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DIETA HIPOCALÓRICA Y LONGEVIDAD

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Científicos de diferentes países creen que una reducción de las calorías en la dieta humana puede retrasar el envejecimiento. Hace ya varias décadas, una serie de experimentos demostró que una reducción drástica de calorías en la dieta de los ratones permitía a estos animales vivir entre un 30 y un 40% más de lo normal. En la actualidad, un equipo de investigadores, encabezado por el estadounidense George Roth, está llevando a cabo, en el National Institute on Aging, de Maryland, un estudio con un grupo de 200 monos que están comiendo mucho menos de lo normal. Dado que estos animales suelen vivir entre 30 y 40 años, y que el experimento comenzó a realizarse hace sólo 12, todavía será necesario esperar algún tiempo hasta que se pueda verificar si la reducción de calorías puede prolongar la vida de un primate.

Una investigación realizada por John O. Holloszy y colaboradores, de la Universidad de Medicina de Washington, en St. Louis (Missouri), publicada en la edición electrónica de Procedings of the National Academy of Sciences’ en abril de 2004, demuestra que la restricción drástica de calorías tiene un efecto protector sobre el envejecimiento y disminuye significativamente el riesgo cardiovascular, la arteriosclerosis y la diabetes.

Las edades de los 18 participantes en el estudio iban de 35 a 82 años y el periodo de investigación se prolongó durante 3 años, aunque algunos llevaban hasta 15 años, ya que pertenecen a la Sociedad de Nutrición Óptima con Restricción Calórica. Estas personas, que habían seguido una dieta hipocalórica con nutrición óptima, consumían entre un 10 y un 25% menos de calorías que las recomendadas por los nutricionistas como parte de una dieta sana. La ingesta era de entre 1.100 y 1.950 calorías diarias, según edad, sexo y constitución. La distribución de la dieta comprendía un 26% de proteínas, un 46% de hidratos de carbono complejos y un 28% de grasas.

Al final del estudio, los niveles de LDL y de colesterol total eran comparables a los niveles del 10% de la población estadounidense con niveles más bajos, comparados con su grupo de edad. Los niveles de HDL se situaron en el 90% de la media de varones, mientras que en los triglicéridos hubo un descenso del 50%, en comparación al grupo de control. La tensión arterial media fue de 100/60 mm Hg. La cantidad de grasa corporal decreció en un 25% comparada con la media estadounidense y también se redujeron drásticamente los índices de inflamación (proteína C-reactiva), y el grosor de la arteria carótida, que lleva la sangre al cerebro. Los índices de glucosa en ayunas y de insulina, ambas relacionadas con la diabetes, estaban perceptiblemente disminuidas (la insulina era un 65% más baja que la media).

Según el biólogo Leonard Guarante, del Massachusetts Institute of Technology, «la restricción calórica ha funcionado positivamente en cada especie en la que ha sido probada. Me sorprendería mucho que no funcionara en los humanos».

No debemos olvidar que la nutrición de los habitantes de países subdesarrollados, además de ser extremadamente baja en calorías, es, también, muy pobre en nutrientes vitales de calidad, por lo que su dieta «hipocalórica» no tiene nada que ver con la promulgada por los partidarios de una dieta baja en calorías, pero controlada, variada y rica en nutrientes de calidad.

Un ejemplo del equilibrio correcto sería la dieta de los habitantes de la isla japonesa de Okinawa, donde la mayoría de sus más de un millón de habitantes tiene como costumbre una dieta espartana pero nutritiva de unas 1.800 calorías diarias. Esta dieta está compuesta de soja, vegetales, arroz y pequeñas cantidades de pescado y carne. El número de personas de la isla que sobrepasan los cien años es tres veces más elevado que en Europa y Estados Unidos.

Algunos investigadores han probado fortuna con sus propios organismos, convirtiéndose ellos mismos en conejillos de indias, para intentar comprobar si una dieta restringida puede retrasar el envejecimiento. Roy Walford, un biólogo de la Universidad de California, consume sólo 1.800 calorías al día (una persona normal consume 2.800-3.000), para intentar llegar sano y salvo por lo menos hasta los 120 años de edad. Sin embargo, lo más probable es que la mayor parte de la sociedad de los países industrializados no esté dispuesta a sacrificar los placeres de la comida para poder vivir dos o tres décadas más.

Por otra parte, se sabe desde hace algunos años que la restricción calórica puede prolongar la esperanza de vida de una gran variedad de especies animales, particularmente por la activación de un gen de longevidad, llamado Sir2. En caso de restricción calórica, este gen activa una proteína denominada Sir2, que desempeñaría un importante papel en el retraso del envejecimiento. Finalmente un reciente descubrimiento sueco revela un nuevo mecanismo vinculado a la vejez, localizado en las mitocondrias, esas pequeñas centrales energéticas de la célula, situadas fuera del núcleo y que poseen su propio genoma. Esta investigación desvela un potente vínculo entre las mutaciones del ADN mitocondrial (ADNmt) y el envejecimiento.

Todavía existen dos argumentos más esgrimidos por los partidarios de una dieta hipocalórica. Por una parte, debido a la relación existente entre ciertas reacciones metabólicas relacionadas con la digestión y la transformación de los alimentos en «combustible» (calorías) y los radicales libres, algunos investigadores plantean que los animales subalimentados (no desnutridos) pueden sufrir menos ataques de estas moléculas reactivas. Trabajos experimentales con animales demuestran que la restricción calórica incrementa la actividad de la catalasa, enzima fundamental en el sistema de protección endógeno frente a los radicales libres, al tiempo que se ha observado un daño sobre el ADN en núcleo y mitocondria 15 veces menor que en el grupo de control con una alimentación más abundante. Por otro lado, algunos estudiosos ven en la restricción calórica una agresión al medio, es decir, un estrés ante el que debe reaccionar el organismo. Es un hecho bioquímico conocido que la exposición a un pequeño estrés, por ejemplo a un choque térmico no letal, conlleva posteriormente una mayor resistencia a un estrés fuerte. Se denomina fenómeno de aclimatación. Los investigadores señalan que el organismo de estos individuos estaría aclimatado o preparado para resistir con ventaja ciertas agresiones que provocan un estrés tremendamente nocivo, como veremos en el próximo capítulo.

De cualquier manera, parece comprobado que la restricción calórica aumenta la longevidad máxima, debido a que se logra disminuir la velocidad del proceso intrínseco del envejecimiento, al tiempo que se retrasa la aparición de un número importante de enfermedades. Evidentemente, esto no quiere decir que debamos estar desnutridos o comer como pajaritos.

Se trata de ajustar las calorías a las necesidades reales (que pueden variar considerablemente de unas personas a otras), priorizando el aporte de nutrientes vitales, versus alimentación de calidad, pero procurando no levantarnos de la mesa con la sensación de «estar llenos». Hace más de quince años que leyendo obras de terapeutas de gran experiencia y don intuitivo, pero carentes de formación bioquímica, advertía que coincidían al dar este consejo. Tal vez no sabían nada de la leucocitosis transitoria que se produce al comer un alimento cocinado, que es inexistente o menor cuando se trata de un alimento crudo, pero daban una recomendación atinada, porque es bien cierto, y ahora está bioquímicamente probado, que «vive más y mejor quien se levanta de la mesa con la sensación de que podría haber comido más».

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