Читать книгу Poesía - Juan Ariel Pullao - Страница 10

6

Оглавление

El cielo de la tarde es de un color rojizo que suavemente se extiende sobre la distancia verde de los campos.

En las cercanías de la casa los pinos se mueven con la brisa que baja por los senderos.

Sobre los tejados las veletas apuntan hacia el final del crepúsculo con sus figuras trazadas en hierro negro.

El polvo del camino, que se levanta con el viento alborotado de la tarde, se precipita sobre los árboles y las ventanas de los chalés que dan al lago.

Y en la distancia, las turistas regresan del almacén con los brazos cargados de alimentos.

El vestido de la primera es de una seda negra que deja entrever apenas el claro muslo.

El vestido de la otra es de un verde opaco, levemente oscuro,

y que tiene en las terminaciones una pequeña abertura que se dobla con el viento.

Ambas ríen y hablan y me miran al pasar sin decir nada.

Ambas tienen el cabello lacio y rubio y un perfume que sobrevuela las amapolas.

Con manos leves estiran sus cabellos que fulguran con el día. Y bajo el sol sus ojos arden como dos fuegos azules.

Oh, muchachas del camino, yo las amaría sin dejar jamás a ninguna. Las amaría con su totalidad femenina y sus bocas de flor.

Las amaría como nadie las ha amado antes; sintiendo sus alientos en mi mentón, el roce de sus senos en mi pecho, el aroma de sus cabelleras temblando en el aire.

Oh, muchachas que ríen y pasan y se alejan, dejando atrás amapolas, ponientes que se acuestan en la distancia, lagos y ríos que se golpean contralas rocas, amo vuestra hermosura,

y vuestra empatía, y el encanto que las acompaña por el bosque.

Oh, jóvenes rubias, delgadas, que por aquí pasan, permítanme tomarlas en mis brazos y hacerlas parte de mi espíritu,

permítanme ser quien las acoja en mi casa de madera y antiguas piedras, déjenme alabarlas como los paganos

a sus dioses, como las fuentes y monumentos a sus héroes, como las aguas a las primeras amapolas que se abren de cara al sol.

Y divirtámonos, sí, divirtámonos como niños que corren entre los árboles, que se mojan en la lluvia, que descansan en la sombra, y que en la última hora se calientan delante de la leña que arde en las cabañas.

Oh, muchachas, seamos el abrazo en el que se juntan nuestros cuerpos desnudos, y la caricia y el deseo y el placer de la adolescencia.

Poesía

Подняться наверх