Читать книгу España, una nueva historia - José Enrique Ruiz-Domènec - Страница 90

La bataille n’est pas la guerre.

GEORGES DUBY

La batalla en campo abierto es una idea central del cosmos europeo a comienzos del siglo XIII. Cualquier persona de aquella época en sintonía con dicha concepción (un rey, un cortesano, un caballero, un monje, un clérigo, un burgués, un campesino, incluso un siervo de la gleba) acepta sin discusión el resultado de esa acción. La batalla, sin embargo, es fruto de la voluntad y de una idea simbólica del poder, confrontada con las necesidades de una sociedad siempre al borde de la subsistencia. El ceremonial de la corte que acompaña a la batalla y la continúa es como un orden cósmico que puede mantenerse en todo su esplendor únicamente mediante un sólido imaginario social y que no puede verse comprometido por la debilidad de un rey. A mayor escala, encontramos el ideal de la defensa de la patria, cuya encarnación material es un conjunto monumental amurallado: un castillo, una ciudad o un monasterio. Las murallas definen el espacio y sostienen los asedios del enemigo. Aunque a la hora de la verdad, los reyes buscaban legitimar su papel en un enfrentamiento en campo abierto, en una sola jornada, donde, en la opinión de la época, Dios determinaba quién debía ser el vencedor. Algunos historiadores modernos opinan que los reyes del siglo XIII utilizaban estas ideas para controlar a la gente y a los enemigos externos, y en ocasiones para justificar sus codiciosos planes de expansión territorial. Fuera como fuese, el caso es que la historia de España se va a decidir en dos batallas campales consecutivas, con pocos meses de separación, aunque en lugares alejados entre sí. Una victoria y una derrota, como si se tratase de la cara y el reverso de una moneda. La primera tuvo lugar en las Navas de Tolosa, en Despeñaperros; la segunda en Muret, cerca de los Pirineos. Pensar en ellas nos ayudará a entender un poco más la historia que aquí trato de condensar.