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D) La ética ambiental y su influencia política en el final del siglo XX

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La agenda social y política de las últimas décadas del siglo XX ha tenido muy en cuenta la creciente preocupación por el medio ambiente, así como las consecuencias que para el planeta supone el modelo de crecimiento y desarrollo hegemónico que conlleva la globalización. No obstante, la generalización en los países más desarrollados de esa preocupación por el futuro del planeta ya no lo es solo por lo relacionado con la naturaleza o el medio ambiente, sino que también lo es con respecto a un modelo de consumo, vida, comunicación, movilidad, construcción de la ciudad, ocupación del territorio y del suelo, que cada día más organismos internacionales, estados y ciudadanos consideran insostenible. A esta preocupación responde la ética ambiental31 que procura hacer compatible el desarrollo con los objetivos ambientales, entre ellos la sostenibilidad. La progresiva influencia social de valores de la nueva ética ambiental32 ha hecho que la corriente denominada “ambientalismo comunitario” o “nuevo humanismo ecológico” se vea como un contrapeso o una corrección de las peores consecuencias de la concepción neoliberal de la globalización. Entre esas consecuencias quizás la más relevante sea la explotación ilimitada de los recursos, no solo en el primer mundo, sino en todo el planeta, con la incorporación al consumo global a miles de millones de personas del llamado tercer mundo o de las nuevas economías emergentes. Hacer compatible y gestionar de un modo sostenible los recursos naturales con las necesidades de desarrollo, presente y futuro de cada día más seres humanos en todo el planeta, es una realidad que hace cada día más compleja la gestión y la gobernanza del territorio. Por ello la preocupación teórica y científica se traslada a la realidad social, política y económica de todas y cada uno de los Estados y de las ciudades33.

Este pensamiento tiene su reflejo en los movimientos sociales, el movimiento ecologista, y en la política desde los primeros años 80 con la entrada en 1983 de Los Verdes/Die Grüen, en el Parlamento alemán. El año 1968, como ya expuse, supone la visibilidad y el protagonismo incipiente del movimiento ecologista en diferentes partes del planeta. En el mismo convergen movimientos medioambientalistas, pacifistas, feministas, culturales, libertarios o autonomistas en contra de la cultura del progreso ilimitado y del consumo como motor de la economía. La conciencia ecológica nace en los años inmediatamente anteriores. Pero será a partir de la década de los setenta, y en paralelo a la preocupación manifestada en distintos foros internacionales, cuando el movimiento ecologista enraíce en el mundo occidental como el principal movimiento social y global, junto con el feminismo. Estos movimientos logran, en buena medida, condicionar –o concienciar– la agenda de los países desarrollados al situar el problema medioambiental como una prioridad. En los años 70 se crean distintas organizaciones no gubernamentales de tipo institucional ecologista en distintos países. Suponen una respuesta a la incapacidad de los partidos tradicionales de afrontar los problemas medioambientales, y la superación del conservacionismo como única respuesta a los problemas ambientales. Inicialmente son movimientos menos activos en su militancia y reivindicaciones, si bien con el paso de los años la conciencia y activismo social fue creciendo. Organizaciones como Greenpeace o WWF-ADENA han alcanzado una presencia en la opinión pública mundial liderando campañas contra la energía nuclear, el calentamiento global, el agujero en la capa de ozono, la lluvia ácida y poniendo en el centro del debate político la sostenibilidad y, más recientemente, el cambio climático.

Pero para entender el logro de esta influencia del movimiento ecologista en apenas tres décadas no podemos olvidar que él mismo, convertido en partido político, en 1983 entró por primera vez en el Bundestag alemán de la mano de Los Verdes/Die Grünen, obteniendo en 1987 un 8,3 % de los votos y consolidándose en torno a ese porcentaje desde entonces; ni tampoco que en 1998 (hasta 2005) formó parte del Gobierno Federal Alemán. Porque todo esto le permitió impulsar políticas y medidas legislativas de largo alcance que han sido asumidas por el resto de las formaciones políticas, y sobre todo, por la opinión pública europea y organismos internacionales como medidas necesarias. El ecologismo institucional o político ha asentado su representación en todos los países de Europa, bien como partidos autónomos o bien como parte del ideario de partidos o coaliciones más tradicionales, como es el caso español. En el Parlamento Europeo en la presente legislatura (2019–2024) cuentan con 69 eurodiputados y un 9,19 % de los votos, siendo la cuarta fuerza política en la Eurocámara, pero la segunda en Alemania, terceros en Francia y siendo fuertes en Holanda, Bélgica o Irlanda34. Pero quizás la influencia de este movimiento haya trascendido mucho más que lo que supone su fuerza electoral. El Pacto Verde Europeo35 es la hoja de ruta de la Unión Europea para lograr una economía sostenible y ser el primer continente climáticamente neutro en 2050. Esta clara apuesta política ha sido reafirmada por la presidente Von del Leyen es la sesión plenaria de 16 de septiembre de 2020, discurso sobre el estado de la Unión, no como parte de una respuesta a la crisis sanitaria sino como parte de la tarea más urgente de la Unión, “salvar el futuro de nuestro frágil planeta”. El 37 % del NextGenerationEU se destinará directamente en los próximos años a los objetivos del Pacto Verde Europeo (277.500 millones de euros). Entre estos objetivos está una ambiciosa política de renovación de edificios para que dejen de ser despilfarradores de energía, lo que la presidente definió como “una ola europea de renovación y convierta nuestra Unión en líder de la economía circular”36.

Urbanismo para una nueva ciudad

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