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Así pues, los dos hijos de Isaac, Esaú y Jacob, crecen a la par. La primacía del mayor es transferida al menor por un pacto y un acuerdo entre ellos, porque al mayor le habían apetecido desmedidamente las lentejas que había preparado el menor para comer, y por semejante precio vendió su primogenitura a su hermano bajo juramento204. De donde aprendemos que respecto a la comida no debe censurarse a nadie por el tipo de alimento sino por la avidez desmedida. Envejeció Isaac y sus ojos perdieron la vista a causa de la vejez. Quiere bendecir al hijo mayor y en su lugar, sin saberlo, bendice al menor, que se había colocado bajo las manos paternas en lugar de su hermano mayor, que era velludo, habiéndose ajustado unas pieles de cabrito como si portara los pecados ajenos205. Para que este engaño de Jacob no se considerase un engaño fraudulento, y sí se buscase en él el misterio de algo grande, la escritura había explicado anteriormente: Era Esaú un hombre que sabía cazar y agreste, Jacob por su parte era un hombre sencillo, amante del hogar206. Algunos de nuestros autores han traducido esto como «sin engaño». Pero ya se diga «sin engaño», «sin doblez» ya más bien «sin fingimiento», que en griego se dice ¢πλαστoς, ¿cuál es el engaño de un hombre sin engaño en recibir esa bendición? ¿Cuál es el engaño sin doblez, cuál el fingimiento del que no miente, sino el profundo misterio de la verdad207? ¿Y de qué índole es la propia bendición? Dice: he aquí el aroma de mi hijo, semejante al aroma de un campo en su plenitud que bendijo el Señor. Y que el Señor te dé del rocío del cielo y de la fertilidad de la tierra abundancia de trigo y de vino, y que te sirvan los pueblos y te adoren los príncipes y te convertirás en el señor de tu hermano y te adorarán los hijos de tu padre. Y quien te maldijera será maldito, y quien te bendijera bendito208. Por consiguiente, la bendición de Jacob es la predicación de Cristo en todas las naciones. Esto sucede, esto se lleva a cabo. Isaac es la ley y la profecía; incluso por boca de los judíos Cristo es bendecido por ella como si no le conociera, ya que ella misma no lo conoce. El mundo, como un campo, se llena del aroma del nombre de Cristo. Suya es la bendición procedente del rocío del cielo, es decir, de la lluvia de palabras divinas y de la fertilidad de la tierra, esto es, de la congregación de los pueblos; suya es la abundancia de trigo y de vino, es decir, la multitud que recoge el trigo y el vino en el sacramento de su cuerpo y de su sangre. A él le sirven las naciones y a él mismo adoran los príncipes. Él mismo es el señor de su hermano, porque su pueblo domina a los judíos. A él mismo le adoran los hijos de su padre, es decir, los hijos de Abraham según la fe, ya que también él mismo es hijo de Abraham según la carne. Quien le maldijera, es maldito, y quien le bendijera, bendito. Nuestro Cristo, digo, también es bendecido por boca de los judíos, aunque equivocados, pero que sin embargo proclaman la ley y los profetas, es decir, es nombrado verazmente. Creen bendecir a otro, al que esperan en medio de su error. He aquí que, exigiendo el mayor la bendición prometida, Isaac se aterrorizó y supo que había bendecido al uno en lugar del otro. Se admira y pregunta quién es aquel. Y sin embargo no se queja por haber sido engañado. Lo cierto es que al punto de serle revelado dentro de su corazón el gran misterio, evita la indignación, confirma la bendición. Dice: ¿Quién, pues, ha cazado para mí y me ha traído la pieza, y la he comido entera antes de que tú vinieses? Le he bendecido, y bendito sea209. ¿Quién no esperaría aquí más bien la maldición de un hombre encolerizado, si estos hechos se hubieran llevado a cabo no por inspiración divina, sino según la costumbre terrenal? ¡Qué acciones realizadas, pero realizadas proféticamente, en la tierra, pero a la manera celeste, por seres humanos, pero a la manera divina! Si se examinara cada una de ellas, fecunda en tan grandes misterios, habría que llenar muchos volúmenes; pero el justo límite que debe imponerse a esta obra nos obliga a apresurarnos a otras cuestiones.

La ciudad de Dios. Libros XVI-XXII

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