sal y esclavos a los mercados del Mediterráneo. Es poco probable que los leoneses, los castellanos, los navarros o los catalanes hubieran oído hablar alguna vez de la existencia de una confederación de bereberes nómadas llamada lamtuma, y menos de los Sanhâja; y más improbable aún es que supieran algo de las predicaciones de Yahyâ ibn Ibraim al-Gudali y de los alfaquíes maliquitas de Fez.

Entre las décadas de 1040 y 1070, los almorávides conquistaron un extenso territorio, desde el río Níger hasta el estrecho de Gibraltar, gracias al descontento existente en varios de los reinos vecinos, la ausencia total de una convicción religiosa entre sus rivales y la dureza de su estilo de combate. Siyilmasa, Fez y Tánger cayeron en manos de unos nómadas que no habían visto nunca una gran ciudad, lo que no fue ningún obstáculo para la fundación de Marrakech con poderosas murallas, a la que convirtieron en capital de su imperio. En 1085, Yûsuf ibn Tâshfîn, emir de los creyentes, recibió una petición de ayuda por parte de los reyes de Sevilla y Granada. El historiador tunecino del siglo XIV Ibn Jaldûn afirmaba que con ellos empezó una nueva edad para el islam. No se equivocó en el diagnóstico. Casi nunca lo hacía.

En 1086, después de una campaña por el norte de Marruecos, Yûsuf ibn Tâshfîn llegó a Jerez y sentó sus reales a las afueras de la ciudad: los nobles andalusíes acudieron a presentarle peticiones y solicitudes de todo tipo, entre ellos algunos reyes de taifas cuyo poder se tambaleaba. Fue aquel un momento trascendental de la historia de España, la primera ocasión que un emir africano era accesible a los ambiciosos peticionarios andalusíes y que se sentaba ante ellos para hablarles de los juristas maliquitas y por extensión de un islam reformado. Los almorávides no tenían ni la más remota idea de lo que eran la guerra de frontera ni los acuerdos entre cristianos y musulmanes en la península Ibérica. A diferencia de los reyes de taifas que suplicaban su ayuda, nunca pensaron en un pacto político y menos en la entrega de tributos, de parias, para detener sus correrías. Habían acudido allí para hacer la guerra y recuperar las tierras perdidas por los indolentes reyes andalusíes.

España, una nueva historia

Подняться наверх