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LA FALTA DE EJERCICIO MENTAL

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Parece que el adagio de que «lo que no se usa se atrofia» no sólo es aplicable a los músculos, sino también a la mente. Si bien la vejez va acompañada de cierta pérdida de memoria, las investigaciones efectuadas por el Instituto Nacional sobre el Envejecimiento, de Estados Unidos, demuestran que el cerebro de los ancianos conserva la flexibilidad necesaria para hacer frente a los efectos del paso del tiempo. Según el neurólogo Antonio R. Damasio, «las personas de edad avanzada pueden seguir disfrutando de una vida intelectual extremadamente rica y sana». ¿Cómo se demuestra la adaptabilidad del cerebro de los ancianos?

El cerebro contiene 100.000 millones de células nerviosas, llamadas neuronas, que establecen entre sí billones de conexiones, las cuales, a modo de hilos telefónicos, permiten que las neuronas «hablen» entre sí para crear, entre otras capacidades, la memoria. A medida que el cerebro envejece, las neuronas mueren. No obstante, el organismo posee la capacidad de compensar dicha pérdida. Cuando una neurona muere, las vecinas reaccionan formando conexiones con otras y asumen su función. En realidad, lo que hace el cerebro es transferir la realización de determinada tarea de una región a otra. Por esta razón, muchos ancianos logran realizar los mismos procesos mentales que los jóvenes, aunque utilicen para ello otras zonas del cerebro. En cierto modo, se trata de una estrategia parecida a la que puede utilizar un tenista de edad avanzada que compensa su menor rapidez recurriendo a destrezas de las que tal vez carezcan los jugadores más jóvenes. Pese a utilizar técnicas distintas, sigue anotando puntos.

¿Qué pueden hacer las personas de edad para «seguir marcando tantos»? Tras estudiar a más de mil personas con edades comprendidas entre 70 y 80 años, la doctora Marilyn Albert, investigadora gerontológica, descubrió que el ejercicio mental es uno de los factores que determinan qué ancianos conservarán mejor sus capacidades intelectuales. El ejercicio mental mantiene vivos los «hilos telefónicos» del cerebro. Por otra parte, como afirman algunas prestigiosas publicaciones, la decadencia mental comienza «cuando las personas se jubilan, deciden tomarse las cosas con calma y dicen que ya no tienen que mantenerse al paso del mundo» (en el libro Inside the brain).

Por lo tanto, la buena noticia es, según explica el gerontólogo Jack Rowe, que los «factores que se hallan bajo nuestro control o que podemos modificar deberían ampliar nuestra capacidad para disfrutar de una vejez feliz». Además, nunca es tarde para empezar a adquirir buenos hábitos. Así, aunque se hayan tenido malos hábitos de salud la mayor parte de la vida, si se cambian en los años postreros, se cosechará, al menos, parte de las recompensas de llevar un modo de vida sano. Nunca es tarde para cuidar la dieta, nunca es tarde para tomar antioxidantes, nunca es tarde para hacer ejercicio físico (en función de las posibilidades de cada uno) y nunca es tarde para leer un buen libro, aficionarse a la ópera o el jazz, viajar y conocer otras culturas o desarrollar habilidades del intelecto que promuevan las satisfacción personal y el sentido del logro. A todo lo dicho le viene como anillo al dedo un dicho popular alemán: «El que descansa enmohece».

Otros dos factores, la alimentación y el estrés, merecen un capítulo aparte cada uno de ellos, dada su estrecha relación con el envejecimiento.

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