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Por consiguiente, una vez que se hubieron apartado y vivieron por separado Abraham y Lot por la necesidad de mantener a su familia, no por la ruindad de la discordia, y hallándose Abraham en la tierra de Canaán y Lot por su parte en Sodoma, el Señor anunció en un tercer oráculo a Abraham: Mira con tus ojos y contempla desde el lugar en el que estás ahora hasta el Aquilón, el Ábrego, el oriente y el mar, porque toda la tierra que tú ves te la daré a ti y a tu descendencia para siempre, y haré tu descendencia como la arena de la tierra. Si alguien puede contar la arena de la tierra, también contará tu descendencia. Poniéndote en pie recorre la tierra a lo largo y ancho, porque te la daré121. En esta promesa no queda claro si se incluye también aquella por la que fue convertido en padre de todos los pueblos. En efecto, puede parecer que se refiere a ello y haré tu descendencia como la arena de la tierra, lo que se enuncia mediante ese modo de expresión que los griegos denominan hipérbole, la cual ciertamente es figurada, no propia. No obstante, nadie que conozca la escritura pone en duda que esta suele servirse de este recurso como de los demás tropos. Pero ese tropo, es decir, este modo de expresión, se produce cuando lo que se dice es de mayor envergadura que lo que se quiere significar con dicha expresión. Pues ¿quién no es capaz de ver cuán incomparablemente mayor es el número de granos de arena de lo que puede ser el de todos los seres humanos desde el mismo Adán hasta el fin de los siglos? Por tanto, ¡cuanto mayor que la descendencia de Abraham, no solo en lo que respecta al pueblo de Israel, sino también lo que es y será siguiendo el ejemplo de la fe por todo el orbe terrestre en todos los pueblos! Esta descendencia en comparación con la multitud de impíos se halla sin duda en minoría, aunque esos mismos pocos hagan innumerable su multitud, que es representada mediante hipérbole por la arena de la tierra122. Indudablemente, esta multitud que se promete a Abraham no es innumerable para Dios, sino para los seres humanos; pero para Dios tampoco lo es la arena de la tierra. Por ello, porque no solo el pueblo de Israel, sino toda la descendencia de Abraham, donde reside la promesa de los muchos hijos no según la carne, sino según el espíritu, se compara muy apropiadamente con la multitud de los granos de arena, puede entenderse que aquí la promesa ha sido hecha en ambos sentidos123.

Pero dijimos que no queda claro porque también la multitud de aquel único pueblo, que nació de Abraham según la carne a través de su nieto Jacob, creció hasta tal punto que prácticamente llenó todas las partes del orbe. Y pudo también ser comparada esta mediante la hipérbole de la multitud de los granos de arena porque también esta sola es imposible de contar para el ser humano. Nadie discute que se representa únicamente aquella tierra que es llamada Canaán. Pero lo que dice: te la daré a ti y a tu descendencia para siempre124, puede inquietar a algunos, si entienden para siempre en el sentido de «para la eternidad». Y si en este pasaje interpretan así para siempre, según sostenemos por la fe que se inicia el principio del tiempo futuro a partir del final del presente, no les inquietará en absoluto. Porque, aunque los israelitas fueron expulsados de Jerusalén, permanecen sin embargo en otras ciudades de la tierra de Canaán y permanecerán hasta el final125. Y toda aquella tierra, cuando está habitada por los cristianos, también es la misma descendencia de Abraham.

La ciudad de Dios. Libros XVI-XXII

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