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La lluvia sobre la ciudad es un puñado de semillas aventado precipitadamente.

El agua cae sobre museos y bibliotecas. El agua avanza sobre arrabales y comercios.

El agua desciende de los tejados hacia las calles y veredas y con manos duras y sombra antigua golpea las ventanas de las oficinas, los techos de las casas fotográficas, las estaciones del pueblo.

Oh, la lluvia cae como si tuviera una música que comienza y termina en los edificios. La lluvia avanza como si nada más existiera en la ciudad dormida.

Afuera se oye el sonido de una bocina atravesando el aire. El repetitivo andar de las personas vuelve irritable este momento.

Suben y bajan quienes ingresan al edificio; golpean puertas los que acaban de llegar, los automóviles se estrellan contra el pavimento gastado, los perros corren por las calles cubiertas de agua.

Oh, si pudiera escuchar solo la lluvia. La lluvia y nada más.

Las voces de los transeúntes yacen esparcidas en el regazo de julio colmadas de atavíos y de palabras inútiles. Son voces que no tienen nada que ver conmigo; personas que se desprenden

de la aurora bostezando; movimientos humanos que pululan en las avenidas con zapatos duros y lentes opacos y semblantes dormidos.

Nada que no conozca. Nada que no sea motivo de aburrimiento.

Pero la lluvia siempre es diferente sin importar la estación o la hora del día.

La lluvia pasa. Las arboledas crepitan. La atmósfera tiembla cargada de angustia.

Sometería a todos los hombres a un silencio universal para oír el repiqueteo del agua en las paredes del edificio.

Pero, aun con eso, con ese deseo que sé que no se cumplirá, en silencio oigo la lluvia,

la caída del agua en los techos de la ciudad, la caída del cielo sobre las personas que pasan, el movimiento inevitable del orbe apagado.

Oh, el viento avanza con la estación y el día. El agua se derrama sobre avenidas y kioscos.

La hora transcurre más lenta en los techos de las casas, en el interior de las oficinas, en los departamentos que se encuentran en la zona alta de la ciudad.

Pero afuera la lluvia; la lluvia que todo lo dice y que todo lo canta y que todo lo recrea y evoca en mi pensamiento.

Afuera la estación y las personas; el incontenible repiqueteo del agua, la periódica sensación de intranquilidad que llega hasta mi ventana.

Ah, yo espero las horas que suceden y el tiempo que falta agregarse al crepúsculo.

Yo espero que la tarde termine con sus juegos y destinos, con los caminos y sombras que mañana recorrerás en la estación.

Entonces tendrás la boca clara y la sonrisa de oro. Tendrás el cabello aromado y las uñas negras.

Y tu blazer negro cubrirá tu cintura marcada por la adolescencia. Y bajo ella el suéter gris y la calza negra y la bufanda roja. Pero será mañana.

Después de la lluvia y de la gente y de este momento, solo tú. Amplio camino dibujaron los días y la espera hasta el encuentro.

Mañana te veré, serás la misma, pero más querida por mí.

Tomaré de ti lo nuevo del día.

Pero será mañana. Ahora únicamente la lluvia, la caída indefinida, y las esferas de la ciudad rodando hacia el poniente.

Poesía

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