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El problema

Los movimientos místicos que han tenido lugar en Boyacá hacen cavilar en ese hondo problema religioso que se presenta hoy, palpitante y torturador, a la juventud del país y que tan poco parece preocuparnos. ¿Es sincero, es profundo aquel amor agresivo que ciertas clases sociales demuestran por las añejas tradiciones, por las reliquias sagradas que encarnan el espíritu invisible de los dioses? Yo quisiera contestar afirmativamente, porque prefiero el fanatismo acérrimo, que al fin acendra cierta vitalidad, a la indiferencia hipócrita que es disolvente y paralizadora. La historia nos dice que los pueblos jamás han sabido ser grandes, conquistadores y fuertes, sino cuando las creencias religiosas —absurdas, si queréis hasta bárbaras— están íntimamente arraigadas. No es la mayor o menor posibilidad de verdad lo que se refiere hoy, sino el grado máximo de fervor que empuje a obrar.

Pero es en las inteligencias estudiosas, en las mentes inquietas que apenas empiezan a vivir, donde el grave problema iza sus interrogaciones torturantes. Palpita hoy un anhelo vago de idealidad que ha de ser llenado. Los partidos políticos no acendran ya el suficiente dinamismo que pudiera sugestionarnos. Nos debatimos dentro de ellos, miserablemente, sin encontrar lo que ansiamos; pasamos de unos a otros haciendo alarde de una veleidad aparentemente ligera, pero en el fondo muy lógica. Porque es un fenómeno muy conocido ya de los analizadores de sociedades y de almas ese de que las juventudes conservadoras y católicas se van liberalizando poco a poco en desarrollo de una ley de evolución que caracteriza a la inteligencia. En cambio, los que nos hemos levantado en ambientes radicales, ¿qué haremos, amigos míos, para sustituir ese derrumbamiento de ídolos y de creencias que se efectúa constantemente en nuestras conciencias? Algunos, bien lo sé, vuelven insensiblemente hacia las vetustas tradiciones de los abuelos.

En Francia, por ejemplo, los jóvenes avanzados, que tienen una ascendencia espiritual de jacobinismo intransigente, han vuelto los ojos hacia el catolicismo viejo y decrépito, pero que, al lado de enervantes aberraciones, conserva aún ciertas virtudes sugestivas, un sedimento de idealismo que subyuga.

Pero los que, sin desconocer todo eso, sentimos cierta aversión a los procederes tortuosos, a las maquinaciones clericales, a todo lo que ensombrece la belleza innegable de ese credo, los que anhelamos algo más puro, más eficiente, más acorde con nuestras almas modernas, libérrimas o analizadoras, ¿qué caminos inconocidos emprenderemos? A la luz de mis pequeños alcances no percibo un sendero celeste por donde pudiéramos escaparnos dignamente en esta derrota terrible de los ideales. Miro dentro de mí, y me hallo como un templo abandonado, donde los altares han sido derribados bruscamente y donde la maleza se alza sobre las ruinas desoladas. ¿Entonces? ¿Intentar una renovación religiosa, a manera de Pietro Maironi? Yo no sé, y creo precisamente que allí está el problema.

¡Oh tormento el de este vacío angustioso, infecundo, que invade como una sombra de fatalidad nuestra juventud fragante! No encontrar nunca, no encontrar jamás, amigos míos, aquella serenidad armoniosa que Goethe alcanzó para su espíritu.

El Universal, “Glosas insignificantes”,

Barranquilla, 8 de julio de 1918.

Nueva antología de Luis Tejada

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