Читать книгу Los mitos griegos - Robert Graves - Страница 41

Оглавление

35. La rebelión de los gigantes

a. Enfurecidos porque Zeus había encerrado en el Tártaro a sus hermanos los Titanes, unos gigantes altos y terribles, con barba y largas melenas y colas de serpiente en vez de pies, organizaron un asalto al cielo. Habían sido engendrados por la Madre Tierra en la tracia Flegras, y en total sumaban veinticuatro.1

b. Sin previo aviso tomaron rocas y teas y las lanzaron hacia arriba desde lo alto de las montañas, para ejercer presión sobre el Olimpo. Hera profetizó amargamente que los gigantes nunca podrían ser matados por ningún dios, sino sólo por un simple mortal con piel de león, y que incluso éste no podría hacer nada a menos que se adelantase al enemigo en encontrar una hierba de la invulnerabilidad que crecía en un lugar secreto de la tierra. Zeus fue enseguida a consultar con Atenea y la envió a informar a Heracles —el mortal con piel de león a quien Hera evidentemente se había referido— del estado de la situación, y prohibió a Eros, Selene y Helios brillar durante un tiempo. Bajo la tenue luz de las estrellas, Zeus anduvo a tientas por la tierra, en la región a la que lo condujo Atenea; encontró la hierba y la llevó a salvo al cielo.

c. Los olímpicos podían ya entablar combate con los gigantes. Heracles disparó su primera flecha contra Alcioneo, el caudillo de los enemigos, quien cayó a tierra, pero volvió a erguirse revivido porque ésa era su tierra natal de Flegras. «¡Deprisa, noble Heracles! —gritó Atenea—. ¡Llévatelo a rastras a otro país!» Heracles cargó a hombros con Alcioneo y lo arrastró hasta el otro lado de la frontera de Tracia, donde lo mató con una maza.

d. Luego Porfirión saltó al Cielo desde la gran pirámide de rocas que habían construido los gigantes y ninguno de los dioses logró mantenerse en pie. Sólo Atenea adoptó una postura de defensa. Pasando a toda prisa junto a ella, Porfirión fue a por Hera, a quien trató de estrangular, pero herido en el hígado por una oportuna flecha disparada por el arco de Eros, su furia se convirtió en lujuria y arrancó a Hera sus gloriosas vestimentas. Zeus, al ver que su esposa estaba a punto de ser violada, corrió presa de un ataque de celos y derribó a Porfirión con su rayo. El gigante volvió a levantarse, pero Heracles, que regresaba a Flegras en aquel preciso momento, le hirió de muerte con una flecha. Entretanto, Efialtes había derrotado a Ares y lo había obligado a arrodillarse ante él. Pero Apolo hirió al desdichado en el ojo izquierdo y lanzó un grito de aviso a Heracles, quien al instante le lanzó otra flecha al derecho. Así murió Efialtes.

e. Desde ese momento, cada vez que un dios hería a un gigante —como cuando Dioniso derribó a Éurito con su tirso, o Hécate quemó a Clitio con sus antorchas, o Hefesto escaldó a Mimante con un caldero de metal al rojo vivo, o Atenea aplastó al lascivo Palante con una piedra—, siempre era Heracles quien tenía que asestar el golpe mortal. Las diosas amantes de la paz, Hestia y Deméter, no tomaron parte en el conflicto, sino que permanecieron de pie aterrorizadas y retorciéndose las manos de angustia. Las Parcas, sin embargo, batieron bien los almireces de metal.2

f. Descorazonados, los demás gigantes retrocedieron a la tierra perseguidos por los olímpicos. Atenea lanzó un enorme proyectil a Encélado, que quedó aplastado y se convirtió en la isla de Sicilia. Posidón partió la isla de Cos con su tridente y lanzó un trozo contra Polibotes, que se convirtió en la cercana isla de Nisiros, bajo la cual yace enterrado el gigante.3

