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MUJERES Y NIÑOS REALES: LA APARICIÓN DEL ANÁLISIS INFANTIL

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La aparición del psicoanálisis infantil en el decenio de 1910 y en los años siguientes ofreció nuevas vías para un enfoque del desarrollo más completo y sólido. Estos primeros trabajadores con niños eran generalmente mujeres en su papel «femenino» como madres, maestras y similares. Pasaban tiempo en contacto inmediato con los niños, tanto en los consultorios como en situaciones de la vida real como escuelas, clínicas y familias, incluyendo la suya propia.

Ese contacto directo dio lugar a nuevos para rumbos la observación directa y la interacción con los niños y a nuevos métodos de investigación y mentalidades clínicas, con observación directa y participación. Como maestras, trabajadoras sociales, madres, así como terapeutas, las analistas infantiles se ocuparon de esos estados mentales (y físicos) «infantiles» que tanto peso tenían en la teorización analítica. Pero en lugar de basarse en reconstrucciones e hipótesis sobre los recuerdos y fantasías de los pacientes, se conectaron con la presencia física, el lenguaje y la imaginación de los niños. Los terapeutas infantiles se unen a sus jóvenes pacientes en mundos en los que las distinciones ordinarias entre lo «objetivo» y lo imaginario son difusas: juego, fantasía, espacio de transición, equivalencia simbólica, afecto preverbal, acción inmediata y similares. Establecer contacto con los niños significa suspender los modelos habituales de los adultos, ponerse a disposición de formas de experiencia y comunicación que de otro modo podrían no ser reconocidas o comprendidas. Mediante este acceso, podían ver las urgencias físicas y emocionales de la infancia junto con el fascinante y ya rutinario «proceso primario» de fantasías, displaceres y condensaciones que son más evidentes en la infancia.

Anna Freud (1936, p. 38) lo resumió así:

En la técnica lúdica preconizada por la escuela inglesa para el análisis de los niños pequeños (Melanie Klein, 1932), la falta de libre asociación se subsana de la manera más directa. Estos analistas sostienen que el juego de un niño equivale a las asociaciones de los adultos y utilizan sus juegos con fines de interpretación de la misma manera.

El uso de estos modelos por parte de los niños permite una experiencia más directa de un terreno que, a menudo, toma algún tiempo para revelarse en el trabajo analítico de los adultos. He aquí dos episodios de mis propios casos que ilustran cómo los displaceres condensados del pensamiento de proceso primario pueden estar fácilmente disponibles en la terapia de juego, lo que da lugar a oportunidades especiales para un progreso terapéutico a menudo rápido.

Jack, de siete años, expresó sus representaciones y temores sobre el amargo divorcio de sus padres de una manera vívida y cargada de emociones, sin referirse a ello explícitamente. Pude entender su experiencia de este evento tan difícil para ayudarle a reflexionar sobre ello en el formato especial de juego terapéutico. Los padres de Jack habían estado peleando frente a él durante gran parte de sus siete años y pasaron la mayor parte de las consultas privadas que tuvieron conmigo criticándose el uno al otro. Jack estuvo preparando batallas entre dos facciones en guerra de figuras de Lego en todas las sesiones. Cada semana, fingíamos ser periodistas que cubrían el conflicto, que escribían historias y que tomaban fotos, y a ello regresábamos la semana siguiente. Rara vez mencionamos el divorcio, pero estaba claro que, al orquestar estas batallas, contaba la historia de los constantes ataques de sus padres entre sí. Hablé de lo difícil que era sentirse impotente y solo, viendo una lucha a muerte sin poder ayudar a nadie, y me veía a mí mismo como un espacio estable y disponible para trabajar a través de sus sentimientos abrumadores.

Otro de mis pacientes, un niño de dos años, extrañaba a su madre desde que ésta había vuelto a su trabajo, pero cuando ella volvía la pegaba. Este niño presentaba una reacción defensiva y aparentemente paradójica con respecto a los sentimientos que surgían en torno a su añoranza por la separación transitoria de su madre, y lo transmitía en forma de contacto intenso que revelaba y a la vez ocultaba su frustración, su impotencia y su ansiedad, junto con los deseos de mantener un contacto intenso y producir un fuerte impacto. Un terapeuta infantil formado tanto en psicoanálisis como en la teoría del apego podría ayudar a la madre a ser más consciente de la angustia de su hijo, sugiriendo una respuesta como: «Oh, corazón…, sé lo mucho que me has echado de menos. Yo también te extrañé. Pero no debes pegarme. ¡Eso duele!».

El primero de estos episodios bastante comunes ilustra cómo los niños pequeños pueden utilizar el juego simbólico pero no verbal como comunicación, mientras que el segundo muestra el uso del afecto y el cuerpo, con su musculatura y movimiento a través del espacio. Hay algo especialmente inmediato y evocador en el uso que los niños hacen de su cuerpo: el lenguaje no es el mediador clave del significado y la comunicación en ninguna de las dos situaciones. Los infantes son especialmente eficaces a la hora de utilizar sus capacidades sensoriales y motrices para organizar y expresar sus necesidades, anhelos, placeres, disgustos y otros estados internos con gran claridad y poder de evocación para quienes les prestan atención: imagínate a un infante gorjeando y a otro llorando, o incluso exhausto después de llorar durante varios minutos sin respuesta. (Véase el capítulo 6). Los niños mayores se comunican con un amplio repertorio de modos no verbales: una niña de cuatro años huye de mí en mi oficina cuando se siente asustada por algún sentimiento insoportable que ha surgido; un niño de tres años se cuelga del pomo de la puerta y la golpea cuando su madre lo deja en preescolar, al minuto de haber desaparecido de su vista se vuelve hacia sus amigos y se une alegremente a su juego.

En general, los analistas infantiles están especialmente involucrados en las novedosas e inventivas interrelaciones entre la realidad y la fantasía de los niños, y están directamente expuestos a las diversas formas de significado no verbal que son más conspicuas en la infancia, pero que persisten a lo largo de la edad adulta. Quienes trabajan con niños no pueden evitar ser conscientes de la importancia del cuidado físico directo y de los diferentes entornos sociales en los que se encuentran los niños. Los analistas infantiles han destacado la aparente paradoja de que los niños son bastante vulnerables y dependientes, pero singularmente creativos y capaces de un crecimiento notable. También son conscientes de cómo estas dinámicas evolucionan a lo largo del tiempo, tanto en general como en la vida de cada niño, y de cómo sus potenciales pueden ser fomentados u obstaculizados por diferentes entornos sociales, económicos y culturales, así como en la psicoterapia tanto con niños como con adultos. Todo esto se abrió hacia lo que se convertiría en la perspectiva psicoanalítica del desarrollo, como se elaborará en los capítulos 3 y 4. (Las exploraciones de Erik Erikson, 1950-1963, sobre las relaciones entre «la infancia y la sociedad», y sus [1958/1969] posteriores innovaciones en las psicobiografías psicoanalíticas de Lutero y Gandhi siguen siendo ejemplos extraordinarios de la extensión de esto más allá de la consulta).

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