Читать книгу Los mitos griegos - Robert Graves - Страница 37
Оглавление31. Los dioses del mundo subterráneo
a. Cuando las ánimas descendían al Tártaro, cuya entrada principal se halla en un bosque de álamos negros junto al océano, los familiares piadosos las proveen a todas con una moneda bajo la lengua del cadáver. Así pueden pagar a Caronte, el avaro que los transporta en su destartalada barca hasta el otro lado del Estigia. Este odioso río linda con el Tártaro por el lado occidental1 y tiene como tributarios el Aqueronte, el Flegetonte, el Cocito, el Aomis y el Lete. Las ánimas sin moneda tenían que esperar eternamente en la orilla cercana, a menos que eludieran a Hermes, su conductor, y se deslizaran por una entrada posterior como la del Ténaro laconio2 o la del Aornis tesproto. Un perro de tres cabezas —algunos dicen que cincuenta— llamado Cerbero guarda la otra orilla del Estigia, dispuesto a devorar a todos los intrusos vivos o a las ánimas fugitivas.3
b. La primera región del Tártaro contiene los desolados Campos de Asfódelos, donde las almas de los héroes permanecen sin propósito alguno entre las multitudes de muertos menos distinguidos que se agitan como murciélagos, y donde sólo Orion tiene aún valor para cazar a los ciervos fantasmagóricos.4 Todos ellos preferirían vivir como esclavos de un campesino sin tierra antes que gobernar en todo el Tártaro. Su único deleite son las libaciones de sangre que les proporcionan los vivos, y cuando beben vuelven a sentirse casi como hombres otra vez. Más allá de estos páramos están el Érebo y el palacio de Hades y Perséfone. A la izquierda del palacio, a medida que uno se aproxima, un ciprés blanco da sombra al estanque de Lete, adonde acuden a beber las multitudes de ánimas comunes y corrientes. Las almas de los iniciados evitan estas aguas, y prefieren beber del estanque del Recuerdo, al que da sombra un álamo blanco [?], lo que les da cierta ventaja sobre sus compañeros.5 Cerca de allí, las ánimas recién llegadas son juzgadas diariamente por Minos, Radamantis y Éaco en el punto de confluencia de tres caminos. Radamantis juzga a los asiáticos y Éaco a los europeos; pero ambos dirigen los casos difíciles a Minos. A medida que se emite el veredicto, las ánimas se dirigen a uno de los tres caminos: el que conduce de vuelta a los Campos de Asfódelos, si el ánima no es ni virtuosa ni mala; el que conduce a los campos de castigo del Tártaro, si es mala; y el que lleva a los jardines del Elíseo, si es virtuosa.
c. El Elíseo, gobernado por Crono, se encuentra cerca de los dominios de Hades, estando su entrada próxima al estanque del Recuerdo, aunque no forma parte de ellos; es una tierra feliz donde el día es eterno, sin frío ni nieve, en la cual nunca cesan los juegos, la música y las fiestas, y donde sus habitantes pueden decidir renacer en la tierra siempre que les plazca. Cerca están las Islas de los Bienaventurados, reservadas para aquellos que han encarnado tres veces y tres veces han merecido el Elíseo.6 Pero algunos dicen que aún hay otra isla de los Bienaventurados llamada Leuce, en el mar Negro, frente a la desembocadura del Danubio, arbolada y llena de animales, salvajes y domésticos, donde las ánimas de Helena y Aquiles celebran grandes festejos y recitan los versos de Homero a los héroes que han participado en los famosos acontecimientos relatados por él.7
d. Hades, feroz y celoso de sus derechos, jamás visita el aire superior, excepto cuando sale a negociar o cuando es presa de un arrebato súbito de lujuria. En una ocasión deslumbró a la ninfa Mente con el esplendor de su carro de oro y sus cuatro caballos negros, y la habría seducido sin mayor dificultad de no haber sido porque la reina Perséfone apareció justo a tiempo y metamorfoseó a la ninfa en la perfumada planta de menta. En otra ocasión Hades intentó violar a la ninfa Leuce, que fue igualmente metamorfoseada y es el álamo blanco que se yergue junto al estanque del Recuerdo.8 Prohíbe escapar a sus súbditos, y son pocos los que visitan el Tártaro y siguen con vida para describirlo, lo que le hace el más odiado de todos los dioses.
