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VALENCIA, DESAFÍO DE UN REY

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¿Qué fue de esa historia de conquistas, toques de rebato y ocupación de huertas desde el sistema Ibérico hasta la cuenca del Segura? Valencia es el desafío de un rey y al mismo tiempo su mejor respuesta. Un día en Alcañiz le comentó al noble aragonés Blasco de Alagón que se debía avanzar en dirección sureste, y eso fue suficiente. La fácil conquista de Morella en 1232 simplificó las cosas. Ningún noble se resistió desde entonces a la invitación del rey Jaime. Les quemaba el deseo de aventuras. Muchos encontrarían la muerte, una muerte honorable, confirmando con ese gesto la triste gloria de los ideales caballerescos: pasados los años del amor cortés quedaba el vértigo de la muerte. Entre 1232-1245, Thanatos venció a Eros al sur del río Ebro. Luis IX, rey de Francia, gran caballero y mejor cruzado, reconocía al nuevo rey de Aragón como su amigo, obstinado en no ser su pariente, ya que Jaime I insistió en divorciarse de Leonor, hermana de Blanca de Castilla, la venerada madre del rey francés. Muret quedó atrás en Corbeil, un tratado decisivo para la futura historia de España, al renunciar a los derechos dinásticos sobre Occitania. Jaime I encontró en el terreno diplomático la legitimidad que su padre había perdido en el campo de batalla.

La bulliciosa historia de la conquista de Valencia es una serie de campañas militares, inspiradas en el espíritu de la caballería europea. Siguiendo el juicioso relato que José Hinojosa hace de ella, podemos determinar su auténtica secuencia histórica. Cómo se conquista Burriana, y tras ella Peñíscola y las alquerías de Benicarló, Irta, Castellón, Borriol; cómo los templarios y los hospitalarios se ponen de acuerdo para repartirse las plazas de Alcosebre, Calig y Chert entre otras; cómo se reúnen las Cortes en Monzón el 15 de octubre de 1235 y se ultiman los detalles de la campaña contra Valencia; cómo, al cabo, la auctoritas es absorbida por la potestas, inyectando el ideal de cruzada a la expedición que le hará desde ese momento en adelante un hombre querido por el Papa; todo esto es en primer lugar una secuencia de gloriosas hazañas, fets dice el propio Jaime I en su libro de memorias.

Eran heroicos los mecanismos que había puesto en marcha la pesada máquina del cerco a Valencia. Luego, tras la conquista de Almenara, Uixó, Nubles, Bétera, Bofilla y Paterna, se amagan con discreción para mostrar el verdadero rostro de la guerra de asedio. Ya solo quedaba por verificar el aspecto más banal; el ritual de la negociación con vistas a una futura capitulación. Todo el artificio de la política europea del siglo XIII, que es el mejor concebido para doblegar a un adversario convertido en enemigo de la fe, encuentra su sello en la confección de las capitulaciones del reino de Valencia. Según Hinojosa, en el acuerdo se fijaron cinco importantes condiciones: 1. Los musulmanes, hombres y mujeres, que quisieran abandonar la ciudad podrían partir seguros, llevando sus ropas y armas. Tendrían opción a ello durante los primeros veinte días siguientes a la ocupación. 2. Los moros que quisieran permanecer en el término de Valencia se quedarían salvos, bajo la protección real, debiendo ponerse de acuerdo con quienes tuvieran las heredades. 3. Jaime I prometía a Zayyan una tregua de siete años, durante los cuales ni él ni sus vasallos le harían mal o guerra, por tierra o mar, ni en Denia ni en Cullera y en sus términos. Si alguien quebrantaba la tregua, Jaime I se comprometía a reinstaurarla de inmediato. 4. El rey hizo jurar a los nobles que se mantendría este pacto. 5. Zayyan prometía a Jaime I entregarle en el plazo de veinte días todos los castillos situados al norte de Júcar, quedando excluidos los de Cullera y Denia y su territorio.

Las capitulaciones fueron solamente el comienzo. Luego llegó el turno a la colonización con campesinos procedentes de Aragón y Cataluña. Para que se intervenga con decisiones tan drásticas y corrosivas sobre la economía y la sociedad andalusí es preciso que el gesto se origine en algo que lo legitime ante la conciencia del mundo, y es precisamente Jaime I quien fija este elemento en la voluntad de conquista, en tanto que afirmación de la voluntad de Dios; o, como él mismo ordenó que se anotase: «E quan vim nostra senyera sus en la torre, descavalgam del caval, e endreçam nos ves horient, e ploram de postres uyls e besam la terra, per la gran merce que Deus nos havia feyta». Los devastadores efectos de esa voluntad conquistadora obligarían a conservar el recuerdo de las hazañas del rey. De la teología de la guerra santa se pasa a un ceremonial cuya fuente no se consigue descubrir porque forma parte de la cultura popular. Así, en todas sus convulsiones, en sus nostálgicos requerimientos a un pasado mítico, en su gesto imperioso y a veces kitsch, lo que hoy se conoce como «fiestas de moros y cristianos» lleva en sí mismo, oculto en su constitución interna, un elemento no percibido pero esencial de la memoria social de un pueblo. En ese ceremonial se produce, en clave de sátira, una catarsis de los elementos heroicos sublimados por la escritura del rey, un rechazo a los hechos con la triste grandeza de quien sabe que son irreversibles.

España, una nueva historia

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