Читать книгу Poesía - Juan Ariel Pullao - Страница 11

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Las holandesas, que visitan la península a finales de diciembre, tienen las pupilas claras y el cabello suelto y los senos firmes como las frutas del campo.

A la hora del mediodía y bajo el primer sol que arde sobre las piedras, las turistas recuestan sus cuerpos, desnudos y breves, sobre las piedras del lago.

Y mientras los pinos se mueven con el viento, y el sonido del agua resuena en la espesura, sus colas apuntan hacia el cielo y sus espaldas se queman con el sol del mediodía.

Hace mucho, cuando tenía catorce años, estaba caminando por la costa, cuando me invitaron a sentarme junto a ellas.

Me preguntaron por la península; por sus habitantes y caminos. Me preguntaron por los senderos que bajaban a la costa, y por los cerezos que se encontraban al borde del camino y cuyas flores blancas no conocían.

Una de ellas me preguntó si conocía a las mujeres de Europa. La otra si me gustaría conocer a las mujeres de Europa.

Entonces hubo un silencio breve, pasajero, preciso, donde se rieron sin decir nada.

(Desde sus cabellos el perfume ascendía entre los árboles de enero. En sus vientres las pecas trazaban caminos que se abrían bajo las curvas de los senos.

Sus ojos eran de un celeste marino que brillaba con el sol.

Y sus sonrisas parecían dos arcos de luna en una noche de estío condecorada de estrellas).

La primera, deslizando sus manos sobre mis piernas, y acercando, lentamente, su cuerpo de mármol, juntó su boca con la mía y metió su lengua hasta el fondo.

La otra, que nos miraba sonrojada, se unió en silencio a nuestro abrazo. Finalmente se quitaron la ropa; desabrocharon mi camisa, bajaron mis pantalones,

y entre risas y palabras me llevaron de la mano a la espesura del bosque.

Entonces tuve en mis palmas dos rosas húmedas, mojadas, frescas, encendidas por el sol. Tuve senos y caderas y muslos alargándose en mi espíritu.

¡Y la belleza absoluta! ¡Y el aroma elevado! ¡Y el contacto y el deseo y la totalidad me pertenecieron!

En los campos el sol ardía sin ser más que distancia y silencio. Y entre besos y golpes nuestros cuerpos se apretaron hasta el paroxismo.

Poesía

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