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2.6. PRINCIPIO DE LA ESPECIFICIDAD

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A partir del nacimiento del concepto de entrenamiento total, cuando todo el trabajo de preparación pasó a realizarse de forma sistemática, integrada y orientada a objetivos claramente enunciados, la orientación del entrenamiento por medio de los métodos de trabajo viejos perdió paulatinamente su razón de ser. Hoy en día, en los grandes centros deportivos esta forma de orientación del entrenamiento ha sido totalmente abandonada en provecho de la designación de la forma de trabajo por la cualidad física que se pretende alcanzar.

Asociando este concepto a la preocupación de adecuar el entrenamiento de seguimiento corporal al del sistema y al del gesto deportivo utilizados para el rendimiento, atenderemos al surgimiento de un sexto principio del entrenamiento deportivo: el principio de la especificidad, que se suma a los ya existentes.

El principio de la especificidad es aquel que impone, como punto esencial, que el entrenamiento debe ser montado sobre los requisitos específicos del rendimiento deportivo, en términos de cualidad física implicada, sistema energético preponderante, seguimiento corporal y coordinaciones psicomotrices utilizadas.

A pesar de saber que en las competiciones el organismo es capaz de soportar las sobrecargas que le fueron impuestas específicamente durante el entrenamiento, no se suponía que el margen de transferencia adaptativa fuese tan restrictivo como se presenta en la realidad.

Al estudiar el principio de especificidad, surge de inmediato un factor determinante que es el principio de la individualidad biológica, estableciendo límites individuales a esta capacidad de transferencia.

Este principio se refleja en dos amplias categorías de fundamentos fisiológicos: los aspectos metabólicos y los aspectos neuromusculares.

Comenzaremos por el estudio de los aspectos metabólicos que también abarcarán dos componentes, que son los sistemas energéticos y el sistema cardiorrespiratorio.

Mathews y Fox (1983) expusieron lo siguiente sobre el asunto:

“Los sistemas energéticos, como se ha señalado repetidamente, poseen capacidades y potencialidades diferentes. Debido a esas diferencias, la intensidad y la duración del ejercicio determinan el sistema energético predominante solicitado (estresado) durante cualquier ejercicio determinado. Los ejercicios de baja intensidad y larga duración dependen del sistema aeróbico, y los ejercicios de alta intensidad y corta duración, de los sistemas anaeróbicos. Cuanto más solicitado sea determinado sistema energético, mayor será el potencial de perfeccionamiento en la educación de las actividades que dependen de ese sistema. Siendo así, con los programas de entrenamiento es esencial utilizar el tipo de ejercicio que solicita el sistema o sistemas energéticos primarios utilizados durante la ejecución de la actividad para la cual el deportista está entrenado.”

De esta forma, el principio de especificidad impondrá que el entrenador, consciente del tiempo de duración de la actuación deportiva y de su intensidad, determine con precisión la vía energética preponderante. Conforme a la vía utilizada, el entrenamiento buscará una u otra cualidad física, como se muestra en la figura 2.13.

El sistema cardiorrespiratorio, que se integrará principalmente en el sistema aeróbico, actuará sobre la base bioquímica de la bioenergética. Obviamente, en un programa de entrenamiento de la resistencia aeróbica, los efectos deseables sobre el sistema cardiorrespiratorio serán aquellos que optimicen la función transportadora de oxígeno, conforme se mostrará en el capítulo 5.


Figura 2.13. Correlación entre las cualidades físicas y las vías energéticas.

Sin embargo, el principio de la especificidad preconiza que se debe, además de entrenar el sistema musculoesquelético y el cardiorrespiratorio dentro de los parámetros de la prueba que se realizará, hacerlo con el mismo tipo de actividad de rendimiento.

Åstrand (1984) muestra que los test de resistencia aeróbica realizados, sea en la bicicleta ergométrica, sea en el tapiz rodante, no son indicadores estrictos del rendimiento que hay que alcanzar, aunque todos dependen de los mismos mecanismos biológicos y del mismo sistema energético.

Se podría pensar que un deportista, entrenado aeróbicamente en el tapiz rodante, estaría capacitado para competir en una maratón por realizar en el entrenamiento la misma actividad que en la competición. Sin embargo, las diferencias en la energía gastada por kilogramo de peso corporal y la postura psicológica particular lo harían, ciertamente, fracasar. Gergley et al. (1984), comparando a nadadores que entrenaban en la piscina o en un banco con equipamiento isocinético, describieron una ganancia del . de los primeros sobre los últimos del orden del 65,63% (0,21 l•min-1).

