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VIII

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El tercer día de las fiestas navideñas, Nicolás quedóse a comer en su casa, cosa que muy pocas veces hacía durante aquella última temporada. Se trataba de la cena oficial de despedida, ya que él y Denisov partían después de la Epifanía, para incorporarse a su regimiento. Asistían unos veinte invitados, entre los que se hallaba Dolokhov.

Nunca la atmósfera del amor se había hecho sentir con tanta fuerza en casa de los Rostov como durante aquellas Navidades. «¡Toma el momento de felicidad, obliga a amar y ama tú también! Ésta es la única verdad de este mundo. Todo lo demás son tonterías. Y aquí solamente nos ocupamos de amar», decía aquella atmósfera.

Rostov, después de haber hecho cansar a dos caballos sin poder llegar, como siempre, donde precisaba, llegó a su casa en el instante de sentarse a la mesa. Al entrar observó y sintió la amorosa atmósfera de la casa, pero también descubrió una especie de inquietud que reinaba entre algunos de los allí reunidos.

Sonia, Dolokhov, la anciana Condesa y Natacha también se hallaban particularmente trastornados. Nicolás comprendió que antes de la comida había ocurrido algo entre Sonia y Dolokhov, y con la delicadeza de corazón que le distinguía procuró portarse con uno y otra, durante la cena, con todo el afecto posible. Aquella misma noche, en casa de Ioguel - el profesor de danza - se daba el acostumbrado baile de Navidad, al que asistían los discípulos.

- Nikolenka, ¿irás a casa de Ioguel? Ven con nosotros, por favor; te invito yo especialmente. Basilio Dmitrich - Denisov - también vendrá - dijo Natacha.

- ¿Dónde no iría yo si la Condesa me lo ordenaba? - dijo Denisov, que por pura chanza, entraba en casa de los Rostov como caballero de Natacha -. Estoy dispuesto a bailar el paso del chal.

- Si puedo, sí. Me he comprometido con los Ankharov. Tienen soirée - dijo Nicolás -. ¿Y tú? - preguntó a Dolokhov; y al formular la pregunta comprendió que hubiera hecho mejor en callarse.

- Sí, tal vez sí - contestó fríamente y con disgusto Dolokhov mirando a Sonia; después, con las cejas contraídas, dirigió a Nicolás la misma mirada que había lanzado a Pedro durante la comida del club.

«Ha ocurrido algo», pensó Nicolás. Y su suposición se confirmó al ver que Dolokhov marchaba inmediatamente después de cenar. Entonces preguntó a Natacha lo que había sucedido.

-Dolokhov se ha declarado a Sonia. Ha pedido su mano - contestóle Natacha.

Nicolás, en aquellos últimos tiempos, habíase olvidado mucho de Sonia, pero al oír a su hermana sintió que algo se le desgarraba en su interior. Dolokhov era un partido aceptable, y hasta brillante, para Sonia, huérfana y sin dote. Desde el punto de vista de la anciana Condesa y de la sociedad, no existía ningún motivo para rechazar la petición. Por ello, su primer impulso fue de cólera por la negativa de Sonia. Iba a decir: «Hay que olvidar las promesas que uno hace cuando es niño; y es preciso aceptar las peticiones… », pero no tuvo tiempo de decir nada.

- ¿Y sabes qué ha contestado ella? Pues que no; tal como lo oyes. Le ha dicho que estaba enamorada de otro - añadió después de un instante de silencio.

«Claro, Sonia no podía obrar de otra manera», pensó Nicolás.

- Mamá ha insistido mucho, pero ella ha dicho que no y que no, y yo sé que nadie le hará cambiar de parecer; cuando ella se pone de esta manera…

- ¿Mamá ha insistido? - preguntó Nicolás con tono de reconvención.

- Sí - contestó Natacha -; mira, Nicolás, no te lo tomes a mal, pero yo sé que nunca te casarás con Sonia. No sé por qué, pero estoy convencida de ello.

-¡Oh! Tú no puedes saber nada…-dijo Nicolás-. Pero he de hablar con ella… ¡Sonia es una criatura deliciosa! - añadió sonriendo.

- Tiene mucho corazón. Le voy a decir que venga. -Y Natacha abrazó a su hermano y alejóse corriendo.

Unos minutos más tarde, Sonia, asustada, avergonzada, con aire de culpable, se presentaba ante Nicolás. Acercósele éste y le besó la mano. Era la primera vez que estaban a solas desde el regreso de Nicolás.

- Sonia - le dijo tímidamente; luego fue excitándose poco a poco -, si quieres rechazar un buen partido, un brillante partido, y hasta conveniente, porque es un buen muchacho, noble, amigo mío…

Sonia le interrumpió:

- Le dije ya que no.

- Si lo haces por mí, temo que…

Sonia volvió a interrumpirle. Le miró con expresión suplicante, asustada.

- Nicolás, no digas eso.

- Te lo tengo que decir. Tal vez es presuntuoso por mi parte, pero te lo tengo que decir. Si es por mí por lo que le dices que no, yo he de confesarte la verdad: te quiero, tal vez eres lo que quiero más…

-Con eso tengo bastante - dijo Sonia ruborizándose.

- No. Me he enamorado miles de veces y probablemente volveré a hacerlo; aunque solamente guardo para ti ese sentimiento compuesto de amistad, confianza y amor. También hemos de pensar que soy muy joven. Mamá se opone a nuestro matrimonio. En una palabra: yo no puedo prometerte nada, y te ruego que reflexiones sobre la pretensión de Dolokhov - dijo Nicolás, pronunciando con pena el nombre de su amigo.

- No digas eso. Yo no quiero nada. Te quiero como a un hermano. Te querré siempre, y no deseo otra cosa.

- ¡Eres un ángel! Me siento indigno de ti. Pero tengo miedo a engañarte.

Y Nicolás volvió a besarle la mano.

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