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ENERGÍAS NEGATIVAS Y CONTAMINACIÓN

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La leche que se consume actualmente es desde hace mucho tiempo una mascarada: la producen vacas sometidas a una cría de alto rendimiento cuya única función es la producción de leche. No viven en prados al sol, sino que las mantienen constantemente atadas en las grandes granjas industriales de leche, donde vegetan en espacios muy pequeños y han quedado reducidas a la condición de eslabones de una cadena. Una vaca pastando en el campo es desde hace mucho tiempo una imagen obsoleta, un espectáculo poco común. En la leche de esos animales habría un poco de ese agradable campo y en su carne no existiría nada de la violencia habitual.

Aun cuando alguien no sea alérgico a la leche, puede que no sea capaz de digerirla adecuadamente. Esto se debe a que, después del destete, la naturaleza ya no tiene prevista su ingesta, con lo que muchos adultos no disponen de suficiente lactasa, una enzima que se ocupa de eliminar la lactosa, es decir, el azúcar contenido en la leche. Esa carencia de lactasa es totalmente normal y no es problemática, su falta solo se percibe debido a una alimentación poco natural a base de productos lácteos. En ella, la carencia de lactasa provoca flatulencia.

La grasa de la leche de la vaca es además peligrosa para las personas porque contiene una cantidad de ácidos grasos saturados muy superior a la de la leche humana, lo que puede provocar la aparición de arteriosclerosis.

Asimismo, siempre existen sustancias nocivas que la vaca ingiere con la alimentación y se transmiten después a la leche. Del mismo modo que el organismo de las mujeres lactantes, las vacas lecheras utilizan la fase de amamantamiento para eliminar con la leche una serie de productos tóxicos, como puede ser el mercurio. Se entiende que cuantos más sean los productos nocivos eliminados por la vaca, más recargada de ellos estará la leche producida por el animal.

Está claro que el consumo de productos animales también afecta a la leche materna de los seres humanos. Se ha podido captar una gran cantidad de sustancias venenosas incluidas en la carne, incluso en la de las aves y el pescado, en los huevos, en la leche y en los productos lácteos que la madre ha ingerido.17 La carne contiene de media un 14 % más de plaguicidas que los alimentos vegetales; la leche y los productos lácteos tienen 5,5 veces más.18 El New England Journal of Medicine publicó un estudio del que se deducía que incluso los peores valores de la leche de mujeres que se alimentaban de forma vegetariana eran bastante mejores que los valores óptimos conseguidos al analizar la leche de mujeres no vegetarianas. Por término medio, el grado de toxicidad química de la leche materna de una mujer que se regía por la forma de vida vegana era 35 veces inferior a la media.19

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