e. Hades nunca sabe lo que ocurre en el mundo de arriba, o en el Olimpo,9 salvo por algunas informaciones fragmentadas que le llegan cuando los mortales golpean con sus manos en la tierra y le invocan con juramentos y maldiciones. Su más preciada posesión es el yelmo que le hace invisible, regalado como símbolo de gratitud por los Cíclopes cuando accedió a liberarlos por orden de Zeus. Todas las riquezas, gemas y metales preciosos escondidos bajo tierra son suyos, pero carece de propiedades en el mundo superior, a excepción de unos cuantos templos tétricos en Grecia y posiblemente un rebaño de ganado vacuno en la isla de Eriteya que, según algunos, pertenece en realidad a Helio.10
f. Sin embargo, la reina Perséfone puede ser benigna y misericordiosa. Es fiel a Hades, pero no le ha dado hijos y prefiere la compañía de Hécate, diosa de las brujas, a la de él.11 El propio Zeus respeta tanto a Hécate que nunca le deniega la antigua facultad de la que ha gozado siempre: conceder o negar a los mortales cualquier don que deseen. Tiene tres cuerpos y tres cabezas: de león, perro y yegua.12
g. Tisífone, Alecto y Mégera, las Erinias o Furias, viven en el Erebo y son más viejas que Zeus o cualquier otra deidad del Olimpo. Su tarea consiste en escuchar las quejas que presentan los mortales contra la insolencia de los jóvenes con los ancianos, de los hijos con los padres, de los anfitriones con sus huéspedes y de los amos o ayuntamientos con los suplicantes, y castigar esos delitos acosando a los culpables implacablemente, sin descanso ni pausa, de ciudad en ciudad y de país en país. Estas Erinias son viejas, tienen serpientes en lugar de cabellos, cabezas de perro, cuerpos negros como el carbón, alas de murciélago y los ojos inyectados en sangre. En sus manos llevan látigos rematados en tachones de metal, y sus víctimas mueren durante el tormento.13 Es una imprudencia mencionar su nombre en una conversación, de ahí que normalmente se les denomine con el apelativo de Euménides, que significa «las amables», del mismo modo que a Hades se le llama Plutón o Pluto, «el rico».
1. Los mitógrafos realizaron un esfuerzo considerable para reconciliar las visiones contradictorias del más allá sostenidas por los primitivos habitantes de Grecia. Una de ellas era que las ánimas vivían en sus tumbas, o en cavernas o grietas subterráneas donde podían tomar la forma de serpientes, ratones o murciélagos, pero sin poder reencarnarse como seres humanos. Otra era que se podían ver las ánimas de los reyes sagrados caminando sobre las islas sepulcrales en las que habían sido enterrados sus cuerpos. Una tercera decía que las ánimas podían volver a convertirse en seres humanos si conseguían meterse en habas, nueces o pescados y ser comidas por sus futuras madres. Una cuarta era que iban al Lejano Norte, donde nunca brilla el sol, y que si volvían sólo podía ser como vientos fertilizantes. Una quinta afirmaba que el destino de las ánimas era el Lejano Oeste, donde el sol se pone en el océano y existe un mundo espiritual muy parecido al nuestro. La sexta propuesta era que las ánimas recibían el castigo acorde a la vida que habían llevado en la tierra. A esto añadieron finalmente los órficos la teoría de la metempsicosis, o sea, la transmigración de las almas, un proceso que hasta cierto punto se podía controlar mediante el uso de fórmulas mágicas.
2. Perséfone y Hécate representaban la esperanza prehelénica de regeneración, en tanto que Hades era el concepto helénico de la inevitabilidad de la muerte. A pesar de sus antecedentes sanguinarios, Crono siguió disfrutando los placeres del Elíseo, ya que ése había sido siempre el privilegio del rey sagrado; y a Menelao (Odisea iv.561) se le prometió el mismo gozo, no por haber sido especialmente virtuoso o valiente, sino por haberse casado con Helena, la sacedotisa de la Diosa Luna espartana (véase 159.i). El adjetivo homérico asphodelos, aplicado solamente a leimdnes («praderas»), significa probablemente «en el valle de lo que no queda reducido a cenizas» (derivado de a = «no», spodos = «ceniza», elos = «valle») —a saber, el ánima del héroe después que su cuerpo ha sido incinerado—; y, excepto en la Arcadia, donde se comían bellotas, las raíces y semillas de asfódelos que se ofrendaban a esas ánimas constituían la dieta básica griega antes de la introducción del cereal. Los asfódelos crecen solos incluso en islas sin agua, y las ánimas, tal como los dioses, son conservadoras en lo que se refiere a la dieta. Parece que Elíseo significa «tierra de las manzanas». Alisier es la palabra prégala para «serba», lo mismo que la arturiana avalon y la latina avemus o avolnus, formadas ambas a partir de la raíz indoeuropea abol, que significa «manzana».
