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Las desigualdades en los territorios

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No es la intención de este libro formular otra definición [de comunidad] sino que se propone seguir el consejo de Wittgenstein y buscar más que un significado léxico, uno en uso.

Anthony Cohen

Son vastos los enfoques que vienen abordando las desigualdades en los territorios. En trabajo social existe una amplia tradición de abordajes sobre el tema que, como marca Adriana Clemente (2012), tanto en el país como en la región latinoamericana viene siendo construida como objeto de conocimiento y de intervención por lo menos desde la década de 1950. Javier Bráncoli (2012: 101) aporta: “La centralidad de lo «comunitario» [es] el principal desafío y aporte de nuestra disciplina”. Este autor nota que existe una larga trayectoria de organización comunitaria en nuestro país, siempre en transformación de acuerdo con períodos y contextos, y llama a evitar “pensar lo comunitario como una teoría de los débiles, como un lugar de tutela permanente […] comunidades que se fundan sobre participación real tienen como punta de partida una experiencia común” (108). En este sentido, Ana Arias (2010) advierte que estas construcciones sobre comunidad son particularmente relevantes para ver la forma en que se piensa la pobreza.

Estas líneas de investigación e intervención que reformulan para nuestro contexto conceptos como el de pobreza persistente tal como lo desarrollan Adriana Clemente (2012), Javier Bráncoli (2010) y Andrea Echeverría (2008) examinando educación, desigualdades y comunidades; Ana Arias (2010) con el foco de lo comunitario en las políticas sociales y el territorio, Martín Ierullo (2015) y sus análisis de los comedores en las comunidades son solo algunos de los que podemos mencionar que impregnaron este enfoque.3

Mirando ya qué pasa específicamente en el campo de la salud y la enfermedad en contextos de alta vulnerabilidad, una disciplina que se viene produciendo también desde los territorios es la geografía. Alice Sverdlik (2011) argumenta que la literatura en este tema se concentra esencialmente en las enfermedades infectocontagiosas (enfermedades transmisibles), pero que las personas de estos lugares padecen también enfermedades no comunicables (crónicas) como cáncer, hipertensión, infartos, diabetes, que los llevan a tener una doble carga de enfermedad. La interrelación entre los determinantes de la salud, el medio ambiente físico y social y la accesibilidad viene siendo estudiada desde técnicas como georreferenciamientos, que miden y muestran la incidencia que tiene la vulnerabilidad y la exclusión social en las inequidades de salud considerando temas como el acceso al agua potable, la polución, la vivienda, etc. Específicamente, los desarrollos metodológicos y teóricos en la década de 1990 hicieron resurgir el interés en el papel del lugar (físico y social) y el ambiente, impactando en la salud de las poblaciones.

La llamada “nueva salud pública” habla de las influencias estructurales y del medio ambiente en la salud y en las razones de las inequidades en salud más que en las expresiones (Susser y Susser, 1996), consolidando la necesidad de marcos de abordaje de la geografía médica. Dentro de la tradición de estudios de la geografía médica, viene consolidándose desde los últimos años una subespecialidad denominada “geografía de las inequidades en salud” (Curtis, 2004; Smyth, 2008) que ha producido abundante evidencia sobre el papel del contexto en la explicación de tales inequidades. En el interior de esta subespecialidad prevalecen debates con el énfasis en discutir si las inequidades geográficas en salud pueden ser mejor explicadas desde la composición o bien si el contexto también tiene un peso significativo en las variaciones que existen en la salud. Sally Macintyre, Anne Ellaway y Steven Cummins (2002) sugieren, a través de su marco teórico, empezar a medir y conceptualizar las influencias del área y del vecindario en la salud, haciendo una jerarquía extendida de las necesidades humanas, que incluyen elementos físicos y sociales del lugar (acceso al agua potable, saneamiento, etc.), algunos de los cuales afectan la salud directamente, mientras que otros tienen una relación más indirecta en la salud (como las redes, el capital social, las oportunidades para la recreación, etc.).

