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Ya a continuación siguen los tiempos de los hijos de Abraham, el uno de la esclava Agar, el otro de la libre Sara, de los cuales ya hablamos en el libro anterior144. Por lo que atañe al hecho, en modo alguno se debe marcar a fuego a Abraham la culpa relativa a esta concubina145. Lo cierto es que se sirvió de ella para engendrar descendencia, no para satisfacer su libido, y no burlando, sino más bien obedeciendo a su esposa, que creyó que sería un consuelo para su esterilidad si por voluntad, ya que por naturaleza no podía, hacía suyo el útero fecundo de una esclava, y la mujer se serviría de ese derecho del que habla el apóstol: igualmente tampoco el varón tiene la potestad sobre su cuerpo, sino la mujer146, para dar a luz por medio de otra porque por sí misma no podía. Aquí no hay ningún deseo de lascivia ni desvergüenza de doble intención. Es entregada una esclava al marido por parte de la esposa en busca de descendencia, es recibida por el marido en busca de descendencia. Ambos buscan no el desenfreno de la culpa, sino el fruto de la naturaleza. Además, al ensoberbecerse la esclava encinta sobre su ama estéril, y al achacarle esto Sarra más bien a su esposo por suspicacia femenina, incluso ahí Abraham demostró que no había sido un amante esclavizado, sino un progenitor libre, y que en Agar había guardado fidelidad a su esposa Sarra y no había satisfecho su deseo, sino la voluntad de ella; que había recibido y no buscado; que se había acercado y no se había vinculado; que había fecundado, pero no amado. Pues dice: Ahí tienes a tu esclava en tus manos, sírvete de ella como te plazca147. He aquí un varón que se sirve de las mujeres como un hombre, de la esposa con templanza, de la esclava por obediencia, de ninguna sin moderación.

La ciudad de Dios. Libros XVI-XXII

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