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VII
ОглавлениеLa participación de Rostov en el desafío de Dolokhov y Pedro quedó oculta gracias a las gestiones del anciano Conde, y Rostov, en lugar de ser degradado como esperaba, fue nombrado ayudante de campo del general gobernador de Moscú. Por este motivo no pudo ir al campo con su familia y pasó todo el verano en Moscú.
Dolokhov se repuso y Rostov estrechó sus lazos de amistad con él, sobre todo durante la convalecencia. Dolokhov había pasado todo el tiempo que duró su curación en casa de su madre, que le quería apasionadamente. La anciana María Ivanovna, que apreciaba mucho a Rostov a causa de la amistad que le unía a su hijo, siempre le hablaba de éste.
- Sí, Conde, tiene demasiado noble el corazón y demasiado pura el alma para vivir en este mundo actual, tan depravado - decía -. Nadie tiene en aprecio la virtud, porque, vamos a ver, dígame: ¿es honesto lo que ha hecho Bezukhov? Mi Fedia, llevado por su buen natural, le quería, y ni ahora dice nada contra él. ¿No se burlaron de la policía juntos en San Petersburgo? Pues a Bezukhov no le ocurrió nada y mi hijo cargó con todas las consecuencias. ¡Y lo que ha tenido que aguantar! Claro que le rehabilitaron, ¡pero cómo no lo habían de hacer si estoy segura de que hijos de la patria tan valerosos como él existen muy pocos! ¡Y ahora este desafío! Estos hombres desconocen lo que es el honor. ¡Provocarle sabiendo que es único hijo y hacerle blanco de ese modo…! Pero Dios ha querido guardármelo. Y total, ¿por qué? ¿Quién se ve libre de intrigas en estos tiempos? ¿Y qué culpa tiene mi hijo si el otro tiene celos…? Comprendo que desconfiara…, pero el asunto ya tiene un año de duración… Y vamos…, lo provocó suponiendo que Fedia no aceptaría el reto porque le debe dinero. ¡Ah, cuánta vileza! ¡Cuánta cobardía! Veo, Conde, que comprende a mi hijo; por eso le quiero con todo mi corazón. Le comprenden muy pocos. ¡Tiene un gran corazón y un alma muy pura!
A menudo, durante su convalecencia, Dolokhov decía cosas a su amigo que éste jamás hubiera sospechado oír de sus labios.
- Me creen malo, y lo sé - decía -. Pero me es igual. No quiero conocer a nadie excepto a los que aprecio, y a éstos les quiero tanto que hasta daría la vida por ellos; a los demás, los pisotearía si los hallara en mi camino. Tengo una madre inapreciable, que adoro, dos o tres amigos (tú uno de ellos), y en cuanto a los otros poco me importa que me sean útiles o perjudiciales. Y casi todos estorban, las mujeres las primeras. Sí, amigo mío; he tropezado con hombres enamorados, nobles y elevados, pero mujeres, salvo las que se venden (condesa o cocinera, que para el caso es lo mismo), no he hallado ninguna. Todavía no me ha sido dado hallar la pureza celestial, la devoción que busco en la mujer. Si hallara una, le daría mi vida. Y las demás… - hizo un gesto despreciativo -. Puedes creerme que si aún me interesa la vida es porque espero hallar a esa criatura divina que me purificará, me regenerará, me elevará. Pero tú no puedes comprender esto…
- Lo comprendo muy bien - dijo Rostov, que se hallaba bajo la influencia de su nuevo amigo.
La familia Rostov regresó a Moscú en otoño. Denisov volvió durante el invierno y permaneció una temporada en la ciudad.
Los primeros meses del invierno de l806 fueron muy felices para Rostov y su familia.
Nicolás llevaba a muchos jóvenes a la casa de sus padres. Vera era una bella muchacha de veinte años. Sonia, una jovencita de dieciséis, con todo el esplendor de una flor acabada de abrir. Natacha, ni capullo ni mujer, tan pronto con zalamerías de niña como con el encanto de una mujercita.
