Читать книгу España, una nueva historia - José Enrique Ruiz-Domènec - Страница 92
ALFONSO VIII, SIEMPRE A CABALLO
ОглавлениеLa figura de Alfonso VIII nos sume hoy en día en una molesta incomodidad, no solo por la leyenda y por su excesiva notoriedad, que tiene un carácter nuevo, propio de la épica de la guerra santa, alejado del ideal plutarquiano, sino porque nos vemos obligados a reconocer que, en el melodrama que se está creando en esa larga marcha, y que culmina en la jornada de las Navas de Tolosa, esa figura es realmente la encarnación histórica de la voluntad de España por reconocerse en un hecho de armas; de la grandiosa ilusión de que en un pasado tan remoto se pueden rastrear principios de entidad nacional que veremos florecer en otros momentos cruciales, la guerra contra Napoleón sin ir más lejos. La geografía crea esa ilusión en la memoria social. Cerca de Bailén, donde Alfonso VIII se enfrenta con el califa almohade, el general Castaños se encontrará siglos después con las tropas del general francés Dupond. Esta manía de convertir los acontecimientos en principios morales, que pertenece a la pomposa herencia del siglo XIX, aproxima a Alfonso VIII al general Castaños.
En cuanto a Blanca de Castilla, sin duda pretendía como máximo comprender el acontecimiento, vincularlo a la consolidación del Estado dinástico, de la que ella era una pieza fundamental. Y adopta este papel no solo por orgullo familiar o por finura cortesana, sino por estar completamente convencida de la superioridad de la cultura europea sobre la árabe, de la caballería cristiana sobre el ejército almohade.
Tras la victoria, los diferentes reyes «españoles» regresaron a sus respectivos reinos. Sancho el Fuerte a Pamplona; Pedro el Católico a Barcelona. La realidad se iba a imponer de repente sobre las ilusiones forjadas en la campaña contra el Imperio almohade. Una realidad histórica compleja, que se iba fraguando en contra de lo que la negaba, a contracorriente, sin respiro. La decisión de Pedro II de Aragón, uno de los héroes católicos en la jornada de las Navas de Tolosa, ante el conflicto religioso de los Pirineos es la mejor prueba de que la unidad de acción española era de momento solo un mito político.