Las discusiones de este tipo de estudios permiten analizar qué características del contexto pueden afectar directamente los resultados específicos de salud, llegando a un consenso según el cual el contexto y la composición de las poblaciones se implican mutuamente: los lugares hacen a la gente y la gente hace a los lugares. Los asentamientos informales en las grandes urbes y el impacto que tienen en la salud de los residentes han sido estudiados en todas partes del mundo, mostrando la relación que existe entre el lugar de residencia y las probabilidades de enfermar, de tener una menor calidad de vida, una menor expectativa de vida, etc., que producen las inequidades en su salud que a su vez son acentuadas y reproducidas por un sistema sanitario que interviene menos y de peor manera en estos contextos, llevando una medicina pobre para pobres que les niega a estos residentes tener mejoras en determinados aspectos de su salud en los que las intervenciones son efectivas para otros grupos poblacionales.

Sarah Curtis e Ian Jones (1998) sostienen que los investigadores debemos pensar nuevas posibilidades para conceptualizar y operacionalizar las relaciones entre salud, lugar y espacio reconociendo su complejidad, la multiplicidad de los lugares/territorios, las historias y relaciones que allí ocurren y los impactos que estas relaciones tienen en los resultados de salud de las poblaciones. De esta manera, concluyen que en vez de buscar la gran teoría para explicar el papel del lugar explicando las inequidades en salud, los investigadores deberían utilizar marcos teóricos interconectados para dar cuenta de estos efectos del contexto en la salud de las poblaciones. En geografía médica señalan que ha habido una prevalencia de estudios centrados en la estructura (el ambiente) y no en las poblaciones y sus conductas, que si bien han permitido correrse de la culpabilización de las conductas de las personas y mantener así una mirada en los factores macroestructurales, descuidaron detenerse en las perspectivas que los propios pobladores tienen respecto a sus lugares, porque los contextos sociales son claves para entender las inequidades en salud desde la perspectivas de los afectados.

En tal sentido, en el campo de la salud colectiva el papel asignado a las lógicas territoriales como condición sine qua non para afrontar las desigualdades toma insumos de la epidemiología crítica que muestran la ingenuidad y simplicidad de los programas que se implementan descontextualizados de lo que allí sucede, que recortan la complejidad, lo simbólico, lo relacional (Menéndez, 2003, 2017). Sostiene Hugo Spinelli (2016: 155) que hay dos lógicas que no dialogan, la de los programas y la del territorio: “La lógica de los programas es funcional a cuatro cuestiones: las fuertes desigualdades sociales; los bajos niveles de ciudadanía; las bajas capacidades de gobierno en los funcionarios del Estado a nivel local, regional y nacional; y los obstáculos epistemológicos de los egresados universitarios para entender el juego social”. Añade este autor que desde esta posición los programas son concebidos como respuestas a reduccionistas diagnósticos técnicos que son generados por organismos internacionales en los que se pierde la inclusión de aspectos relacionados con acciones intersectoriales, modos de vida, dinámica de la gestión social de los problemas, por ejemplo.

En definitiva, los insumos de las ciencias sociales fueron centrales para identificar y reconstruir las lógicas territoriales (siempre difusas, inacabadas, cambiantes) que marcaban un sello distintivo derivado de su especificidad histórica, que muestra cómo la desigualdad opera en concreto diferencialmente para cada grupo social, y que estos grupos responden de acuerdo con valores, posibilidades, sentidos y significados asignados a sus vidas, expectativas de futuro, formas de cuidado, resistencias, experiencias en búsquedas de dignidad en contextos de máxima adversidad. Por supuesto que el punto de partida para entender estas dinámicas materiales y simbólicas, la red de relaciones sociales que establecen y sus restricciones está dado por las estructuras responsables de generar estas condiciones, que serán abordadas en el capítulo de Mariano Treacy.

In situ. El cáncer como injusticia social

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