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Capítulo I El desarrollo urbano sostenible como construcción del urbanismo supranacional europeo 1. Contexto histórico-económico y origen del concepto de desarrollo sostenible A) La construcción del bienestar

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La onda de largo crecimiento económico que se produce después de la Segunda Guerra Mundial supone las bases del sistema económico internacional de la segunda mitad del siglo XX. Este nuevo sistema se sustenta básicamente en ideas como que la paz constituye la oportunidad de lograr un fuerte y prolongado crecimiento económico que permitiría que los llamados países subdesarrollados siguieran los pasos de los países llamados desarrollados, (teoría de las etapas de Rostow). O que los recursos planetarios son ilimitados, lo cual permite un crecimiento sin fin, como expresó W. Morgenthau, secretario del Tesoro de EE. UU., en la Conferencia de Bretton Woods (1944).

La era de la opulencia, como la denomina T. JUDT (2008:475 y ss), comprende las tres décadas posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial (1946–1973). En ese periodo se produce una extraordinaria aceleración del crecimiento económico, y del inicio de una prosperidad sin precedentes, que no solo trasforma la economía sino, también, la sociedad en su conjunto. A la par se sentarán las bases del despegue tecnológico que posibilitará la globalización y la nueva era de la Información (Internet y la Sociedad red) que caracterizará el final del siglo XX a juicio de M. Castells.

La política de ayudas de los organismos internacionales a Japón y Europa, tras el desastre humano, económico y social de la Segunda Guerra Mundial, posibilitaron que en décadas de 1950 y 1960 comenzase una recuperación de la economía. Sumado esto al crecimiento acelerado de la economía de Estados Unidos, todo llevó a una situación de crecimiento anual mantenido superior al 5 % durante años. Así, por ejemplo, los PIB per cápita de Alemania o Francia crecieron de 1950 a 1973 un 150 por ciento. La producción aumentaba más rápido que la población y se incrementó el bienestar material de los países desarrollados. El fuerte gasto público necesario para la reconstrucción de Europa o Japón y el intenso papel de los Estados en políticas de bienestar, con alto gasto público, condujeron en Europa al Estado de Bienestar1, en palabras de T. JUDT (2008:484), en una suerte de “virtuoso círculo”2.

Son elementos de este desarrollo económico: la disponibilidad de fuentes energéticas baratas; el comercio internacional cada vez más fácil y posible; el grado de integración europea de facto, que dio lugar al Tratado de Roma (1957) –posteriormente a la CEE, y hoy Unión Europea–; así como el aumento de la productividad y de los salarios. Todo ello posibilitó un cambio profundo en la naturaleza del trabajo pasando en Europa de una economía agrícola e industrial –especialmente en las regiones de centro Europa y Gran Bretaña– a una economía de servicios a finales de la década de 1970. Esto supuso el aumento de la inversión empresarial en sectores ligados al bienestar material con la producción de bienes duraderos (automóvil, vivienda, electrodomésticos, etcétera), y sobre todo, el aumento generalizado del consumo. Este último fue especialmente impulsado por Estados Unidos y por ese modelo de vida que serviría de ejemplo en un primer momento a Europa y a Japón, y posteriormente a todo el mundo.

La explosión demográfica –mayor natalidad y menor mortalidad de forma creciente por la mejora en la calidad de vida– de las décadas de 1950 y 1960, tras el desastre demográfico que supuso la guerra, hizo que Europa volviera a ser joven, y que se ampliara de forma muy importante la mano de obra disponible y los consumidores potenciales de productos de todo tipo3. La industrialización del próspero noroeste de Europa hace que se produzca un nuevo fenómeno de migraciones de población, primero dentro del mismo país y en una segunda ruta hacia otros países de Europa, incidiendo en el mundo rural y creando un nuevo fenómeno del crecimiento suburbial de la ciudad. Europa asistirá a un fenómeno de intensa ocupación, muchas veces indiscriminada y sin planificación alguna, de un territorio antes rural y que ahora se trasforma para acoger a miles de personas que abandonan sus pueblos y países para buscar una vida mejor. Este crecimiento supuso, en algunos casos, un desastre por los daños causados al tejido urbano y al modelo de ciudad tradicional. Un impulso irrefrenable de romper con el pasado y adoptar una modernidad urbanística mal entendida y peor concebida, trajo consecuencias para el modelo de ciudad y de ocupación del territorio, que analizare en capítulos posteriores.

Estas transformaciones configuran una nueva sociedad. En Europa, una vez superada la posibilidad de un socialismo real que quedó al otro lado del Telón de Acero, lo político y económico giraron en torno al Estado Social (libertades públicas, políticas sociales avanzadas y welfare) como forma de construir una sociedad plural, democrática, avanzada, y todo ello sin cuestionar el capitalismo como sistema económico. Esta idea fue asumida por los partidos socialdemócratas y democristianos en un consenso sin precedentes, de tal modo que este consenso acabó por suponer la superación del capitalismo descontrolado y neoliberal del laissez-faire. Sin embargo, a su vez permitió que se abriera paso un modelo de vida centrado en el consumo y libre comercio como factores esenciales de crecimiento. En la economía se actuaba como socialdemócratas y en la vida privada como liberales. Un cambio social se avecinaba con nuevas generaciones de jóvenes con mayor acceso a la educación y con mayor formación que, a finales de los sesenta, comenzaban a no encontrar satisfechas sus expectativas, y con una sociedad acostumbrada a un modelo de prosperidad que comenzaba a dar síntomas de agotamiento tras tres décadas de aumento de la riqueza.

Todo ello contribuyó a que a finales de la década de los sesenta se produjera en occidente una revolución teórica –social y cultural– que no acabó con el capitalismo, como pretendían algunos de sus impulsores, sino que puso en cuestión determinados fundamentos de la sociedad y su desarrollo. Durante el año 1968, en Francia, Estados Unidos, México o Checoslovaquia, los jóvenes cuestionaron el sistema y pusieron el acento de sus reivindicaciones: en los derechos civiles en Estados Unidos; la aspiración de libertades democráticas en algunos de los regímenes comunistas; la revolución marxista en países de Latinoamérica, o las nuevas costumbres sociales en Europa. Pero creyendo luchar por el fin del capitalismo, lo que supusieron esos movimientos fue el final de la socialdemocracia como pensamiento dominante y la llamada de una revolución conservadora.

En 1968 se cerró una época de esperanza y opulencia para dar lugar a años de crisis e incertidumbre. Pero también, de alumbramiento de nuevas inquietudes como la conciencia medioambiental y sobre la imposibilidad de un crecimiento indefinido en un planeta finito, como se formula por primera vez en el Informe: “Los límites del crecimiento” (1972)4.

Urbanismo para una nueva ciudad

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