Esto sirve cada vez más para afirmar en la conciencia del entrenador que el entrenamiento, principalmente en la fase próxima a la competición, debe ser estrictamente específico y que la realización de actividades diferentes de las ejecutadas durante la deportiva con la finalidad de preparación física sólo se justificaría si se destinara a evitar la inhibición relativa (o saturación de aprendizaje).

En la natación, por ejemplo, se puede asistir a un progresivo alejamiento del nadador de las piscinas. Durante la preparación para los Juegos Olímpicos de Montreal, era muy común ver equipos entrenando la capacidad cardiopulmonar de sus deportistas con carreras o ciclismo y realizando la preparación neuromuscular en máquinas de fuerza durante la fase básica del período preparatorio. Sin embargo, se observó que la resistencia aeróbica, desarrollada por medio de la carrera, era diferente de la utilizada en la natación, conforme se muestra en la figura 2.14.


Figura 2.14. Consumo de oxígeno durante la natación y la carrera a intensidades máximas por un nadador internacional.

Con la creciente importancia del principio de la especificidad, se llevó al nadador de nuevo a la piscina para que realizara su entrenamiento cardiopulmonar nadando. La preparación neuromuscular también volvió a hacerse en la piscina con el uso de elásticos quirúrgicos, cubos y chalecos con bolsas.

La dosificación acertada entre el entrenamiento específico y el inespecífico sólo se logrará por el feeling del entrenador, quien debe realizar un balance entre la necesidad de realizar un trabajo idéntico al de la actuación deportiva durante el mayor tiempo posible y la saturación producida por realizar siempre la misma actividad.

En el atletismo, el principio de la especificidad también provocó la vuelta al entrenamiento con chalecos lastrados, que sustituyeron en parte a los trabajos ejecutados en las máquinas de fuerza.

Sobre el punto de vista de los aspectos neuromusculares del principio de la especificidad, también nos atendremos a dos componentes: el tipo de fibra muscular adecuado a la actuación y el patrón de reclutamiento de las unidades motrices para la realización del gesto deportivo.

Ya se vio que los dos tipos básicos de fibra muscular (I y II) tienen características propias, que los hacen, de forma diferenciada, hábiles para la realización de esfuerzos preponderantemente aeróbicos o anaeróbicos. Así, la fibra del tipo I, u oxidativa, se presta a esfuerzos aeróbicos por su gran capacidad oxidativa y pequeña capacidad glucolítica. Por otro lado, la fibra del tipo II, principalmente la del subtipo IIb, que es la típica fibra glucolítica, actuará perfectamente en la ejecución de intensos ejercicios anaeróbicos debido a su gran capacidad glucolítica.

El segundo componente de los aspectos neuromusculares lo controla principalmente el sistema nervioso central a nivel de cerebro, bulbo y médula espinal, y presupone que todos los gestos deportivos realizados durante el evento deportivo ya están perfectamente “aprendidos”, de forma que durante la actuación no se tengan que crear coordinaciones neuromusculares nuevas, sino acordarse sólo de un movimiento ya asimilado y ejecutarlo.

La psicología del aprendizaje enseña que el conocimiento, o el movimiento, una vez aprendido, se mantiene almacenado en el neocórtex con la forma de un “engrama” (que consiste en un determinado patrón de interconexión entre neuronas). El engrama, que se utiliza siempre, se mantiene cada vez más “nítido” y “fuerte”, al tiempo que el que no se utiliza se debilita y puede incluso extinguirse.

Si un gesto deportivo es repetido con constancia, su engrama quedará tan fuerte que permitirá la ejecución del gesto de forma refleja, a través de una rápida comparación, por el bulbo, entre las relaciones neuromusculares y el engrama. Así, la defensa de un cruzado en el puesto, de un ataque en la línea de cuarta en esgrima o de un bloqueo del voleibol dependerán tan sólo de una orden disparada por la corteza, y si el movimiento estuviera bien entrenado y repasado, su desarrollo se produciría de forma rápida y perfecta, coordinado por el cerebro.

De esto se deriva que la primacía de la habilidad técnica y la ejecución de todos los movimientos posibles durante el entrenamiento, en vías de la adquisición y refuerzo de los engramas requeridos por el deporte considerado, necesitará más tiempo cuanto más completa sea en términos neuromotores. Por tanto, durante el entrenamiento se debe utilizar los mismos grupos musculares que serán reclutados para la ejecución de la actuación deportiva para estimular al máximo los patrones de movimiento necesarios durante la realización de la competición. Mathews y Fox (1983) sintetizaron los aspectos que componen la especificidad del entrenamiento en un interesante esquema reproducido en la figura 2.15.


Figura 2.15. Resumen de losprincipales factores fisiológicos en la especificidad del entrenamiento y los ejercicios.

La práctica de la preparación física

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