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ALIMENTACIÓN, AZÚCAR, CARIES DENTAL Y ENVEJECIMIENTO

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El consumo habitual de azúcar y harinas refinados supone uno de los grandes errores de la dieta moderna. Estos alimentos refinados y desnaturalizados (por algo la naturaleza los aporta «completos») desequilibran la homeostasis (ver «Detoxificación celular y acidosis metabólica», en el capítulo 9), «saquean» el organismo de minerales y oligoelementos vitales, multiplican por tres la necesidad de vitaminas del grupo B, provocan mala higiene intestinal y placas de putrefacción, están vinculados a enfermedades cardiovasculares, osteoarticulares y degenerativas, aportan calorías «vacías» (pobres en nutrientes imprescindibles) y nos privan de fitonutrientes y fitohormonas necesarios.

Ningún experto en nutrición que se precie se atrevería a negar hoy día que una alimentación inteligente y sana es la que utiliza cereales integrales, donde el aporte en fibra evita un buen número de patologías, sobre todo de tipo intestinal (ver el capítulo 9). Pero desgraciadamente, una vez más la historia se repite, y no se sabe por qué intereses ocultos, a algunos profesionales de la salud, apoyándose en seudoestudios, les ha dado por decir que hay que tener mucho cuidado con la ingesta de fibra porque puede impedir la absorción de minerales. Para que esto fuera cierto, la ingestión debería ser tan alta que resulta imposible imaginar que alguien pueda tomar tal cantidad. ¿Por qué no utilizar esos mismos canales de información para fomentar el consumo de cereales completos, tal como los brinda la naturaleza y así mejorar la salud de la población? Y todavía me pregunto: ¿por qué no insistir más en este sentido y no en la compra de concentrados de fibra, barritas de fibra y productos por el estilo, para luego poder seguir consumiendo pan, granos y pasta blanca? Parece un intento de querer lo bueno de lo natural sin sacrificar lo artificial, una auténtica necedad. En cuanto al azúcar, no debemos olvidar que:

• La ingesta de azúcar se asocia con el riesgo de padecer colelitiasis –piedras en la vesícula– (Instituto Nacional de Salud Pública de Bilthoven, Países Bajos, 1993).

• El azúcar, junto con la grasa saturada (presentes en casi toda la repostería industrial), aumentan el riesgo de padecer cáncer de estómago (J. Corneer, D. Poblé, E. Riboli y col., «A casecontrol study of gastric cancer and nutritional factor in Marseille, France», J. Epidemiol., 11:55, 65, 1995).

• El consumo de azúcar entre las comidas estimula la proliferación de las células epiteliales del intestino, y favorece la formación de cánceres (Instituto de Investigación Farmacológica Mario Negri, Milán, Italia). Por otro lado, se ha encontrado esta misma relación al estudiar a 35.215 mujeres de Iowa (Estados Unidos).

• Los huesos se vuelven frágiles y quebradizos con una alimentación rica en grasa y azúcar (Universidad del Sur de California, Los Ángeles, Estados Unidos).

• Las adolescentes embarazadas que consumen mucho azúcar dan a luz niños de menor peso (Universidad de Nueva Jersey, Estados Unidos).

• El consumo frecuente de azúcar, junto con poca ingesta de fibra, aumenta el riego de padecer la enfermedad de Crohn (D. Sailer, «Crohn, disease, gallstone, cancer», Z. Ernahrungswiss., 29, supl. 1:39-44, 1990).

La caries dental es también una buena referencia para medir la repercusión de adoptar una «dieta moderna», abandonando los alimentos naturales por los refinados. Además, la incidencia de la caries en una población permite objetivar su grado de longevidad y salud general. Una saliva menos alcalina, fruto de la acidosis metabólica, relacionada con el consumo de productos refinados, implica una menor protección y una desmineralización (las sales básicas son utilizadas para frenar la acidosis y el fosfato cálcico es solubilizado con el mismo objetivo).

Algunos datos históricos permiten situar claramente el problema y su relación con el envejecimiento:

• En 1963, el Instituto Nacional de Nutrición de Venezuela señalaba: «Recientemente se ha reportado por los odontólogos de las islas Tristán de Cunha, ubicadas en el Atlántico Sur, al SO del cabo de Buena Esperanza (pertenecientes a Gran Bretaña), que las caries dentarias han aumentado paulatinamente en relación directa con el incremento de alimentos importados (harinas, azúcar, conservas), que antes no eran consumidos por los pobladores».

• El eminente médico suizo Adolf Roos dedicó más de seis años (1930-1936) a investigar en el Alto Valle de Goms, en la cabecera del río Ródano, acerca de las dentaduras completas y sanas de todos los habitantes (incluidos los más viejos), que se habían criado en una época de autoabastecimiento, o sea, antes de la llegada del ferrocarril a la región, en 1914. Encontró, y demostró en sus publicaciones científicas, que, por el contrario, los niños y los jóvenes habían sufrido caries dental, y degenerado en otros sentidos físicos y mentales, desde que dicha vía de comunicación había facilitado la entrada masiva de alimentos comerciales desnaturalizados. Por ello dio a su obra principal el elocuente título de La decadencia de la cultura y la degeneración dentarias.

• El médico y antropólogo estadounidense Weston A. Price, en su obra Nutrition and physical degeneration, A comparison of primitive and modern diets and their effects, realizó diversas giras por todo el mundo, durante las décadas de los veinte y treinta, tomando centenares de fotografías para establecer comparativas del «antes y después» de diferentes pueblos primitivos, que «antes» estaban aislados y «después» fueron invadidos por la alimentación «refinada» (lo de refinada no es un sarcasmo). La siguiente tabla comparativa habla por sí sola.

Incidencia de caries dental (porcentaje sobre la población total)


Todos estos pueblos, antes de ser «modernizados», no consumían azúcar, ni harina blanca, ni grasas refinadas, ni sal común, sino hierbas, cenizas y caliza como «condimentos» (ricos en minerales y desacidificantes), carne fresca (los pueblos que la tomaban), nunca sometida a altas temperaturas y, en muchas ocasiones, junto con ligamentos y huesos molidos (desacidificantes), fermentos lácteos de los mamíferos de la zona (lógicamente sin procesar), huevas de pescado, aceites de hígado de pescados y/o focas. Nunca comían animales domesticados para engorde, ni vegetales producidos mediante monocultivos intensivos y con abono químico (además de pesticidas). Finalmente, consumían siempre una gran variedad de frutas y verduras.

Cualquier veterinario sabe que se puede conocer mucho sobre la salud de un animal por el estado de su dentadura. El refrán castellano «a caballo regalado no le mires el dentado» parte de esta premisa. No es menos cierto esto con los seres humanos. El número de caries es proporcional a la longevidad, aunque no es el único factor. He conocido algunas personas con buena dentadura y mala salud, pero esto es la excepción. No debemos olvidar que la caries dental y las infecciones bucales, además, tienen en sí mismas graves inconvenientes. Por una parte, la caries se trata con una amalgama llamada «de plata» cuando la realidad es que contiene mucho mercurio y otros metales pesados y puede provocar focos interferenciales que afecten a la salud del organismo, como ya expliqué en el capítulo 6. Por otra, las infecciones bucales crónicas pueden originar una secreción constante de residuos bacterianos que llegan a la luz intestinal y de ahí, a causa de un intestino en muchas ocasiones excesivamente permeable, pasar al torrente sanguíneo y comportarse como antígenos (Seignalet, 2004).

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