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LECHE MATERNA Y LECHE DE VACA; A CADA CUAL LA SUYA

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No hay ninguna especie, excepto la humana, que consuma leche procedente de otros animales. ¿Por qué la creemos necesaria? Ningún otro animal padece tantas afecciones cancerosas, que pueden atribuirse a muchos motivos, incluidos los psíquicos.

¿Por qué, al principio de la vida, la leche es algo esencial como proteína animal y luego resulta tan dañina? De hecho, la propia leche materna no deja de ser proteína animal, o humana. Todos los estudios, realizados naturalmente en personas adultas, señalan que lo mejor sería mantener una alimentación pobre en proteína a lo largo de toda la vida.

En la infancia suele necesitarse mucha proteína para la estructuración vital y el crecimiento, así como grasa que sirva de acolchado y dé forma al cuerpo. Por ese motivo los recién nacidos reciben y toleran en esa época tan decisiva de su vida la leche materna, relativamente rica en proteínas si se la compara con otros tipos de leche, pobres en grasa y proteína, y con muy escasos carbohidratos. Es lo ideal para bebés que no necesitan combustible en forma de carbohidratos, pero sí mucho material para su estructuración física.

Cada leche materna está en armonía con su correspondiente especie, y es más rica en proteína cuanto más rápido deba crecer el recién nacido. Por ejemplo, la leche de coneja contiene mucha más proteína que la de vaca y, desde luego, que la de mujer. Los gazapos recién nacidos deben duplicar su peso en los tres primeros días de vida, y para eso reciben una leche materna que contiene un 10,4 % de proteína; la leche de las gatas tiene solo un 7 % y los gatitos tardan nueve días en doblar su peso; la leche de vaca tiene un 3,3 % de proteína y al ternero le cuesta 47 días llegar al 100 % de su peso. Los lactantes humanos consumen leche materna con un 1,2 % de proteína y precisan de 180 días para doblar su peso. En su primer año de vida, un ternero puede llegar a alcanzar demasiado peso, cualidad que las madres humanas deberían ahorrar a sus hijos.

La leche de vaca está adaptada a las necesidades de los terneros. Es necesario un crecimiento rápido y una formación ósea veloz y fuerte, mientras que solo necesita un desarrollo moderado del cerebro, lo suficiente para, en estado natural, poder mantener de inmediato el paso de la manada y, en caso necesario, huir de los depredadores. Ese rápido crecimiento exigido a los huesos del ternero provoca que en la leche de vaca haya un contenido de calcio cuatro veces superior al de la leche de mujer, además de mucha más proteína y minerales.

Los niños humanos cuentan, evidentemente, con otra situación de partida. Permanecen mucho tiempo con la madre y al principio se trata sobre todo de desarrollar el cerebro. Por ese motivo la leche humana tiene más del doble de lactosa que la de las vacas. La lactosa favorece la formación de mielina, elemento protector de las células nerviosas. Resulta por lo tanto evidente que no todas las leches son iguales y que su composición está perfectamente adaptada a las necesidades de cada especie.

Puede que la causante del enorme crecimiento físico de los niños modernos sea su errónea alimentación basada en la leche de vaca, que es poco adecuada para los seres humanos. Tan pronto como crecemos y se cierran paulatinamente las epífisis de crecimiento, ese impulso ya no puede continuar y tiende a transformarse en otro bastante más peligroso.

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