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La fantasía

La fantasía inofensiva de los poetas y la imaginación ingenua de las gentes, han querido asignar a todos los meses del año una fisonomía característica.

Noviembre, por ejemplo, es el mes de las ánimas y de los muertos. Un mes afligido, húmedo, sombrío, que huele a cementerio y a coronas fúnebres. Por esta justísima razón todo el mundo cree de buen gusto poner cara de entierro e indumentariarse de riguroso luto. En noviembre los pálidos aparecidos y los espantos macabros se complacen en meterse bajo los lechos de las niñas nerviosas.

Diciembre, en cambio, es el tiempo alegre de los estudiantes, la época feliz del retorno al pueblo lejano, después de haber dormido durante todo el año sobre los duros pupitres del colegio, o sobre el odioso libraco de anatomía, en las noches de estudio. Entonces dejamos perplejos a papá y a mamá con los profundos términos técnicos aprendidos al vuelo. También el boticario de la esquina admira nuestro saber y las niñas primorosas del poblado se disputan allá en el costurero, con una actitud disimulada, la conquista de nuestro corazón, ya un poco urbanizado y escéptico. En diciembre hay, además, hojuelas, hay miel, hay cohetes, hay risas y músicas de tiples. También nace el niño Jesús indefectiblemente, aunque haga mal tiempo.

Enero es un mes frío y ceremonioso, en que las gentes se envían absurdas tarjetas de felicitación por haber vivido un año más y por estar un poco más viejas. Todo el mundo mira al cielo en los primeros días de enero, y dice: “¿Así irá a seguir todo el año?”. Porque es el mes de las cabañuelas y de los proyectos. Por las noches se oyen unos lastimeros maullidos sobre los tejados. Son los gatos bohemios y fosforescentes, que empinan el espinazo a la luna.

Ya lo dijo Amado Nervo: “Papá Enero, que tienes tratos con los hielos y con las nieves, y que sin embargo remueves el celo ardiente de los gatos”.

Julio es un mes bochornoso y petulante. Abril, a quien Rubén Darío llamó paje, un poco irrespetuosamente, es una señorita rubia y llorona muy mencionada por los poetas que gustan de hacer sonetos diminutos y galantes.

Los otros meses del año son unos señores incoloros, todos muy buenas personas a quienes no haré yo el honor de presentarlos al público.

¿Mayo?

¿Quién ha mentado por ahí a mayo? A mayo, señores míos, se le ha llamado muy absurdamente el mes de las flores y de la Virgen María. Bien sé yo que en la aldeíta dulce y escondida, este mes de mayo es verdaderamente delicioso. En los atardeceres, cuando el cura del pueblo, rubicundo, bonachón y suarista innato, reza la salve en la perfumada iglesia provinciana, todas las gentes contestan a coro con un sonsonete alto y sugestivo, que impresiona agradablemente. En la aldea, las beatas se ponen en movimiento y hay flores artificiales y cirios de cera morena que chisporrotean alegremente frente al altar de una virgen cogitabunda.

Tal vez al finalizar mayo, sí habrá flores auténticas en el campo. Pero en la ciudad... Pero aquí, en la ciudad, es un mes que da rabia. Admiraréis muchas flores... Al través de las vidrieras de los invernaderos. De resto, mayo no nos ha traído en este año sino lodo. Que lo digan, si quieren, mis zapatos.

El Espectador, “Día a día”, Bogotá, 4 de mayo de 1918.

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