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D) LA FLORA BACTERIANA DEL INTESTINO DELGADO

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El tracto digestivo del hombre contiene alrededor de 1014 bacterias, lo que equivale más o menos a diez veces el número total de células del organismo (Cerf, 1991). Desde el nacimiento, las bacterias aportadas por el aire y por los alimentos invaden el tubo digestivo.

La flora varía en cantidad según las zonas:

• Tiene una abundancia media en la boca.

• Es más escasa en el estómago, ya que la acidez gástrica destruye el 99% de los gérmenes.

• Es más numerosa en el intestino delgado superior, donde se estima el número de bacterias por mililitro entre 103 y106, según los autores.

• Es más abundante aún en el intestino delgado inferior.

• Es extremadamente abundante en el colon, hasta el punto de que las bacterias representan más del 50% del peso de las heces.

La composición de la flora varía según el nivel del intestino. Los microorganismos aerobios, presentes en la parte superior del tubo digestivo, son progresivamente sustituidos por microorganismos anaerobios, que constituyen el 99% del total de la flora en el colon. En el intestino delgado se da una confluencia de las dos variedades de flora:

• En el duodeno y el yeyuno encontramos principalmente bacterias aerobias, en particular colibacilos, enterococos, estreptococos, estafilococos, Pseudomonas, Enterobacter, Citrobacter y Klebsiella (Cerf, 1991). No hay bacterias anaerobias estrictas y pocos lactobacilos.

• En el íleon, por el contrario, predominan las anaerobias.

En total, alrededor de 500 especies bacterianas cohabitan en el intestino delgado (Floch y Moussa, 1998). Se distingue una flora de paso, incapaz de desarrollarse, y una flora residente, capaz de multiplicarse y de implantarse. Esta última se encuentra sobre todo en el intestino delgado terminal y principalmente en el colon.

En la composición de esta flora intestinal influyen varios factores:

1) La acidez gástrica: en caso de aclorhidria o de hipoclorhidria, el número de bacterias se multiplica por 10.000 en el intestino delgado superior, aumentan los lactobacilos y aparecen bacterias anaerobias.

2) El peristaltismo, principalmente activo en el intestino delgado superior, tiende a empujar los gérmenes hacia el extremo inferior del tubo digestivo.

3) Las interacciones entre bacterias: algunas especies inhiben o facilitan el desarrollo de otras especies (Ducluzeau, 1993).

4) La alimentación: está demostrado que un régimen rico en carne favorece el desarrollo de una flora de «putrefacción», mientras que un régimen vegetariano induce la proliferación de una flora de «fermentación». Veremos más adelante que la dietética que preconizo modifica la flora intestinal.

5) Los anticuerpos secretados por los plasmocitos de la pared intestinal. Los más importantes son los IgA secretores que inhiben la proliferación microbiana e impiden la adherencia de bacterias al epitelio de la mucosa.

6) La mucosidad, que obstaculiza la acción de algunas bacterias y que, a la inversa, protege a otras contra los efectos destructores del ácido clorhídrico, de los anticuerpos y de las enzimas digestivas.

7) La capacidad de algunas bacterias de adherirse a los receptores específicos de las células epiteliales, lo que puede alterar la morfología y las funciones de las vellosidades.

Es curioso comprobar que pocos investigadores se han interesado por esta inmensa población bacteriana que habita en nuestro intestino. Asimismo, nuestros conocimientos son limitados sobre este tema. Se distinguen de forma habitual dos estados:

• Un estado fisiológico en el cual la flora es saprofita, ocupa la luz intestinal y es beneficiosa. Se establece una simbiosis entre los gérmenes y el huésped humano. Las bacterias se alimentan de nutrientes, es decir, de los productos que resultan de la digestión de los alimentos. Viven a expensas de su huésped, pero ejercen acciones beneficiosas: completan la digestión de algunos alimentos, degradan los pigmentos biliares, participan en la fabricación de la vitamina K, frenan el desarrollo de las levaduras y los hongos (Besson, 1994b) y liberan poliaminas que, en dosis fisiológicas, son nutritivas para los enterocitos (Loser y col., 1999).

• Un estado patológico en el cual la flora se vuelve patógena: una bacteria peligrosa prolifera en exceso y provoca una enfermedad, ya sea al liberar una toxina (colibacilos, estafilococos), o bien al dañar, incluso atravesar, el epitelio de la mucosa (Shigella, Salmonella) (Cerf, 1993).

En mi opinión, las bacterias intestinales, y más concretamente las aerobias del intestino delgado superior, son las responsables de muchas otras enfermedades. Podemos implicar a Klebsiella en el desarrollo de la espondilitis anquilosante, a Proteus mirabilis en la poliartritis reumatoidea, a Yersinia enterocolitica en la hipertiroiditis de Basedow, etc.

La mayoría de las bacterias que se encuentran en el intestino delgado están muertas, lo que facilita su descomposición en péptidos, lipopolisacáridos y otras sustancias más o menos peligrosas.

Sería muy útil que se efectuasen investigaciones más exhaustivas sobre las relaciones entre bacterias intestinales y patología. Dichas investigaciones podrían inspirarse en trabajos (Megraud, 1993) que han demostrado claramente que Helicobacter pylori, una bacteria de la mucosa gástrica, es el mayor agente causal de la úlcera gastroduodenal y de algunos cánceres gástricos.

Alimentación, la tercera medicina

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