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ÓRDENES MILITARES ESPAÑOLAS

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Cabe preguntarse si dentro de esta política de guerra continuada en la frontera contra el islam pueden integrarse elementos de la ideología de la cruzada dominante en buena parte de la sociedad europea en el siglo XII y, en tal caso, cuáles serían dichos elementos. ¿Se trataría de algo más que la consolidación de la figura de los monjes-soldados que los cruzados cimentaron durante el asedio de Jerusalén en 1099? Las órdenes militares de Calatrava, Santiago y Alcántara incorporan una nueva acepción de la guerra santa, según la cual la guerra contra los andalusíes se tiene que adaptar a la idiosincrasia de los pueblos de la península Ibérica, incluida su inclinación por el casticismo y el populismo en la conducta militar.

Tras ser abandonada por los templarios, Calatrava fue entregada por Sancho III de Castilla al abad Raimundo de Fitero, que había conseguido reunir en torno suyo a un grupo de nobles y caballeros, inspirados en el Císter, al frente de los cuales se encontraba Diego de Velázquez, un burgalés de la Bureva. El abad y el caballero lograron defender la plaza, gesta insólita para los nobles castellanos o sus adversarios musulmanes. Esto se relaciona estrechamente con la aparición de un espíritu de cruzada, que tuvo su reconocimiento en la ciudad de Almansa, donde el rey firmó, el 1 de enero del año 1158, la carta de donación perpetua de la villa y fortaleza de Calatrava a la Orden del Císter, representada por el abad don Raimundo, y a todos sus monjes, para que la tuvieran para siempre y que, con ayuda del monarca, la defendieran de los enemigos de Cristo. El rey de Navarra, descendiente de Sancho el Mayor, y el conde de Sigüenza, futuro arzobispo de Toledo, apoyaron la iniciativa, que contó con un éxito inesperado. La suprema ironía de la situación creada en Calatrava, como se puede comprobar de inmediato, es que la regla del Císter tendía a la vida contemplativa, mientras que los caballeros allí asentados buscaban la santificación por medio de las armas. Triunfaron estos últimos, creando una auténtica orden de caballería con el nombre de aquella localidad: la Orden Militar de Calatrava. Su primer maestre fue don García, según consta en documentos de 1164. Poco después recibía la aprobación papal. Eligieron como divisa una cruz roja con cuatro lises en las puntas. A la muerte de don García le sucedió Fernando Escaza, que rigió los destinos de la orden durante los años en que Alfonso VIII de Castilla conquistaba Cuenca y en los que Alfonso II de Aragón hacía lo propio con Alcañiz.

El gesto de Sancho III estimuló a otros caballeros a seguir sus pasos. Así lo hicieron, en 1161, doce caballeros salmantinos, entre los que figuraban Suero Rodríguez y Pedro Fernández, que acordaron reunirse en una hermandad o cofradía de carácter militar y religioso, que pronto fue apoyada por el rey Fernando II de León y por el arzobispo de Compostela. La cofradía, que recibió el nombre de Orden de Santiago, fue aprobada por el Papa en 1175. En la Chronica de la Orden y Cavallería de Santiago, el licenciado y capellán de la corte Francisco de Rades y Andrada aborda uno de los aspectos más controvertidos de la fundación de esta orden: la situación moral de España en la segunda mitad del siglo XII, dominada, según él, por la insidiosa y silente codicia de los que planeaban la destrucción de su país en beneficio propio, sin atender a las necesidades del alma. Y señala así que «en estos tan claros varones su mal vivir oscureció mucho el resplandor y claridad de su loor. Y no es de maravillar, porque eran gastadores de sus cosas, y codiciosos de las ajenas: prestos para todo mal, y desenfrenados para cometer todo vicio. Y así como eran mucho tenidos en los actos de la Caballería terrenal, así estaban enlazados en todas las enormidades de malicia y pecados».