Durante aquella época, la casa de los Rostov estaba saturada de una atmósfera de amor, como suele acontecer en la casa donde hay muchachas bonitas.
Todos los jóvenes que acudían a casa de los Rostov, al contemplar aquellos rostros jóvenes, móviles, sonrientes a cualquier cosa - probablemente a su misma felicidad -, al ver aquel animado movimiento, al oír aquel charloteo inconsecuente pero tierno para todos, al oír las canciones y la música, sentían la misma atracción del amor, el mismo deseo de felicidad que experimentaban los jóvenes habitantes de la casa de los Rostov.
Entre los jóvenes que Nicolás había presentado en primer lugar se hallaba Dolokhov, que gustó a toda la familia excepto a Natacha. A causa de Dolokhov se peleó con su hermano. Ella decía que se trataba de una mala persona y que en el desafío con Bezukhov la razón estaba de parte de éste y no de Dolokhov, a quien consideraba como único culpable, y además le hallaba desagradable y lleno de pretensiones.
- Sí, sí, todo lo que quieras, pero es malo - decía Natacha obstinadamente -, es malo; no tiene corazón. Tu Denisov sí que me gusta; es un calavera y no sé cuántas cosas más, pero aun así me gusta. No sé cómo decírtelo: en Dolokhov, todo está calculado, y esto no lo puedo aguantar, mientras que en Denisov…
- Denisov es otra cosa - replicó Nicolás como dando a entender que Denisov, comparado con Dolokhov, no era nada -. Es preciso verle al lado de su madre. ¡Tiene un gran corazón!
- Eso no lo sé; pero es un hombre que no me gusta. ¿Ya sabes que está enamorado de Sonia?
- ¡Qué estupidez…!
- Estoy convencida. Ya lo verás.
Lo que dijo Natacha se realizaba.
Dolokhov, que no era aficionado a la compañía de mujeres, empezó a frecuentar asiduamente la casa de los Rostov, y la pregunta ¿a qué debe venir? fue muy pronto contestada, a pesar de que nadie hablase de ello. Iba por Sonia. Y Sonia, sin confesárselo a sí misma, lo sabía, y cuando entraba Dolokhov enrojecía como una amapola.
Dolokhov se quedaba muy a menudo a cenar en casa de los Rostov, no perdía ningún espectáculo a los que éstos asistían y asimismo frecuentaba los bailes de adolescentes en casa de Ioguel, donde acudían siempre los Rostov. Mostraba una deferencia especial para con Sonia, y la miraba con tal expresión que no sólo ella no podía resistir aquella mirada, sino que la misma Condesa y Natacha enrojecían al sorprenderla.
Se veía muy claramente que aquel hombre frío, raro, se hallaba bajo el influjo invencible que sobre él ejercía la jovencita, morena, graciosa, enamorada de otro.
Rostov observó que algo ocurría entre Dolokhov y Sonia, pero no sabía definir de qué se trataba. «Están enamoradas de uno o de otro», pensaba de Sonia y de Natacha. Pero no sentía la misma libertad que antes cuando se hallaba en compañía de Sonia y Dolokhov, y ya no permanecía tanto en su casa.
Pasado el otoño de l806, todo el mundo hablaba, aún con más ardor que el año anterior, de una nueva guerra con Napoleón. Se había decidido el alistamiento de diez regimientos de reclutas, y, por si ello no fuera suficiente, se tomaban nueve reclutas más por cada mil campesinos. Por todos lados se maldecía a Bonaparte, y en Moscú no se hablaba de otra cosa que de la futura guerra.
Para la familia Rostov, todo el interés de esos preparativos guerreros se resumían en que Nicolás no quería permanecer en Moscú en modo alguno, y sólo esperaba que Denisov terminara su licencia para marchar con él a su regimiento, pasadas las fiestas. Su partida no le vedaba el divertirse, antes por el contrario, le excitaba más. Pasaba la mayor parte del tiempo en cenas, fiestas y bailes.