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CAPÍTULO 9 EL ESTRÉS: EL GRAN ENEMIGO DE LA LONGEVIDAD

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El estrés fisiológico no es un enemigo, sino una respuesta natural ante un peligro real o imaginario, e indudablemente el resorte que activa mecanismos cerebrales imprescindibles para sobrevivir en momentos de peligro. El problema se presenta cuando ese sentimiento, acompañado de sus variados síntomas, permanece una vez que ha desaparecido la emergencia.

En la sociedad actual los niveles de estrés en la población han llegado a límites desconocidos hasta ahora, por lo que, con toda propiedad, se puede catalogar como una sociedad estresada. Si vivir en la selva implicaba cierto grado de ansiedad puntual (caza, ataque, huida, etc.) la «selva urbana» es doblemente estresante. La competitividad laboral, las necesidades autoimpuestas que nos hemos creado, la ambición por lograr el éxito laboral, el esfuerzo constante por aumentar el número de ceros de nuestra cuenta corriente, las dificultades para dedicarle tiempo a la familia, la adicción al trabajo como método de escape de otros problemas, etc., han hecho que las crisis de ansiedad asociadas al estrés sean padecidas como un trastorno, según algunas estadísticas, por una de cada tres personas en algún momento de la vida. Personalmente creo que el porcentaje puede ser mayor. Conviene hacer en este punto algunas aclaraciones básicas sobre conceptos que con frecuencia se suelen confundir. El estrés es un estímulo externo que nos alerta del peligro, el miedo es la respuesta a corto plazo que dicho estrés produce, mientras que la ansiedad, que presenta similitudes con el miedo, persiste en el tiempo, aun después de desaparecer el estrés y el peligro que lo desencadenó. Por ello, podemos decir que la ansiedad es un estado continuado de miedo. Una situación estresante, más o menos traumática, puede dejar una «huella» en la memoria, provocando falta de confianza en uno mismo y generando ansiedad generalizada, aun cuando el motivo real ya no exista. Determinadas situaciones que traen a la memoria, consciente o inconsciente, esa «huella» pueden generar una fuerte crisis de ansiedad, haciéndonos padecer por un supuesto peligro imprevisto e imprevisible, que, seguramente, no llegará nunca. Se ha reconocido que en aquellos que sufren de ansiedad existe un exceso de imaginación fértil que les hace suponer cosas que, probablemente, no ocurran. Esta ansiedad constante agota y desvitaliza.

Algunos somos más proclives a padecer de estrés que otros. Hoy no es difícil observar una distonía neurovegetativa, que puede oscilar entre un cuadro asténico depresivo y uno de estrés e hiperactividad nerviosa. Las circunstancias laborales, familiares y del entorno pueden condicionar o acentuar la tendencia hacia el estrés. No es, sin embargo, éste el lugar para extenderme en el análisis del trastorno de ansiedad generalizado, para cuyo estudio remito al lector a mi obra futura Psicoenergética ortomolecular, donde desarrollaré algunas de las enfermedades psíquicas más comunes de nuestro tiempo y su relación con la bioquímica y el entorno.

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