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La mala literatura

Hace pocos días murió en Francia Jorge Ohnet,14 autor de un gran número de novelas populares; confieso que jamás he tenido la curiosidad de leer o siquiera hojear una sola de ellas. Pero sí recuerdo haber visto un juicio de Anatole France, donde el delicioso ironista se permite unas bromas demasiado agrias, infames, con el fecundo autor de La voluntad. No tengo presentes las palabras textuales de France, pero sí puedo asegurar que afirmó, refiriéndose a los libros de Jorge Ohnet, que eran los más malos que se han escrito y que se escribirán. No tendré la osadía de ir en contra de esa opinión, aunque siempre he creído que hay que estar en guardia respecto a las opiniones del tal monsieur France.

A pesar de todo, si registráramos la mercancía de nuestros libreros ambulantes o los catálogos de nuestras librerías, pudiéramos observar que abundan más los tomos firmados por Jorge Ohnet u otros semejantes que los de France. Quizá pase lo mismo en Europa. Y es que los productores de mala literatura, aunque no merezcan la aprobación de cierta aristocracia intelectual, tienen un mérito indiscutible y casi hermoso: apagar la sed de emociones espirituales en una infinidad de gentes sencillas.

Hay un gran número de personas, incluidas en todas las clases sociales, que poseen un amor inextinguible a la lectura, pero que no tienen el refinamiento o el buen gusto suficiente para saborear esta literatura que se ha llamado gloriosamente impopular; son los porteros, los aurigas, las modistillas, ciertas matronas curiosas de provincia, burgueses barrigudos y buenos, colegialas precoces, viejecitas sabias, todos aquellos que devoran ansiosamente los folletines sensacionales de los periódicos o las aventuras prodigiosas de Rocambole.

Y, seguramente, cuando la volubilidad de las mentes selectas haya olvidado las exquisiteces de Anatole France, cuando ya no se guarde ni un recuerdo del frágil ironista, habrá aún alguna portera insaciable que se deleite leyendo la centésima edición de un pésimo libro de Jorge Ohnet.

En un campo muy distinto, pero también dentro de la que hoy entendemos por mala literatura, está entre nosotros Julio Flórez. No me atrevería a decir que Julio Flórez fue un gran poeta, porque me tirarían piedras y porque el concepto de poeta (esa maltratada palabra) ha evolucionado un poco. En la Edad Media, por ejemplo, se llamaba con ese bello nombre a aquellos juglares errantes que decían sencillamente, con el corazón, bellas cosas del Amor y de la Muerte ¡divinos motivos (y eternos)! ante los dulces y encantados ojos de las princesas. Tal vez Julio Flórez pudiera incluirse en el número de esos amables rapsodas que cantaban loca y descuidadamente y cuya estirpe ha desaparecido. Por eso es el poeta, en el sentido antiguo y muy hermoso de la palabra. Es el poeta que ha sabido hacer vibrar esa cuerda sentimental, romántica, que existe, tan sensible y tan honda, en nuestros pueblos tropicales. ¡Cuántas pálidas muchachas habrán echado a volar sus ilusiones, habrán llorado silenciosamente, sobre esas estrofas sentidas, vulgares muchas veces, pero de una belleza sencilla, al alcance de las almas pequeñas!

Por eso me sentí indignado ayer, cuando un crítico insigne dijo cosas terribles, que irán a despedazar muchos ideales honrados, a derrumbar muchas ilusiones acariciadas, tantas admiraciones profundas, que eran la modesta gloria de este melancólico juglar, que, a pesar de sus versos detestables, fue un gran poeta.

Quedemos pues en que la mala literatura es necesaria, porque, al fin y al cabo, los porteros, los aurigas, las modistillas y las mujeres románticas, también tienen derecho a alimentar su ideal.

El Espectador, “Día a día”, Bogotá, 10 de julio de 1918.

14 Originalmente, Luis Tejada escribió Jorge Onhet y no Jorge Ohnet (1848-1918); se trata de un novelista francés muy popular en el mundo de los artesanos. Sus novelas llegaban traducidas por las editoriales de Buenos Aires. En la Biblioteca Nacional de Colombia se conserva su novela Felipe Derblay o el dueño de las herrerías.

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