Читать книгу Poesía - Juan Ariel Pullao - Страница 6

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Si de mí dependiera te amaría bajo los manzanos del camino o sobre las carretas que mueven la hierba vieja del campo.

Hundiría mi cabeza en tus senos. Hundiría mis manos en tu cuerpo, tomaría de ti el candor de tu infancia y el estío de tu adolescencia,

y en la hierba mojada serías una canasta enaltecida en medio de mis brazos, una cesta aromada con jazmines y petunias y hojas de nogal.

Pero la tarde es amplia y roja como los granos del trigo; y como una bandada de pájaros

desciende sobre la distancia atravesando campos y chacras y chalés,

envolviendo con claros colores las retamas, coronando los prados con la semilla del sol.

Oh, pequeña, la tarde pasa sobre el hemisferio peninsular deshaciendo el rocío, levantando la humedad hasta las copas de los árboles,

cubriendo los caminos que las carretas

recorren, y alcanza los establos del campo y las cercanías de la costa y los muelles del sur.

Pero el crepúsculo, amplio como el cielo, consagra en su ritual a los árboles, a los lupinos de la foresta, a las flores cargadas de polen y de aromas silvestres.

Y atravesando los bosques y cruzando las riberas, desciende sobre los establos abandonados,

sobre los restos de heno y de hierba negra,

sobre los niños que regresan corriendo, cuesta abajo, hacia sus hogares, sin ver el barro del sendero, o las verdes ramas que cuelgan de los pinos.

Oh, la tarde cae sobre la extensión peninsular, incontenible y magnífica en la distancia.

La tarde se posa en la superficie de las piedras, en la resina que pende de los árboles, en las enredaderas que cubren los troncos del bosque.

Y atravesando las casas de los hombres, y dando giros que se pierden en el cielo de marzo,

alcanza el final de la península donde se golpea contra las rocas,

donde estalla contra el agua, y se confunde en sus vueltas supremas con la voz del viento.

Poesía

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