Читать книгу Poesía - Juan Ariel Pullao - Страница 12

8

Оглавление

Cuando el verano termina, y los extranjeros y turistas dejan las cabañas de la península,

una monotonía, que es propia del paisaje estival, se propaga por los caminos deshabitados.

La ausencia de viajeros hace que este lugar se cubra de soledad. La ausencia de caminantes hace que los caminos se entristezcan repentinamente.

Y mientras el cielo es de un azul cada vez menos claro, y el viento de marzo se eleva cada vez más fresco,

delante de mí pasan perros y aves, carretas y autos, niños en bicicleta y ancianos que vuelven del mercado.

Delante de mis ojos pasan lavanderas y segadores, leñadores y campesinos. Y sin demorarse en los caminos rodeados de manzanares,

avanzan por los campos cultivando el trigo y la cebada y las flores de diciembre.

Oh, sobre los cerros de piedra las nubes se mueven en breves sucesiones. Sobre las casas de madera las veletas brillan con el sol de septiembre.

En los establos los caballos duermen en la sombra. Y las amapolas, y las flores amarillas, abren sus pétalos al borde del sendero.

Oh, parece que el viento cruza los pinos de la Patagonia y que el sonido del agua estalla contra las piedras.

Parece que sobre los muebles reluce el polvo del camino, y dentro de las habitaciones crujen las tablas y los techos.

Y mientras la luz ingresa iluminando los cuartos y los espejos de la casa ligeramente se aclaran en la sombra, una voz, delgada y tenue, grita mi nombre en el patio.

Y sin darnos cuenta de que el verano deja estos campos y el perfume amargo de las lilas, recorremos el sendero distraídos, viendo las amapolas, los altos pinos,

las enredaderas que ascienden por las casas vacías.

Y en la orilla del lago nos sentamos como en nuestra infancia primera a mirar el crepúsculo.

Poesía

Подняться наверх