Читать книгу Poesía - Juan Ariel Pullao - Страница 13

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Una leve llovizna golpea las ventanas del establo y las copas de los árboles.

Es una de esas lluvias de verano que desciende cuando el aire cálido,

después de rodear las inmediaciones de la península, se aleja repentinamente perdiéndose entre las montañas y los bosques que se levantan a lo lejos.

Una llovizna que efímeramente pasará cuando el sol abra su abanico sobre la ciudad de grises matices. Una llovizna que se perderá en los caminos que descienden hasta el río.

Oh, siempre sentí esta lluvia como un suceso agradable; como una sensación que se proyectaba sobre árboles y casas y florestas y que confundiéndose en la espesura del bosque

caía sobre el suelo cubierto de sombras y hojarascas.

Ah, mi destino ha sido presenciar la lluvia sobre los campos. Observar el agua que atraviesa la tarde;

los pámpanos que el otoño esparció por los caminos; el crepúsculo que se alejaba como un pájaro de sombra.

Mi destino era esperar la floración de los jazmines, el aroma de los crisantemos, el reverdecimiento de los campos.

Y aguardar los esplendores y las llamas. Las estaciones y las lluvias.

Los alimentos y las flores.

Y esperar la noche encendida por el fuego. Y la aurora coronando los pinos. Y las hojas consumiéndose en los campos.

Oh, debo redactar la luz del crepúsculo, juntar el misterio de las amapolas,

recordar que mi nacimiento es el nacimiento de la tierra, y que mi nombre es el nombre de la península y el nombre de todo.

Y pertenecer, sí, pertenecer. Al silencio del poniente y a las sombras de las hojas y a las aguas del río.

Pertenecer, sí. Al silencio, al estallido, al movimiento. Pertenecer, sí. Al grito, al vuelo, a las bestias del campo.

Evocar las manzanas y los lirios en el atardecer. Presenciar los nogales y el viento del poniente.

Volverme estos campos y pinos; la inmensidad de todo y lo pasajero de todo: el día que declina,

los dibujos de la niebla en la aurora, la conjunción pasajera de las estaciones.

Y perseverar en el movimiento de las cosas y en el retraso de las cosas.

Juntar en mis brazos las manzanas, las rosas, los frutos de la tarde. Esperar que se rompa el crepúsculo cuando comienza la noche.

Y que los pájaros de la aurora se posen en los bosques. Y que las aguas se levanten sobre las rocas en el solsticio.

Y tener los pies hundidos en la hierba. Y las manos metidas en los bolsillos.

Y mirar con ojos negros el cielo negro de la noche.

Poesía

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