La toma de conciencia de la calamitosa vida política española provocó la reacción de algunos nobles que, impulsados por la fe, apostaron por un nuevo estilo de vida, una actitud que queda reflejada en el documento de fundación de la orden: «Y los dichos caballeros, viendo el gran peligro que estaba aparejado a los cristianos, inspirados por la gracia del Espíritu Santo, para reprimir a los enemigos de Cristo y para defender su Santa Iglesia, hicieron de sí muro, para quebrantar la soberbia y furia de aquellos que eran sin fe. Y pusieron la Cruz en sus pechos en manera de espada, con la señal e invocación del bienaventurado apóstol Santiago. Y ordenaron que en adelante no peleasen contra los cristianos, ni hiciesen mal ni daño a sus cosas. Y renunciaron y desampararon todas las honras y pompas mundanas, y dejaron las vestiduras preciosas, y los cabellos largos, y todas las otras cosas en que hay mucha vanidad y poca utilidad: y prometieron de no ir contra aquellas cosas que las sanctas escrituras defienden, y de pelear siempre contra los paganos, por tener a Dios aplacado cerca de sí, y de vivir ordenadamente por autoridad de la ley divina».

De igual manera se comportaron unos caballeros salmantinos, vinculados a la Orden de los Hospitalarios de Jerusalén, cuya actividad militar, a mediados del siglo XII, se centraba en la Ribera del Duero, frontera en esos años del reino leonés con los musulmanes de Extremadura. La figura que los aglutinó fue Suero Fernández Barrientos, un personaje singular cuya mítica aureola debemos seguir con el fin de precisar los motivos que llevaron a crear la Orden Militar de Alcántara.

Suero Fernández Barrientos era salmantino. Un leonés. No era ajeno a ninguna de las presiones culturales y políticas de su país en tiempos del rey Fernando II (1157-1189), y su leyenda, recogida en numerosos relatos de la orden y en algunas crónicas palaciegas, contiene interesantes reflexiones sobre el significado de las órdenes militares, pues va más allá de una mera justificación de la violencia o de la guerra santa contra el islam. Que el frío guerrero de la frontera, en busca de un sentido para la vida, se encuentre con un viejo ermitaño de nombre Amando, un veterano de la cruzada en Tierra Santa, es un tema que la novela de Chrétien de Troyes convertirá en un motivo recurrente para los caballeros de la Tabla Redonda; pero en este caso nos encontramos con un personaje de carne y hueso, conocido por mucha gente, y cuyas acciones constituyen implícitamente el desencadenante de un hecho histórico de primera magnitud. El ermitaño convenció a los caballeros salmantinos para que levantaran una fortaleza al estilo de las que la Orden del Temple tenía en Palestina. Suero Fernández Barrientos no se amedrentó y no dudó en afrontar la verdadera vida, que no era otra que ponerse al servicio de Dios. El espíritu de la guerra santa aplica a la conducta humana unas severas reglas de comportamiento. Un monje del Císter aconsejó a él y a sus amigos que se atuvieran a las reglas de su orden, y llamó a otros monjes con el fin de que pudieran instruirles en dicha regla. Quedó así constituida una orden de caballería que recibió el nombre de Orden de San Julián de Perero, en honor al santo patrón de la ermita de Amando. Poco después, en 1177, y gracias al apoyo del rey Fernando II, recibió la aprobación del Papa. La divisa elegida fue una túnica blanca, capa negra y la cruz de color verde en el pecho.

Los miembros de la Orden de Alcántara se sometían a los tres votos de obediencia, pobreza y castidad perpetua. Solo tres días de la semana comían carne y otros tres ayunaban, desde la Cruz de septiembre hasta Resurrección. Dormían vestidos, guardaban silencio en la iglesia y en el refectorio. Llevaban el pelo cortado por encima de la oreja y la barba redonda. Cuando, por tregua u otra razón, no se empleaban en los menesteres guerreros, permanecían recluidos en el convento, con plena observancia de la regla. Muerto el fundador de la orden, don Suero Fernández Barrientos, le sucedió en el gobierno de la misma don Gómez Fernández, su compañero de fundación y, según la opinión de algunos, su hermano, ya con el título de prior. Don Gómez Fernández extendió la orden a Castilla y, sabedor de que Alfonso VIII preparaba una irrupción en la Extremadura musulmana, le ofreció sus servicios, que fueron aceptados.

España, una nueva historia

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