g. Los demás gigantes hicieron un último intento en Batos, cerca de la arcadia Trapezunte, donde aún sigue ardiendo la tierra y donde a veces los agricultores aún levantan los huesos de los gigantes al arar. Hermes, tomando prestado el yelmo de la invisibilidad de Hades, derrotó a Hipólito, y Ártemis atravesó a Gratión con una flecha, en tanto que los almireces de las Parcas destrozaron las cabezas de Agrio y Toante. Ares con su lanza, y Zeus con su rayo, se ocuparon del resto, aunque llamaban a Heracles para ir despachando a cada gigante a medida que iban cayendo. Pero algunos dicen que la batalla tuvo lugar en los Campos Flegreos, cerca de Cumas, en Italia.4

h. Sileno, el sátiro nacido de la tierra, afirma haber participado en esta batalla del lado de su discípulo Dioniso, matando a Encélado y sembrando el pánico entre los gigantes con los rebuznos de su viejo asno de carga. Pero Sileno está casi siempre borracho y no puede distinguir la verdad de la mentira.5

1. Éste es un relato posthomérico que se conserva en una versión desvirtuada: Eros y Dioniso, que toman parte en la lucha, son los últimos que llegaron al Olimpo (véanse 15.7-2 y 27.5), y a Heracles se le admite allí antes de su apoteosis en el monte Eta (véase 147./z). El relato tiene como objeto explicar el hallazgo de huesos de mamut en Trapezunte (donde todavía se exhiben en el museo local) y las erupciones volcánicas de la cercana Batos, además de las existentes en la Palene arcadia o tracia, en Cumas y en las islas de Sicilia y Nisiros, bajo las cuales se dice que Atenea y Posidón enterraron a dos de los gigantes.

2. El incidente histórico subyacente en la rebelión de los gigantes —y también en la de los Alóadas (véase 37.b), considerada habitualmente un duplicado de la anterior— parece ser un intento concertado entre los montañeses no helénicos para atacar ciertas fortalezas helénicas y su rechazo por parte de los súbditos aliados de los helenos. Pero la impotencia y la cobardía de los dioses, en contraste con la invencibilidad de Heracles y los ridículos incidentes de la batalla, son más características de la ficción popular que del mito.

3. No obstante, existe un elemento religioso oculto en la historia. Estos gigantes no son de carne y hueso, sino espíritus nacidos de la tierra, como demuestran sus colas de serpiente, y sólo pueden ser abatidos si se está en posesión de una hierba mágica. Ningún mitógrafo menciona el nombre de la hierba, pero probablemente se trataba de la ephialtion, un remedio específico contra las pesadillas. Efialtes, el nombre del caudillo de los gigantes, significa literalmente «el que salta» (incubus en latín). Y los intentos de Porfirión de estrangular y violar a Hera, y el de Palante con Atenea, sugieren que la historia se refiere principalmente a la sabiduría de invocar a Heracles el Salvador cuando uno es acosado por pesadillas eróticas en cualquier momento de las veinticuatro horas del día.

4. Alcioneo («asno poderoso») es posiblemente el espíritu del siroco, «el viento del Asno Salvaje, o Tifón» (véase 36.1), que trae malos sueños e inclinación al asesinato y la violación. Esto hace que la afirmación de Sileno de haber derrotado a los gigantes con el rebuzno de su asno sea todavía más ridicula (véase 20b). Mimas («mímica») puede referirse a la ilusoria verosimilitud de los sueños. Hipólito («estampida de caballos») recuerda la antigua atribución de los sueños de terror a la diosa con cabeza de yegua. En los países del norte, los que padecían de pesadillas invocaban a Odín, hasta que su lugar fue ocupado por San Swithold.

5. El uso que dio Heracles a la hierba se puede deducir del mito babilónico de la lucha cósmica entre los dioses nuevos y los antiguos. Allí Marduk, el equivalente de Heracles, se acerca una hierba a la nariz para contrarrestar el insoportable olor de la diosa Tiamat; aquí se debe contrarrestar el aliento de Alcioneo.

Los mitos griegos

Подняться наверх