3. Cerbero era el equivalente griego de Anubis, el hijo con cabeza de perro de la diosa libia de la muerte Nephthys, encargado de conducir a las ánimas al submundo. En el folclore europeo, que en parte tiene origen libio, las ánimas de los malditos eran perseguidas hasta el Infierno Septentrional por una jauría de sabuesos aulladores —los sabuesos de Annwm, Heme, Arthur o Gabriel—, mito derivado de la ruidosa emigración estival de los gansos salvajes a sus lugares de cría en el Círculo Ártico. Cerbero tenía al principio cincuenta cabezas, como la espectacular jauría que destruyó a Acteón (véase 22.1), pero después quedaron reducidas a tres, como su ama Hécate (véase 134./).
4. Estigia («odiado»), un pequeño río de la Arcadia cuyas aguas supuestamente eran venenosas, fue situado en el Tártaro solamente por los mitógrafos posteriores. Aqueronte («corriente de dolor») y Cocito («lamento») son nombres fantásticos para describir las miserias de la muerte. Aomis («sin aves») es una errónea traducción griega de la itálica avemus. Lete significa «olvido», y Érebo, «cubierto». Flegetonte («ardiente») alude a la costumbre de la cremación, pero también quizás a la teoría de que los pecadores eran quemados en ríos de lava. Tártaro parece ser una reduplicación de la palabra prehelena tar, que se da a los nombres de lugares situados en el oeste; el significado de infierno lo recibió después.
5. Los álamos negros estaban consagrados a la diosa de la Muerte (véanse 51.7 y 170.7), y los álamos blancos, o temblones, a Perséfone como diosa de la Regeneración o a Heracles por haber rastrillado el infierno (véase 134./). En enterramientos mesopotámicos del cuarto milenio a.C. se han encontrado diademas de oro en forma de hojas de álamo. Las tablillas órficas no mencionan el nombre del árbol que se hallaba junto al estanque del Recuerdo, aunque probablemente se trataba del álamo blanco en el que se transformó Leuce, o quizás un avellano, emblema de la Sabiduría (véase 136.7). La madera del ciprés blanco, considerada como un conservante que evita la descomposición, se utilizaba para hacer arcas domésticas y ataúdes.
6. Hades tenía un templo al pie del monte Mente en Élide, y su violación de Mente («menta») se ha deducido seguramente del empleo de la menta en los ritos funerarios, junto con el romero y el mirto, para eliminar el olor de la descomposición. El agua de cebada de Deméter que se tomaba en Eleusis estaba aromatizada con menta (véase 24.e). Aunque se le concedió el ganado solar de Eriteya («tierra roja») porque era allí donde moría el sol cada noche, a Hades se le llama más frecuentemente Crono, o, en este contexto, Geríones (véase 132.4).
7. El relato que hace Hesíodo de Hécate demuestra que había sido la triple diosa original, suprema en el cielo, la tierra y el Tártaro, pero los helenos enfatizaron sus poderes destructivos sobre los creativos, hasta que al final se la invocaba solamente en los rituales clandestinos de magia negra, sobre todo en lugares donde se cruzaban tres caminos. El que Zeus no le arrebatase el antiguo don de otorgar a cada mortal lo que deseara es un tributo a las brujas tesalias, a las que todos temían. Sus cabezas de león, perro y caballo se refieren evidentemente al antiguo año tripartito, siendo el perro la estrella-perro Sirio; y lo mismo en relación con las cabezas de Cerbero.
8. Las Erinias, compañeras de Hécate, personificaban los remordimientos de conciencia después de haber hecho algo prohibido —en un principio sólo la prohibición de insultar, desobedecer o infligir violencia a una madre (véanse 105./: y 114.7). Los suplicantes y los huéspedes estaban bajo la protección de Hestia, diosa del Hogar (véase 20.c), y tratarlos mal equivalía a desobedecer e insultar a la diosa.
9. Leuce, la isla más grande del mar Negro, y sin embargo muy pequeña, es ahora un desolado penal rumano (véase 164.3).