Читать книгу Poesía - Juan Ariel Pullao - Страница 22

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Para que se colmen los días de lluvia tuvieron que llenarse los cielos de nubes. Para que el sol regresara hubo que esperar el paso lento de la estación.

Y todo transcurrió sin que nos diésemos cuenta de qué había sucedido. Pasaron los soles sobre tus cabellos o entre mis libros;

se dibujaron en mi camisa las sombras de las hojas durante el crepúsculo;

se encendieron las luces en las calles cubiertas de barro; y se apagaron los fuegos donde ardieron los pinos.

Oh, todo sucedió y todo declinó durante el día.

Todo se apaga como una hoguera que quebranta los maderos. Todo se elevó dando giros en medio de la primera hora.

Pero tú eres mi amiga, la que verá conmigo la tarde descender. La que me acompañará en el crepúsculo.

Oh, muchacha, pequeña niña de oscuro esplendor y cuerpo adolescente, yo recorrí los barros del camino, escribí sobre el viento

mientras el caballo de la estación

cabalgaba rompiendo los pinares, descendí buscando las rocas, el silencio,

la soledad que temblaba sobre el lago, y esperé las caravanas del otoño con su oro cargado de rocío.

Pero tú estás conmigo, sentada en las piedras claras, deseando que la estación sea un tumulto de pequeñas flores, de incontenibles aromas, de canciones que avanzan entre los árboles.

Un viento que levante el aroma de las hierbas,

todo eso, todo eso, y aún más, mientras la lluvia avanza con su sonajero de metal sobre los pinos del campo.

Poesía

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