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FERNANDO III Y LA LITERATURA DE SU TIEMPO
ОглавлениеFernando III de Castilla oficia su papel en la historia de España desde el inicio mismo de su proclamación como rey de Castilla, tras la muerte de su tío materno Enrique I en 1217, gracias a una convicción y una práctica bien conocidas de sus ficciones: el rey debe crear su propia leyenda. Y la de Fernando es la de un ser elegido por la providencia, el árbitro de la vida pública española en su calidad de santo, mucho antes de ser elevado a los altares por el papa Clemente X en 1617, el rey que fue capaz de construir el futuro mediante una intrépida lectura del pasado. En términos históricos españoles, esto quiere decir que Fernando III no solo acepta convertirse en rey de Castilla en nombre de su madre Berenguela, que era tanto como decir de su abuelo materno Alfonso VIII, cuya memoria épica evoca en más de una ocasión, sino que reclama el reino de León a la muerte de su padre Alfonso IX. Es decir, busca un futuro para su país rectificando el pasado, en concreto, la decisión de su tatarabuelo el emperador Alfonso VII de dividir Castilla y León. Fernando III no hace más que definir una corona a punto de alcanzar el mayor de los triunfos posibles, la victoria definitiva sobre el Imperio almohade, afincado en el valle del Guadalquivir; pues en la creación de esa Corona de Castilla, que engloba los reinos de Castilla, de León y ulteriormente de Andalucía se podría definir el origen de una España de horizontes atlánticos. Un deseo reflejado a la perfección en dos valiosas obras de la literatura castellana: la Fazienda de Ultramar y la Semejança del mundo.
La primera es una guía de Tierra Santa que combina descripciones geográficas con relatos históricos del Antiguo Testamento y de la tradición clásica; la segunda es el viaje del buen cristiano hacia lo que se ignora. Si la Fazienda es la narración de un mundo concluido, la Semejança es el relato de un mundo naciente, la renovación del Edén mediante la modificación de la geografía conocida. Entretanto, ya desde la década de 1230, el sudoeste pasó a considerarse como una mina de recursos, no solo el objetivo de una conquista militar.
La literatura castellana del siglo XIII es el espejo que refleja la cara del orgullo español ante el desafío de la conquista del valle del Guadalquivir. El Libro de Alexandre, versión en cuaderna vía de las aventuras imperiales de Alejandro Magno, es la búsqueda de un nuevo mundo en el proceso de hacerse; mientras que el Libro de Apolonio es una brillante alegoría, muy del gusto de la época, sobre la conducta moral de un gobernante, es decir, sobre la cortesía que debe observar un rey de reyes, como se creía que era Fernando III. A través de la hagiografía el orgullo español encarna también el ideal religioso que forjará el casticismo, y por medio de él se le invita a descubrir su verdadero lugar en el mundo.
Gonzalo de Berceo muestra al inicio mismo de este ejercicio narrativo las posibilidades de la literatura castellana, que alcanza una de sus cumbres en los Milagros de Nuestra Señora y sobre todo en la Vida de santa Oria, una reflexión sobre el ser de las mujeres de su tiempo. Berceo avanza así un tema delicado, ya que afecta a la educación y al temperamento de Fernando III, tejidos por dos mujeres, su madre Berenguela y su esposa Beatriz. Al leer en clave política estos textos de carácter hagiográfico, entendemos por fin las metáforas de Berceo, como la que dice que «escribir en tiniebla es un mester pesado», alusión al estado del mundo tras la muerte de Fernando III más que a su propia vejez. Después de todo, ¿cómo no sentirse preocupado por la situación? En mi opinión se necesita un escritor de su talento para entender el difícil juego con el destino en el que cayeron, sin darse cuenta, gallegos, leoneses, castellanos, navarros, aragoneses o catalanes. Anota Américo Castro que fue «un juego mucho más riguroso y obstinado que el de muchos romanos pontífices, los cuales guerrearon para defender sus intereses temporales y no arruinaron ni desplomaron sus estados en luchas contra herejes e infieles, según hizo España».